En la tensa situación colombiana consideramos necesaria una relectura comprensiva de las Cartas, sobre todo para dar explicación a los comportamientos colectivos e individuales de estos días y las explicaciones que darían los maestros, no sus sindicatos, sobre hechos que, aun siendo cotidianos, no dejan de ser preocupantes tanto por las medidas del gobierno como por las respuestas a las mismas. Es mucho lo que hay que comprender y mucha la capacidad crítica, “nunca adormecida en los maestros» para discernir entre lo inusitado, es decir, entre lo nuevo, lo raro, lo sorprendente y los argumentos tradicionales para interpretar estos fenómenos.
“No hay cultura ni historia sin riesgo”, es una idea de Freire en la Pedagogía de la indignación, que tal vez ayude a dar explicaciones.
“El riesgo es un ingrediente necesario para la movilización”, escribió en otra de sus cartas y en ella explicó la importancia de la educación, “que, en lugar de intentar negar el riesgo y su carácter inevitable, sí preparaba para distanciar de manera consciente entre quienes se movilizan con intereses distintos”. La interpretación es que una pandemia jamás podrá tener el poder de acomodar o de sublevar de manera emocional a hombres y mujeres conscientes. No nos cabe la menor duda que la convocatoria a paro nacional fue promovida por gentes conscientes y su presencia en las marchas, son actos de elección y decisión, no de personas manipuladas por otras personas. “Sin decisión no se da un primer paso”, escribió Freire en sus cartas.
El anuncio de un proyecto de reforma tributaria sofoca ánimos e indigna a la mayoría del país. Los llamados a “#quedateeencasa” en medio de paro nacional y marchas, no fueron antídotos contra la movilización a pesar del riesgo de contagio, como tampoco para que no ocurrieran desmanes, ni se “vandalizaran” centros de comercio; antes, por el contrario, suscitaron al desafío y a exclamaciones como la de “si un pueblo protesta en medio de una pandemia, es porque su gobierno es más peligroso que un virus”. La exclamación terminó convirtiéndose en consigna nacional.
La dinámica tensa del paro empezó antes de su inicio con el derrumbamiento de la estatua de Sebastián de Belalcázar por indígenas misak. “El pasado no se cambia; se comprende, se rechaza, se acepta, pero no se cambia”, escribió Freire el 24 de abril de 1992 en la Tercera Carta para responder una encuesta, a propósito de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América. Está claro que la cosmovisión cultural del indígena latinoamericano no considera la llegada del europeo como un descubrimiento sino como una conquista, pero en este hecho, el asunto central no es el vandalismo sobre los monumentos históricos, ni que los indios se quieran poner de ruana la opinión de la Academia de Historia del Valle del Cauca, como lo afirmó un miembro de ella; es más, ni siquiera el asunto es sobre el personaje conquistador, sino que la actitud corresponde, en palabras de Paulo Freire “de quien no se adapta a cualquier forma de colonialismo y expoliación o quien se niega a encontrar elementos positivos en un proceso que considera perverso.” Perverso para los misak, representa la continua burla a sus solicitudes. A las mingas indígenas le han incumplido cerca de trescientos acuerdos sobre asistencia social firmados con los gobiernos, solo en el Departamento del Cauca. Para ellos, más irrespetuoso que tumbar una estatua, es la burla a sus firmas.
Escuela y maestros necesitan aportar a la “pedagogización” de la indignación antes de que ésta se conduzca por caminos inciertos, sobre todo para comprender y explicar el hecho de que, en todos los momentos álgidos del confinamiento, el alumnado no ha tenido existencia y están siendo ignoradas sus necesidades, mientras el gobierno sólo da muestras desmesuradas hacia el lucro y la ganancia. En la Primera carta Freire lo expone: “lo que me parece imposible de aceptar es una democracia fundamentada en la ética del mercado que, perversa y solo movida por el lucro, resulta un obstáculo para la democracia”.
Es necesario “pedagogizar” la indignación para interpretar más allá del “sentido común” la incoherencia de medidas de confinamiento y cuarentena dictada por el ejecutivo. Al mismo tiempo que urge reactivar la economía, elude la propuesta de una renta básica para los más necesitados, decreto que reactivaría la capacidad de compra. Es como si a un país devastado por una guerra a su pueblo le impusieran tributos para reactivar la economía, cuando lo que urgen son programas sociales para su recuperación económica. Los estragos que deja la pandemia están cerca a los que deja una guerra.
“Pedagogizar” para entender la indignación que causan las presiones del FMI-Banco Mundial-BID, interesados en la reforma tributaria para otorgarles más préstamos al gobierno, como sucedió en la Asamblea del BID en Barranquilla entre el 17 y 21 de marzo de 2021; se prestaron un poco más 1200 millones de dólares, de los cuales trescientos setenta son para la ciudad. Los bancos no cesan de procurarse ganancias aun en medio de la desolación.
Pedagogía para indignarse ante la ausencia de cuestionamiento en todas las instancias del sistema educativo, que no han podido hacer una evaluación crítica y honesta orientada a reflexionar sobre lo que hemos hecho, estamos haciendo y podemos hacer en tiempos venideros, o para indignarse y distanciarse de la actitud contestataria del magisterio, desde todo punto de vista razonable respecto de las medidas tomadas por el gobierno, pero mejor y lógico hubiera sido avanzar en el estudio de alternativas de solución a problemas que el confinamiento y el salto repentino a la virtualidad trajeron consigo en el desarrollo de los programas curriculares; o también, sobre las dificultades socioemocionales que padecen estudiantes, docentes y madres-padres de familia.
Si la indignación es una reacción espontánea contra algo que se considera inaceptable, dicha reacción debe ser conducida a estados conscientes para que deje de ser espontánea, o sea organizada y no derive en desenfrenos emocionales. No es una tarea solo para partidos políticos; es también una tarea del magisterio colombiano educar a sus educandos a indignarse, porque “en el mundo de la historia, de la cultura, de la política, no constato para adaptarme sino para cambiar”; así lo escribió Paulo Freire en sus Cartas pedagógicas para un mundo revuelto.