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La educación no admite temas vedados ni tabúes

En la escuela circulan todos los discursos y es la escuela el escenario ideal para escudriñarlos e interpretarlos. Que no se nos pida permanecer callados. Que se nos pida más bien velar por la democracia, por los derechos humanos, por una sociedad justa y pluralista, por un país que cuida la memoria histórica.

Imagen de Camila Marín para EL COMEJÉN

Imagen de Camila Marín para EL COMEJÉN

“Es en la relación entre mundo, vida y escuela o entre enseñanza, existencia y escuela donde aparecen las preguntas más álgidas y más interesantes”. Carlos Skliar

¿Debe o no hablarse en las clases sobre sucesos recientes del país y del mundo? Esta es una pregunta que ha venido suscitando controversia en las redes sociales, con motivo de la intervención de un padre de familia en la clase virtual de su hijo en el Colegio La Merced, de Cali, en la que el profesor hablaba sobre el paro nacional con sus estudiantes. Quiero examinar varias caras de la situación y plantear el lugar que, considero, debe tener la escuela en el análisis de hechos recientes y, en general, de hechos del pasado que han marcado la historia nacional y mundial.

Conocemos una sola parte de la clase, es decir, no sabemos el contexto en el que se llega a dicha temática. Por lo tanto, podemos pecar en nuestra apreciación. Lo que compromete al profesor –en aquello de tomar partido antes que los estudiantes opinen- es que en la pantalla compartida aparezca la frase “A parar para avanzar”. Distinto sería que en su pantalla hubiese escrito: “Paremos… para hablar del paro nacional”. La pantalla compartida por el profesor direcciona las posibles respuestas de los estudiantes. Cierra de tajo otras posibles interpretaciones de lo ocurrido en el paro nacional. 

El título que propongo abre el diálogo, permite la expresión abierta de opiniones por parte de los estudiantes. Un tema de tanta trascendencia debe ser explorado con gran profundidad. ¿Puede el maestro dar su punto de vista? ¡Claro que sí!, pero no debe ser la voz cantante, ni la voz absoluta; con su disertación y sus preguntas lo que debe pretender es estimular el debate, contrastar opiniones e inducir a que se entienda que la contradicción es el principio de la dialéctica.

Siempre recomiendo a los maestros iniciar sus clases con un saludo, abrir el espacio para la charla, llamar al acercamiento de las voces y de los rostros, con mayor razón si esta se lleva a cabo en la modalidad virtual. Por eso, lo primero que me llamó la atención en la grabación compartida por el padre de familia es que todas las pantallas están apagadas. ¡Qué oscuridad y qué lejanía la que supone esa conversación sin caras a la vista! ¿Cómo iniciar una charla así? Insisto a los profesores que esto no se puede permitir. ¿Cómo saber sobre el estado emocional de nuestros estudiantes? ¿Cómo no romper el hielo con un saludo gratificante, con un fragmento de un texto literario, de una poesía, con una frase que invite a reflexionar, con una canción que nos gustó? ¿Cómo se encuentran el día de hoy? De la situación ocurrida me parece válida la invitación del docente: “Los invito a que, junto a sus familias, no se queden en la inmediatez de las situaciones, sino que hagamos el esfuerzo de proyectarnos en la historia y en el futuro, y podamos analizar y reflexionar”.

Como maestros debemos orientar el camino para la lectura crítica y la construcción del pensamiento, no debemos precipitarnos a dar nuestro punto de vista, sin haberlos invitado a documentarse y a prepararse para una clase que debe comprometer la participación de todos. El maestro no puede permanecer callado y pasar de largo por lo que sucede en su contexto y en el mundo. Impensable no hablar del cambio climático, de la violencia de género, de la sexualidad… del paro nacional (todos los temas), no puede haber temas vedados ni temas tabúes para la educación. 

Lo contrario sería volver a la Edad Media y a la educación confesional, pero debe hacerse con la amplitud de conocer los distintos puntos de vista y que el debate se enriquezca en el tire y afloje de las intervenciones de los estudiantes. El maestro modera y contra pregunta: ¿cuál es la fuente de lo que acabas de decir? ¿Cuál es la procedencia de su autor: noticiero, empresa, institución o lo hace a título personal? ¿Cómo puedes demostrarlo? ¿Confirmaste la veracidad del mensaje de WhatsApp? ¿Saben qué son las “fake news” y qué intereses se esconden detrás de ellas? ¿Te tomaste el trabajo de confrontar esa información con otro medio informativo? ¿Cuándo un suceso se convierte en hecho histórico? ¿Por qué este paro nacional puede considerarse como un hecho histórico?

Con unas preguntas bien planteadas se retoma el acontecimiento y la clase se convierte en escenario para propiciar el pensamiento crítico. Comparto las digresiones de Estanislao Zuleta, la escuela no es para llenarla de respuestas es para llenarla de preguntas, de inquietudes, de estimular el conocimiento de otras maneras de ver el mundo y tener siempre en mente que ninguna verdad es inamovible: “… la democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es enriquecedora; que la propia visión del mundo no es definitiva ni segura porque la confrontación con otras podría obligarme a cambiarla o a enriquecerla; que la verdad no es la que yo propongo sino la que resulta del debate, del conflicto; que el pluralismo no hay que aceptarlo resignadamente sino como resultado de reconocer el hecho de que los hombres, para mi desgracia, no marchan al unísono como los relojes; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o convicciones, debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la esperanza de que la confrontación de opiniones mejorará nuestros puntos de vista”.

Pluralismo, el reconocimiento de “esos otros” que piensan distinto a mí, modestia para escuchar y reflexionar sobre lo escuchado: criterios que tanto nos cuesta aplicar en el momento crucial que vive el país. Siempre ha sido más fácil unirse a los fanatismos, al seguimiento a ciegas de un líder y de allí con gran facilidad caer en la descalificación, en el odio, en la venganza. Situaciones como estas han sido el común denominador de buena parte de nuestra historia. Como borregos llevados por discursos enardecidos a la confrontación, a desaparecer al contrario. La escuela es un escenario por excelencia privilegiado para interiorizar los valores de la democracia y en una democracia deben ventilarse todos los temas, no debe haber ninguno vedado. No hablar de lo que sucede es una manera de no afrontar la tarea que tiene la escuela de formar jóvenes para la vida, y que le aporten a la construcción de la paz. Ojalá formemos estudiantes inquietos que se preocupan por conocer la historia para tener elementos de juicio que les permitan entender el presente y estudiantes propositivos que configuran senderos distintos para darnos la oportunidad de un país mejor, que haga realidad la Colombia pluralista, justa e incluyente que aparece enunciada en su carta constitucional.

¿Cómo no hablar de hechos recientes y permanecer indiferentes? El nuevo ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación fue denunciado por su participación comprobada en plagio de documentos académicos. Y digno de Macondo: el nombramiento –hace dos años- de Darío Acevedo como director del Centro de Memoria Histórica, un personaje que niega la existencia del conflicto armado en Colombia. Causa risa –y escozor-, se nombra a un desmemoriado como director de la institución que debe proteger la memoria histórica.

¿No hablar de los falsos positivos en clase? Lo hizo la profesora Sandra Ximena Caicedo, de la institución Libardo Madrid de Cali y fue víctima de acoso y amenazas en las redes. Mauricio Reina, analista de un noticiero nacional, conceptuó: “Sí, es razonable que los muchachos de un nivel de noveno grado reflexionen sobre la situación del país, el pasado reciente, los sucesos políticos, los sucesos de orden público, los sucesos institucionales de los últimos lustros, eso es fundamental para formar ciudadanos, para formar cultura política, que se conozca la historia reciente del país”.

Haciendo la revisión del trabajo propuesto por la docente, sólo haría la salvedad en la formulación de algunas preguntas para que, insisto, sean los mismos estudiantes quienes lleguen a sus conclusiones y no haya, de antemano, direccionamiento a la respuesta esperada. Coincido con la apreciación de Reina, solo en la lectura juiciosa, la investigación, la triangulación de versiones, el conocimiento de testimonios, la revisión de videos, en la memoria oral que reposa en nuestras familias, puede asegurarse un acercamiento serio a la historia de nuestro país y contribuir, de paso, a la construcción de opinión en nuestros estudiantes. Una construcción que tiene su base en la formación familiar, se va edificando con el ingreso de los niños y jóvenes en la vida pública y se hace crucial con su llegada a la escuela. Una construcción, por tanto, que es a la vez social, histórica y cultural. Una tarea de construcción de pensamiento e identidad que es transversal a cualquier proyecto educativo. En esa dirección ha estado encaminada la discusión sobre si la historia debe volver como cátedra o si debeestar integrada a las ciencias sociales. En 2018, la directora de Calidad para la Educación Preescolar, Básica y Media del Ministerio de Educación, Mónica Ramírez Peñuela, relacionaba el estudio de la historia con los procesos de pensamiento:

“Queremos que a través de esta materia se fortalezca la competencia del pensamiento crítico. Es decir, si queremos ciudadanos críticos que transformen sus contextos no se les puede enseñar solo unos contenidos y unos hechos, es enseñar a pensar”.

Las competencias ciudadanas no son otra cosa que habilidades para participar en las grandes decisiones del país; competencias que exigen un asomo respetuoso y gozoso a la cultura universal, a la mixtura de culturas que forman naciones, a las formaciones culturales que burlan los límites físicos que aparecen en los mapas; competencias que les permitan transitar los discursos disímiles y abundantes que son representaciones de la realidad y de su interpretación; competencias lectoras y tecnológicas que les permitan navegar por las redes virtuales y apropiarse de las congojas del mundo; competencias éticas para salvaguardar la vida en todas sus manifestaciones; competencias que permitan a nuestros estudiantes, como afirma Touirane, ser sujetos con capacidad para reflexionar por sí mismos, ser creadores de sentido y de cambio, de relaciones sociales, de instituciones políticas, ser sujetos y actores críticos de la historia de su comunidad y de su propia historia.

En la escuela circulan todos los discursos y es la escuela el escenario ideal para escudriñarlos e interpretarlos. Que no se nos pida permanecer callados. Que se nos pida más bien velar por la democracia, por los derechos humanos, por una sociedad justa y pluralista, por un país que cuida la memoria histórica, por una nación que se reconoce en sus raíces y estudia su pasado, para forjar un futuro diferente. Que se nos pida despertar el pensamiento crítico y perseverar en una pedagogía de la paz. Somos parte del problema y queremos ser parte de la solución, como afirma Carlos Skliar:

“La educación está para salvar al mundo, para impedir que el mundo se deshaga. Lo que está en juego en la educación es el mundo”. 

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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