El 8 de marzo de 2021, el ministro del Tribunal Supremo Federal (STF) Edson Fachin anuló las condenas de Lula relacionadas con el operativo Lava Jato. En medio de tantas arbitrariedades del actual gobierno, esta noticia fue un estímulo en nuestra frágil democracia. Luego de la euforia de la celebración, surgió la pregunta: ¿Por qué solo ahora si la Corte Suprema tenía instrumentos que pusieron en sospecha la operación de Moro durante mucho tiempo?
El más claro de ellos fue el nombramiento del juez como ministro de Justicia de Jair Bolsonaro tras las elecciones en las que Lula no pudo presentarse. Por si esto fuera poco, The Intercept Brasil, con base en datos obtenidos por hackers y analizados por la Policía Federal en 2019, demostró vínculos entre el juez de Curitiba y otros integrantes de la operación Lava Jato interfiriendo directamente en el proceso de Lula.
¿Dónde orbitaban Fachin y su grupo todos estos años? Debemos entender que el STF, como el Congreso nacional, el poder ejecutivo, medios de comunicación, actúan como instrumentos de dominación burguesa. No podemos, por tanto, caer en el romanticismo de exaltar su actuación política puesto que a lo largo de los años ha actuado por conveniencia política. No es casualidad que el acto de nulidad de los procesos de Lula se haya producido precisamente en un contexto donde el poder del STF está permanentemente amenazado por el Gobierno de Bolsonaro. Sí, Bolsonaro sigue siendo un obstáculo para la Corte Suprema. Y para la Corte es necesario eliminarlo del camino. Al parecer, la única forma que encontraron fue volver a poner la figura de Lula en el juego político. El único liderazgo actualmente capaz de vencer al protofascista en las elecciones de 2022.
Este regreso de Lula es una novedad política, y posiblemente la retirada de Bolsonaro es todo lo que más soñamos. Nos preocupa que cualquier expectativa de transformación en nuestro país esté depositada en Lula y el período electoral. Nuestra redención tiene fecha futura, mientras que hoy nuestro país sufre una crisis política, económica y de salud sin precedentes: más de 14 millones de desempleados, casi 117 mil personas sin acceso pleno y permanente a los alimentos y 398 mil muertos por el covid 19. Ante todos estos datos nuestra esperanza se terceriza.
Algunos partidos políticos de izquierda y movimientos sociales con una tradición apartidista reclaman la presencia de Lula en 2022 para resolver todos nuestros problemas. Nos preocupa por la complejidad del presente y la nueva configuración de la economía mundial post-covid que ya no será la misma que encontró Lula en 2003. Es necesario suavizar las pasiones y con ojo crítico prestar atención. Lo que aparenta ser la resolución de nuestros males puede ser en realidad una forma de agravación.
Recordemos el primer discurso de Lula en el Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos de ABC luego de la nulidad de sus procesos por parte del STF. El expresidente hizo una invitación a la conciliación de clases en su próximo gobierno, la misma conciliación presente en la Carta al pueblo brasileño que lo llevó a la presidencia en 2003. Conciliación que imposibilitó la realización de reformas estructurales (agrarias, educativas, políticas) y que, a pesar de las microscópicas políticas sociales, quienes más sacarían provecho de su gobierno serían el sector financiero, el latifundio y la agroindustria. Sectores empresariales que traigo aquí por separado pero que muchas veces se mezclan.
¿Es posible reconciliarse con estas personas de nuevo? Los mismos que saltaron del barco y apoyaron el golpe de Dilma Roussef. No podemos reconciliarnos con lo irreconciliable: el sistema financiero y la justicia social, latifundio y naturaleza, agroindustria y pueblos tradicionales, empresarios y clase trabajadora. La lucha de los países vecinos contra sus gobiernos corruptos debería inspirarnos a salir de nuestro cómodo letargo. Ya hemos puesto demasiado nuestro futuro en manos de otras personas. Incluso nuestra independencia fue lograda por otros -un emperador portugués, nuestro espíritu paternalista y mesiánico ya nos ha herido demasiado-. Necesitamos dar un segundo grito por la independencia, no sentados esperando el período electoral para que ocurran las transformaciones. No sucederán si dependen de los deseos de los demás. Es nuestro deber, el deber de los partidos de izquierda, los movimientos sociales, el ala progresista de la Iglesia fortalecer la cultura política para la emancipación del pueblo, no su esclavitud.