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La cagada del medio

Cuando las guerras políticas parecían finalizar y abrir camino hacia un nuevo país, una demencia asesina, militarista y avara se tomó sectores claves de la sociedad y todo se pudrió un poco. Se pudrieron un poco las instituciones estatales, las fuerzas militares, la justicia, las guerrillas, las familias, todos nos pudrimos un poco. El miedo nos hizo más pequeños a todos, menos dignos, por acción u omisión.

Imagen de Moshe Harosh en Pixabay

Imagen de Moshe Harosh en Pixabay

Dritten i midten, la cagada del medio, es el apodo noruego para los hermanos del medio en las formaciones familiares de tres descendientes; un apodo que le calza perfectamente a los jóvenes colombianos de los años 90 para acá, mi generación, la de mis hermanos, la de la mayoría de mis conocidos.

Cuando las guerras políticas parecían finalizar y abrir camino hacia un nuevo país, una demencia asesina, militarista y avara se tomó sectores claves de la sociedad y todo se pudrió un poco. Se pudrieron un poco las instituciones estatales, las fuerzas militares, la justicia, las guerrillas, las familias, todos nos pudrimos un poco. El miedo nos hizo más pequeños a todos, menos dignos, por acción u omisión. Todos nos flexionamos al menos levemente, así fuera para esquivar las balas. Siempre hubo excepciones, pero sus representantes más notables fueron asesinados públicamente: Jaime Garzón, Jaime Pardo Leal, Luís Carlos Galán, Chucho Bejarano, Eduardo Umaña, José Antequera, Jesús María Valle, Héctor Abad Gómez y tantos otros menos conocidos, decenas de miles. Vereda por vereda, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, fuimos siendo abatidos espiritual o físicamente y Colombia se oscureció. Fueron apagadas las principales fuentes de la Colombia que se estaba pariendo. La sociedad colombiana fue descuartizada.

Con los pedazos de esperanza que se lograron recoger en medio de la tormenta se hizo una nueva constitución, que jamás ha sido aplicada en su totalidad e integralmente; pero ya era demasiado tarde. “Hay ya unos desgarramientos culturales, entre ellos el del dinero fácil (…) ha contaminado todo el país, la corrupción es inmensa, la penetración de la corrupción está por todas partes, esas son las consecuencias culturales que ya están metidas en el espíritu de Colombia ¡Es como una peste!”. Así lo definió Gabriel García Márquez en una entrevista para la televisión española en 1995 hablando sobre la sociedad colombiana afectada por el narcotráfico. Por esos mismos años fueron las 1280 Almas las que me explicaron ese cuento a mí y a mis amigos, mientras nos emborrachábamos atrincherados en la seguridad de nuestros conjuntos residenciales para sentirnos a gusto en nuestra burbuja.

A mí me salvó la militancia de izquierda, a otros los salvó la música, a otros los salvó su profesión, a otros no los salvo nada ni nadie, se integraron, se fugaron o se suicidaron. Juzgo por lo que pasó con la gente de mi tiempo de colegio, de universidad y de militancia. Faltaba el último gran coletazo de la bestia, los 8 años de Uribe. Mataron otras decenas de miles, millones fueron desplazados, demasiado pocos encontramos el salvavidas del exilio y todavía no para la desbandada de aquellos que buscan otra cosa en el exterior. El punto es que jóvenes de todas las capas sociales quedamos en la mitad. Somos la cagada del medio porque nos tocó el último estertor sangriento de la vieja sociedad colombiana y nunca arribamos a la nueva sociedad más democrática, más igualitaria, que todos prometían y prometimos. La agonía de la descompuesta sociedad colombiana del siglo XX ha resultado demasiado larga, demasiado violenta, a veces parece resucitar.

Los que estamos en el exterior empezamos a reconocer colectivamente todos esos traumas. Gracias al trabajo editorial en EL COMEJÉN he podido constatar que en Estados Unidos, Uruguay, Chile, España, Francia, Alemania, Suecia, Burma, Austria y en otros recodos de la gran esfera, hay gente que está en el mismo cuento. Queremos ser útiles. Volcar nuestras experiencias, compartirlas, en función de ayudar, de hacer algo. Es nuestra terapia, es como pagar una deuda con nuestra propia historia haciendo algo con nuestra condición de privilegio. Pensar y comunicar. Casi todos tenemos en común que el proceso de paz entre el Estado colombiano y las FARC EP nos hizo girar aún más la cabeza y enfocar más nuestra atención sobre el querido platanal.

Para mí, lo maravilloso y verdaderamente sorprendente en esta metamorfosis colectiva de fin de semana, no es que hayamos encontrado colombianos en el exterior dispuestos a transformarse en insectos. Para mí lo deslumbrante es que hayamos encontrado gente de otras latitudes y lectores que se le han medido al mismo cuento, que en el transcurso de un año se haya constituido esta comunidad tan simbólicamente Kafkiana. Ese es el motivo de mi optimismo cotidiano en medio del confinamiento. ¡Hay con quién! Y somos muchos, a pesar de la profunda decadencia de las sociedades occidentales y occidentalizadas.

EL COMEJÉN existe hoy, un año después de su primera edición, porque hay gente que nos lee. Porque compartimos no solo las ideas, sino también los desacuerdos de esas generaciones que hemos quedado en la mitad. A diferencia del adagio noruego, la mierda es lo que nos envuelve, lo que nos queremos sacudir, porque el pasado que nos ofrecen las élites de siempre no sirve y el futuro que ofrecían los tradicionales proyectos de izquierda no convence. Pasa en todo el mundo. Pero no es solo el contenido, es también la forma. En EL COMEJÉN no hay dueños, únicamente lectores. Desde el inicio ha sido una respuesta colectiva al exceso de noticias inútiles, a la ausencia de medios transparentes, integrando los debates locales y globales honestamente. Son tan importantes los que escriben, como los que leen, los que comparten en redes sociales, porque la pandemia nos ha demostrado que la única salida posible es colectiva o no es. Comunidad es la clave.

Mario Mendoza, el escritor que mejor relata la realidad de esas generaciones del medio en las grandes urbes colombianas, le llama a esto trabajo de base. Resistir desde lo que mejor sabemos hacer construyendo colectivamente, reconociéndonos. La escritura, y en el caso de EL COMEJÉN, la comunicación como resistencia. Eso es lo que nos diferencia de los demás proyectos que se emprendieron tras el fin de la revista Semana. La respuesta fue colectiva, horizontal y autónoma. EL COMEJÉN es trabajo de base integralmente, cada seguidor en Facebook, en Instagram, en Twitter, cada lector, ha llegado por interés propio, casi todos ellos por invitación directa. Por eso estamos convencidos de que hay con quien y que este será apenas el primero de muchos años publicando ideas que corroen.

Desde la popa del Titanic. Historiador colombiano residente en Noruega.

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