“… Ahorita en Colombia el solo hecho de estar en la calle, ya uno ser joven y estar en la calle, es arriesgar la vida… ¿Uno cómo va a dejar a su pueblo? ¿Uno cómo no va a salir a marchar?…Y pues ojalá que el espíritu nos guíe y nos cuide para que podamos sobrevivir y crear un mundo nuevo”. (Lucas Villa q.e.p.d.)
“Porque cuando la tiranía es ley, la revolución es orden” (Residente – Adentro)
“Soñar con un mejor país no puede costarnos la vida” (De un afiche en memoria a Lucas Villa)
Escribo con dolor estas líneas. Lucas Villa ha fallecido. No es el único, son muchos los jóvenes que han caído en este paro nacional. Villa es el símbolo de una juventud que ha decidido levantarse ahora contra un orden establecido. “Orden”, ¡qué cinismo encierra esta palabra! Un orden que obstruye las oportunidades a los jóvenes, que los arroja a la ilegalidad, se sostiene de las empresas mafiosas y de la corrupción que se ha tomado la administración pública, que dispara contra los líderes sociales empeñados en la construcción de la paz y se enseñorea sobre los muertos. ¡Qué tristeza!
Antes el gobierno volvía añicos las protestas y las marchas callejeras. Era muy fácil. Encargaba a los medios noticiosos de culpar de todo a la guerrilla y, de paso, con esa excusa arremetía violentamente contra los manifestantes. En esta ocasión los hechos han demostrado que Colombia entera se ha volcado a las calles, se ha arriesgado a las balas oficiales y a las balas de “fuerzas oscuras” a las que les conviene sembrar el caos. La voz del pueblo es escuchada por todos, llegada a oídos de Residente –cantante boricua– que con su influencia le dio potencia a las voces de los jóvenes que gritaban por un país mejor. “El que no quiere a su patria, no quiere a su madre” como dice la canción Latinoamérica. Ya es imposible que el mundo no haya escuchado el clamor de estas voces.
Tumbada la reforma tributaria, se retomaron reivindicaciones que habían sido alegremente evadidas por el presidente Duque, entre ellas la reforma a la salud, al régimen pensional y el cumplimiento de los acuerdos de paz. No es comprensible la actitud de soberbia y desconocimiento que ha mostrado el gobierno, es inconcebible que en el primer encuentro con los promotores del paro no haya tendido un puente de negociación. Nos hemos quedado perplejos: el país paralizado e incendiado y no había un gesto del ejecutivo que allanara el camino para la concertación.
Hoy el gobierno ha reconsiderado las peticiones del comité de paro y todo parece indicar que estamos cercanos a una mesa de diálogo –no conversación diletante y mentirosa como las anteriores-. Sabemos que las soluciones de fondo no vendrán de la noche a la mañana. La lista de las peticiones es demasiado larga y dudo mucho que un gobierno comprometido y maniatado por los grupos financieros y los empresarios que lo eligieron, de corte neoliberal, las pueda atender. Como maestro y como rector he aprendido que las problemáticas deben enumerarse, priorizarse y resolverse de manera gradual y progresiva.
Todo debe ser resuelto si queremos cumplir los sueños de una nación incluyente, equitativa y justa, que ha lanzado a los colombianos a la calle, pero hay que ser realistas: no será este gobierno quien pueda acometer todos esos cambios. Mantenerse en el paro “hasta que sean satisfechas todas las reivindicaciones” es un despropósito, con que se concreten las prioritarias es ya un triunfo de este movimiento popular. No se le puede hacer el juego al gobierno desgastándose en permanecer en las calles para agrietar la confianza ciudadana y generar los conflictos entre los propios hermanos, de unos y otros barrios, de unos y otros sectores sociales. Ese es un discurso clasista bastante trasnochado y que solo trae réditos a quienes desean dividir este movimiento de protesta social.
Este despertar de los jóvenes, este compromiso que han expresado con el país, con su presente, con las causas sociales, con la construcción de la paz, debe aprovecharse para gestar nuevos liderazgos, nuevas miradas y lecturas constructivas de la nación que tenemos y de la nación que soñamos. Se aprende haciendo, es el dictado con el que la nueva escuela superó a la escuela tradicional y no podemos desperdiciar esta oportunidad para apalancar los cambios profundos que hace tantos años reclama Colombia. Por ello hablo de “nuevos liderazgos”, sangre nueva, sin vicios politiqueros, sin visiones sectarias o casadas con odios políticos, personas que depongan sus intereses particulares y conviertan las causas comunes en las dignas de librarse. Se trata de una tarea de largo aliento, de no tragar entero y no dejarse “contaminar” con las viejas formas de hacer política.
“Toca, toca asumir”, dice en el audio Lucas Villa, cuando le cuenta a un primo que saldrá a marchar el 5 de mayo. Estoy de acuerdo, es hora de “asumir”, pero no solo los jóvenes deben asumir. Todos debemos ponernos la camiseta y ser parte de los cambios por los que tantos colombianos ofrendaron su vida en el paro nacional más largo de nuestra historia. Mientras “orden” es una palabra paradójica por el desorden en que nos ha sumido, la palabra “asumir” nos remite al imperativo kantiano de la “responsabilidad” como base ética de cualquier comunidad. Asumir no es otra cosa, siguiendo a Kant, que el uso creativo y propositivo de nuestra libertad. Algo aparentemente obvio, pero que nos ha costado tanta violencia, tantos muertos, tanta injusticia.
El humorista Jaime Garzón “asumir” lo resumía en la frase “porque como esto no es mío” y, con ese dicho, todos resultábamos evadiendo la responsabilidad de lo que nos pasaba. Garzón lo tenía claro: “asumir” era un asunto de sentido de nación, de sentirnos parte de un proyecto político llamado Colombia y por eso decía a los estudiantes: “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvarlo. ¡Nadie!”.
No es la hora de claudicar, pero tampoco lo es la de permitir el desgaste de la movilización ciudadana. Es el momento de la sensatez y de las decisiones estratégicas: consolidar los puntos más sensibles del pliego de peticiones, refrendados con veeduría internacional –para evitar que sean burlados por el Ejecutivo- y fortalecer las formas organizativas que han empujado el paro y las que han nacido a su calor, para convertirlas en las fuerzas nuevas, en los nuevos liderazgos que requiere esa nueva Colombia que todos soñamos. Esto es, como lo dijo Lucas Villa, un asunto de todos… ¡toca, toca asumir!