La energía que se siente en Addis Abeba, el ritmo al que se mueve la vida y transcurre la existencia, es ciertamente como el jazz del profesor Mulatu Astatke, estimulantemente suave. En sus conciertos en Oslo este genio del jazz no baila mucho. Cuando lo vi en su bar, el “African Jazz Village” en Addis, no paraba de moverse en el centro de la pista, mientras sus pupilos en el escenario parecían inspirarse en él, haciendo levitar al público con su música. Era octubre del 2017, año 3a.P. (antes de la Pandemia).
Etiopía es uno de los Estados más antiguos del mundo. A comienzos del primer milenio de la era común era dominado por una gran potencia global, el imperio Axumita. Controlaban el comercio entre África y Asia. El gran imperio Axumita es el antepasado más poderoso en el Tigray, región sobre la cual el actual gobierno de Abiy Ahmed Ali ha lanzado una guerra que ya deja consecuencias humanitarias catastróficas.
Ali es de la etnia Oromo, la etnia mayoritaria entre la población etíope, pero que a pesar de ello nunca había tenido a uno de los suyos sirviendo como primer ministro de la República Federal de Etiopía. Por su parte, los tigriña han tenido una posición dominante en la conducción del Estado, desde que en 1991 una federación de guerrillas derrocó al Consejo Administrativo Militar Provisional (DERG en idioma amárico)
La guerra de hoy es una lucha entre dos organizaciones de esa federación, guerrillas que hoy son partidos políticos que representan diferentes etnias y que están negándole a la joven democracia etíope la posibilidad de ejecutar transiciones de poder pacíficas. Irónicamente, el primer ministro Abiy Ali recibió el premio Nobel de Paz por finalizar el conflicto armado con Eritrea, Estado vecino en el norte. Tedros Adhanom (ዎድሮስ አድሓኖም ገብረኢየሱስ) es tigriña. Tedros es el director de la Organización Mundial de la Salud. Mientras trata de conducir la respuesta global contra el Covid-19 las tropas de Ali podrían acabar con su familia en cualquier momento en la guerra del Tigray.
A Yonatan Tolossa (Yonas) lo conocí en ese viaje del año 3a.P. La primera vez que lo vi estábamos esperando la orden del semáforo para cruzar la calle que nos separaba de la entrada principal del Museo de la Memoria de la guerra contra el DERG. Caminó a nuestro lado y luego lo perdí de vista. Me llamó la atención su camiseta. Don’t worry, be happy, leí en su camiseta medio psicodélica. Era mediodía y a la mañana siguiente debíamos definir nuestro rumbo. Solo habíamos pagado tres noches de hotel con la idea de que algo encontraríamos en Addis. Estábamos muy confiados, nos habíamos preparado para la visita estudiado el país durante semanas.
A pocos metros del Museo de la Memoria queda una estación de buses. Allá nos encontró Yonas cuando intentábamos comunicarnos con un grupo de conductores etíopes que saltaron de sus sillas al ver llegar a tres turistas. El instinto de colombianos nos previno de inmediato. En consulta con mis dos compañeros de viaje les conté que ya había visto al personaje cruzando el semáforo junto a nosotros y todas las posibilidades paranoicas a las que eso podía conducir. Sin embargo, también les dije que alguien con esa camiseta en Etiopía no podía ser ningún peligro. Así conocí a Yonas, el guía turístico en Addis Abeba que organiza viajes increíbles por su país.
¿Quién es Yonas?
Bueno, yo me llamo Yonatan Tolossa, soy de Addís Abeba y tengo 32 años. Tengo dos hermanos y una hermana que afortunadamente están bien ahora. Yo soy el hijo menor de mis padres. Mi padre es de la tribu Oromo, mi madre es de la tribu Sodo Gurage.
¿Por qué te hiciste guía turístico?
Desde pequeño yo noté el problema de comunicación entre los turistas y los locales y me las ingenié para aprender inglés. A mí me encanta mi ciudad, la conozco a la perfección y por eso me encanta mi trabajo, me encanta compartir con los turistas la belleza del African Headquarter, Addis Abeba. Yo trabajo por mi cuenta, así como cuando los abordé a ustedes tres tratando de comprar billetes de autobús -se ríe-. Pero también me contratan las agencias. Tengo una red de contactos muy amplia.
Los etíopes comen juntos de la injera, una tortilla suave del tamaño de un plato gigante servida sobre una mesa que se levanta desde el piso en trenzas de mimbre. En casas y restaurantes, todos se sientan alrededor de la injera para comer con las manos una cantidad infinita de combinaciones de vegetales y carnes que se sirven en incontables formas de preparación. Es un ritual, en Etiopía casi todo es un ritual con un enorme sentido comunitario.
¿Qué ha pasado con la llegada del Covid-19?
En las grandes ciudades las comunidades han sufrido mucho por el aislamiento y hemos empezado a comer en platos separados. Lo que han hecho muchos, yo diría la mayoría, es abandonar las grandes ciudades para protegerse, especialmente Addis. Han regresado al campo, allí cosechan su propia comida. En el campo es más fácil sobrevivir.
Los que estamos en las ciudades estamos enfrentado grandes problemas. Addis es una ciudad de muchos millones de habitantes, con unos pocos ricos, una escasa clase media y grandes masas de pobres.
En mi caso ha sido muy difícil, he tenido que enfrentar grandes dificultades. El turismo y todo lo relacionado a él prácticamente desapareció con la pandemia.
¿Cuál es tu opinión sobre la guerra en el Tigray?
Para mí es una guerra contra una dinastía familiar corrupta, el demonio más grande de África Oriental. Yo diría que cerca del 65% de los habitantes de Addis apoyan la guerra en el norte. Hay gente sufriendo, pero nuestro gobierno está haciendo lo mejor para reconstruirlo todo. Esta es una guerra que traerá esperanza y luz para nuestro futuro.
Viajando por carretera, por el sur de Etiopía pude ver algo de su enorme riqueza cultural y natural y su deslúmbrate diversidad étnica y espiritual. Visitar Etiopía es ser testigo de la sofisticación de los grandes imperios del pasado proyectada sobre cada movimiento de esbeltas figuras oscuras que se mueven casi sin perturbar el viento a su alrededor. Etiopía te hace replantear la idea de lo ancestral.
De regreso a Addis nuestro automóvil fue detenido por una protesta de los Oromo. En el año 3a.P. las tensiones políticas ya lanzaban gente a las calles. A lo largo de este tiempo se fue edificando una confrontación étnica en un país en donde todo lo que ves y sientes inspira paz. Como siempre, en las grandes ciudades el control de la información por parte de las autoridades hace más fácil asegurar el apoyo a la guerra entre la población.