“El último hombre sobre la tierra lo que hará antes de morir es escribir poesía. Será un lamento, un decir, qué hice, qué es esto, qué pasó. Eso es poesía. La poesía es una agonía y lo ha sido siempre”. Maqroll el Gaviero, el inconfundible personaje literario de Álvaro Mutis, ha estado atento a todo lo que ha sucedido con su obra literaria, y es a él, al Gaviero, el hombre sin muerte y sin origen, a quien debo dirigirme ahora.
Siempre que veo nubarrones en el horizonte recuerdo a Álvaro Mutis. El escritor colombiano siempre se preocupó por darnos la clave de cómo hacer buena literatura aun viviendo en un mundo despreciable, como él lo calificaba. Ya Ernesto Cardenal lo había dicho: “vivimos en tiempos difíciles, pero poéticos”.
Si para Mutis el último gran acontecimiento de la historia es la caída de Constantinopla en poder de los turcos, se me ocurre que hoy el acontecimiento más grande es la pandemia, por primera vez a nivel global.
Si para Mutis el último gran acontecimiento de la historia es la caída de Constantinopla en poder de los turcos, se me ocurre que hoy el acontecimiento más grande es la pandemia, por primera vez a nivel global. Después de estas fechas, como en la visión del autor de La Nieve del Almirante, el mundo naufraga en su propio desespero, en sus desventuras que, poco a poco, lo acercan a sus propias ruinas. Estos personajes viven en un mundo que no lo salva ni siquiera la poesía. Viven en un mundo desesperanzado, sin rumbo, sin ninguna ilusión. “Un mundo de tontos”, decía Álvaro Mutis.
El 90 por ciento vive su vida como Maqroll, el Gaviero, el personaje de todas sus novelas que representa ese tipo de hombre que ha vagado por el mundo después de la caída de Constantinopla sin rumbo y sin destino definido.
En Colombia, toda empresa por la paz social es una empresa perdida, una aventura que siempre termina en el fracaso (los acuerdos de paz están hecho añicos), así como todas las empresas iniciadas por el Gaviero para salvarse así mismo terminan convertidas en fenomenales desastres logrando, muchas veces, resultados contrarios a la salvación. Solo su mundo despreciable es capaz de producir estos personajes históricos, un “gran colombiano”. Es el sello de la obra de Mutis, aquel que nunca pudo terminar los estudios de bachillerato porque “no quería perder tiempo estudiando cuando había tanto que leer”.
Otra de las claves para escribir buena poesía y narrativa, según Mutis, es definitivamente escribir para uno mismo, y nada más que para uno.
El resultado no podía ser otro que una obra plagada de fantasmas extraídos de la literatura universal y de los momentos simples de la vida. Adolfo García Ortega, intrigado por todo esto, le pidió a Mutis que abra los pasillos secretos, las puertas cerradas de su producción literaria. Y Álvaro no se negó. Conrado Zuluaga secundó la petición. Y yo también: ¿Cómo nacen esas grandes obras literarias viviendo en un mundo despreciable?
Para salvarse y escribir bellos poemas y buenas novelas nada tiene que ver la caída de Constantinopla en poder de los turcos, o las pestes. Hay que leer buenos libros. “Nunca he leído un libro que me aburra”. Hay que leer para comunicarse y sentir la presencia y el calor de alguien. “No leo para aprender, sino sencillamente para seguir viviendo”. De esas lecturas apasionantes, seguramente, salieron los personajes de muchos de sus libros, con quienes conversa, piensa, sueña, y que son parte fundamental de su narrativa.
Otra de las claves para escribir buena poesía y narrativa, según Mutis, es definitivamente escribir para uno mismo, y nada más que para uno. “En verdad, tal como es el mundo de hoy, tal como se nos viene encima, uno piensa ¿para qué escribir poesía? Esto va a caer en el vacío absoluto. Pero uno tiene que escribirla para uno mismo, para salvarse uno mismo de ese vacío y dejar testimonio de las cosas esenciales, de lo que somos, que nos dan la vida, sin pensar si va a ser leído o no. He leído muchas veces en estos últimos años, y ustedes seguro lo han escuchado, que la poesía está a punto de acabar, que ya nadie lee poesía, que la poesía ya no tiene sentido. Yo no estoy de acuerdo. El último hombre sobre la tierra lo que hará antes de morir es escribir poesía. Será un lamento, un decir, qué hice, qué es esto, qué pasó. Eso es poesía. La poesía es una agonía y lo ha sido siempre”.
“Cuando uno piensa en un ser tan profundamente desventurado como Baudelaire, que, estarán de acuerdo ustedes, debió ser insoportable, ese hombre escribe una de las poesías más grandes de Occidente y desde luego abre unos caminos extraordinarios a la poesía. Con su poesía se salvó, porque si alguien ha construido un infierno para él mismo, es Baudelaire. No es que valga la pena o no escribir poesía tal como está el mundo hoy. Este mundo de hoy me parece un mundo despreciable, no tengo ningún contacto, no me hace ninguna gracia lo que sucede, más lo que me da es un vago terror, todo”.
El derecho a hacer con nuestra vida lo que se nos venga en gana, así sepamos que la empresa está perdida. Ese seguir gritando “a pesar de esa especie de globalización, que es una palabra que usan generalmente para fenómenos políticos y económicos”.
Ahí están Los elementos del desastre para comprobar su teoría. El libro es la base para su salvación. Supo salvarse a tiempo de las aulas universitarias. Una salvación que celebramos todos porque solo a través de esa salvación ha sido posible su vasta obra, que nos ha llevado de la mano a la meditación más profunda sobre el destino del hombre en la tierra. La literatura para Mutis es salvación individual y no salvadora universal. Esta última tarea se la deja a los políticos, a los economistas, incluso a los matemáticos. Esa es la clave. La buena poesía, la buena literatura, no debe “dejar escrito el pánico”, sino la fiesta que son los grandes acontecimientos del mundo, incluida la niñez. “Esa fiesta que sigue siendo nuestra vida con las cosas que nos hacen eternos”. Y también la solidaridad con el ser humano como individuo que hoy quiere borrar la apertura universal. La complicidad con la existencia única de cada uno de nosotros. El derecho a hacer con nuestra vida lo que se nos venga en gana, así sepamos que la empresa está perdida. Ese seguir gritando “a pesar de esa especie de globalización, que es una palabra que usan generalmente para fenómenos políticos y económicos”. En este mundo despreciable, el individuo no existe. Es solo una sombra en una pantalla que Mutis se niega a ver. A ello antepone la amistad que “sigue siendo fundamental, porque no nos viene al margen de ese mundo impersonal, generalizado, tonto”. Así son los personajes de Un bel morir y Amirbar.
Otra de las claves para extraer cosas bellas de algo despreciable es, sencillamente, no pensar en el lector. “El instante en que el poeta esté pensando en que está escribiendo para otro, para alguien que va a escuchar, ya empezó mal. Se escribe poesía como se llora, como se escribe, como de pronto llega el pánico y el terror: vago. Si empiezas a pensar en si lo entenderán o no…”. El conocimiento y familiaridad de los grandes acontecimientos históricos, y al mismo tiempo de las cosas simples, es fundamental para construir personajes y espacios que harán historia en la literatura. Los navegantes, el mar, los puertos y los barcos son familiares para Mutis y es allí donde le habría gustado vivir y escribir, y quizás descansar definitivamente, ya que le ha sido difícil acostumbrarse a vivir en tierra firme.
En el mar nunca se me ocurrió abrir un libro. Esos viajes se repitieron varias veces y me dejó esa marca. Después tuve que viajar por trabajo en los barcos petroleros de la Esso desde los puertos colombianos hasta las islas del Caribe.
De ese conocimiento salen los personajes tan familiares también a su mundo, a su entorno soñador y aventurero. Dice al respecto: “Mi relación con el mar… de niño viví en Bruselas. Mi padre era diplomático, y en vacaciones viajaba a Colombia desde Amberes hasta Buenaventura, un puerto sobre el Pacífico. Desde el primer viaje, el mar me dio una sensación doble y muy difícil de tener en forma unida, era una inmensidad absoluta y algo absolutamente familiar. Yo, cuando miré esas olas enormes golpear el barco, eran unos barcos mitad de carga y mitad de pasajeros; cuando se venían esas olas encima, nunca me dio miedo. Era como el mar diciendo: ¡hola, aquí estoy! Y, además, la sensación durante el viaje de vacaciones absolutas. Yo llegaba a tierra y se acababan las vacaciones”.
“En el mar nunca se me ocurrió abrir un libro. Esos viajes se repitieron varias veces y me dejó esa marca. Después tuve que viajar por trabajo en los barcos petroleros de la Esso desde los puertos colombianos hasta las islas del Caribe. Volví a tener la misma sensación. Sí, había un olor continuo a petróleo, a crudo, a gasolina”. “El capitán me dijo antes de que arrancara el barco, ‘me dicen que esta es la cuarta vez que viaja. No coma usted con la oficialidad, coma usted en mi camarote’. Dije que sí, encantado. Hablaba perfecto francés. Entonces, llego yo al desayuno y veo botellas de champaña y botellas de cerveza. Nada de comer. Ocho de la mañana. Cuando ya estaba a punto de gritar ¡viva el partido liberal!, a la una el almuerzo, y la misma historia: cerveza y champaña. Yo pensé: esto va a ser el alcoholismo general progresivo, que era lo que decía Gabo que estábamos destinados a ser. Éramos muy jóvenes. Y así la cena. Pero, al mismo tiempo me contaba unas historias de vida de marinos absolutamente maravillosas.
Otra gran verdad para escribir y trascender es la complicidad con todo lo que es posible novelar y poetizar.
“Yo pensaba: pero así es lo que hay que vivir, champaña, cerveza y mar. Yo siento una familiaridad absoluta. ¿Que hay mal tiempo y que el mar está furioso? En el mar no pasa nada. ¿Que está tranquilo y hay calma chicha?, ok, yo lo miro, y tengo una relación personal con él”. Eso es. Navegar con las estrellas sin astrolabios. Solo así se pueden contemplar en su plenitud y eternidad, y ver la posición de la luna, ver en qué paralelo o meridiano están. El contacto con el cielo es absoluto, esencial. “Oye, ¿qué más quieres? No hay que montar en taxi ni en cosas de esas, ¿no?”. Otra gran verdad para escribir y trascender es la complicidad con todo lo que es posible novelar y poetizar.
Por eso Álvaro Mutis siempre desea hacer posible que “las cosas, las gentes, lo que encuentro, se ponga de mi lado y me ayude a seguir el camino. Casi nunca me fallan, ni las cosas, ni las personas, ni la naturaleza. Los animales, por ejemplo, con los que me entiendo tan bien. Los gatos con los que hablo perfectamente de Proust, ¿me entienden?”.