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Una lección desde Turbaco

Colombia, la del paro nacional, debería mirar más de cerca la historia de Turbaco y su alcalde, el cantor popular y excombatiente guerrillero alzado en canto Guillermo Torres Cueter. Es el espejo clarísimo que explica por qué estamos como estamos y da luces sobre lo que se debe hacer ahora que se levantan los bloqueos.

Turbaco, Colombia

Yurbaco. Ilustración de Cami Marín para EL COMEJÉN

Tres guerreros Yurbacos, atléticos, armados, lanzando gritos de furia que aturden al mirarlos, surcan la plaza central de Turbaco a toda velocidad. Justo cuando parecen asestar el primer golpe a los invasores europeos quedan suspendidos para siempre en la escultura principal de la plaza. En Turbaco no había estatua de conquistador que tumbar durante el paro nacional.

Desde siempre este ha sido un pueblo rebelde. Los Yurbacos fueron de los primeros en ofrecer batalla a los conquistadores. Fueron ellos quienes pasaron por las armas al cartógrafo invasor, acompañante de Colón, Juan de la Cosa. Quizás por esa rebeldía, además del aire fresco que acaricia al pueblo por alzarse unos metros sobre el nivel del mar tan cerca de Cartagena, era que Simón Bolívar buscaba acampar allí a la más mínima oportunidad. Los turbaqueros y turbaqueras crecieron con las historias de El Libertador bailando sobre las mesas, con los cuentos de sus novias en el pueblo y el coraje de los gallos de pelea de don Simón. Dicen que en Turbaco fue donde le levantaron el ánimo luego de su derrota en Puerto Cabello. La huella de El Libertador está tan presente en la cotidianidad de Turbaco, que el edificio de la alcaldía, que también alberga al Concejo Municipal y otras instituciones locales, era su cuartel. La gente sabe hasta de que argollas guindaba la hamaca Simón.

Nada sorprendente entonces que Turbaco haya sido el único municipio en Colombia que eligió a un excombatiente de las FARC como su alcalde. Guillermo Torres, conocido en las filas guerrilleras como Julián Conrado, representa el mayor éxito en la reincorporación de los excombatientes. Su elección como alcalde es un gesto enorme de paz que Colombia todavía no le reconoce a Turbaco. Fueron las elecciones más concurridas de su historia y Guillermo fue elegido alcalde con un poco más del 50 % de los votos.

En enero de 2020 el alcalde y cantor popular, como él mismo se define, recibió un municipio con la sobretasa a la gasolina pignorada, es decir, empeñada, y de ñapa sancionado por el Ministerio de Hacienda sin acceso a los recursos que le corresponden por regalías. Que Turbaco, sin dos de las principales fuentes de ingresos de cualquier municipio, haya resistido a la pandemia y avance en su lucha por los servicios públicos, la cultura, la paz y contra la corrupción, es un acto heroico.

Colombia, la del paro nacional, debería mirar más de cerca la historia de Turbaco y su alcalde, el excombatiente guerrillero alzado en canto Guillermo Torres Cueter. Es el espejo clarísimo que explica por qué estamos como estamos y da luces sobre lo que se debe hacer ahora que se levantan los bloqueos.

Sentado en su despacho, flanqueado por la figura tutelar de El Libertador y un cristo negro, Guillermo cuenta que desde que tiene memoria está reclamando por algo. Siendo estudiante, en 1972, organizó un grupo de amigos, un colectivo llamado “Yurbaco Libre”, pero los problemas empezarían más adelante con su primera canción. En 1973 se decía en el pueblo que el alcalde se había robado una volqueta, y Guillermo compuso una canción sobre el robo:

“Aquí en esa esquina del parque yo aprendí lo que era el Estado, ahí cuando canté mi primera canción, denunciando un acto de corrupción, una violación de un mandamiento de dios, me echaron la policía. A partir de ahí empecé yo a sufrir los primeros garrotazos, los primeros bolillazos, las primeras patadas, los primeros culatazos, y así aprendí yo qué era el Estado y que contra ese Estado había que levantarse”.

Lo que movía a Guillermo y a su combo era la falta de servicios públicos. En esa época, los habitantes de Turbaco debían bajar hasta el arroyo con sus canecas y burros para recoger el agua de uso diario. En ese miso año, 1973, instalaron el primer acueducto en el pueblo, pero la situación del agua empeoró. Antes todos sabían que tenían que bajar al río, ahora nunca salía agua de las tuberías, pero tenían que pagar una cuenta mensual por acueducto.

“Yurbaco Libre” fomentó entonces la creación del primer Comité Cívico Popular para reclamar por el servicio de agua y ese comité convocó un paro cívico popular:

“El primer grito lo dimos en la esquina del parque, de ahí salimos los primeros Turbaqueros a bloquear la carretera, era la troncal del Caribe, si nosotros parábamos aquí se cortaba la vía entre la costa y el interior. Nosotros lo que pedíamos era agua y protestábamos pacíficamente. Pero con nosotros nadie fue a dialogar, lo que nos mandaron fue la policía antimotines. Otra vez el Estado echando gases lacrimógenos y disparando. Y siguió una represión tremenda, unos tuvieron que salir del país, a otros los metieron presos. Un día yo salí de una reunión en Cartagena y sentí como unos latigazos en el cuello, y resultó que me estaban disparando y los latigazos eran del plomo que me rozaban la nuca. Yo no tengo vocación bélica, yo soy un cantor, lo último que yo pensaba era ser guerrillero, pero fueron las acciones violentas del Estado las que me llevaron hasta allá”.

La historia de hace 50 años que cuenta Guillermo parece calcada de las historias y hechos que Colombia y el mundo han podido escuchar, ver y sentir durante el paro nacional del 2021. 50 años después el Estado sigue enviando tanquetas y matando manifestantes. 50 años después el Estado se niega a dialogar, a negociar y a reconocer a los manifestantes y sus organizaciones como una legítima expresión democrática. Así empezó la guerra que ha fracturado al país y descompuesto su sociedad. La guerra de las élites corruptas y traquetas que les ha permitido gobernar sin interrupciones hasta el día de hoy. Pero el país ha cambiado tras el proceso de paz con las FARC. Los jóvenes en el Viaducto Lucas Villa, en Puerto Resistencia, en el Portal de la Resistencia, y en cada calle donde se resiste, se niegan a un futuro de guerra.

Hace apenas unos días, Guillermo logró que liberaran los recursos de las regalías para el municipio de Turbaco. Es un triunfo enorme para un alcalde sin muchos amigos en el gobierno, un gran avance para la movilización popular turbaquera que decidió desalojar a los corruptos del poder local. Serán 3000 millones de pesos que se repartirán entre el nuevo hospital y el nuevo acueducto.

A Guillermo, quien comenzó su activismo en la primera línea de 1973, el viejo país lo obligó a una vida de guerra para luego volver a su pueblo como alcalde y seguir su lucha por el agua. Es nuestra responsabilidad que esto no vuelva a pasar en el 2021. Luego del paro nacional los ciudadanos y ciudadanas debemos evitar una nueva guerra asegurando una transformación que nazca de las urnas en las elecciones de 2022. Debe ser como el triunfo en Turbaco, masivo, alegre, honesto y en paz. Los bloqueos y las asambleas populares que surgieron con el paro no pueden perder de vista acumulados tan valiosos como los de Guillermo y el pueblo de Turbaco, porque como afirma el alcalde cantor “el Estado no es solo la doctrina, sino también la gente”.

Desde la popa del Titanic. Historiador colombiano residente en Noruega.

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