En una plática reciente adquirí la consciencia de lo que es para Colombia una ciudad como Tunja, en el departamento de Boyacá. Comprendí que, en Tunja, por una extraña e histórica razón, uno puede estar en la plaza de Bolívar, en el ombligo de la ciudad y a la vez, estar abriendo portales del tiempo: estar en la Tunja colonial, la Tunja diversa, literaria, artística, campesina, todas son posibilidades de viajes del tiempo, son tiempos que pueden chocar pero que genuinamente coexisten, se frotan, son uno y miles.
En Tunja uno es un viajero por túneles interdimensionales, también un viajero del tiempo, el sonido y el olor. Lo sé porque lo he visto, sentido y he sido testigo de las formas en las que los habitantes de Tunja “habitan todos los tiempos”. Van de un lugar a otro, de forma orgánica y natural sin ser conscientes, solo maravillados, de los miles de días que separan y unen la calle del Escribano a los transeúntes. Viajar por Tunja es saltar páginas que se traducen en días e historias, saltar por Tunja es crear literatura y ser parte de ella; hacer de los días las lecturas más cortas y a la vez, en ese mismo día, sentir el aroma de la cebada, la cebolla, la papa y la leche recién ordeñada.
Estar allí es habitar la historia de Colombia y transitarla. Pasar una calle, una acera, una página, es sentir el campo en una gota de agua trasladarse a esa desmesurada rapidez con la cual el tiempo parece comerse los días. He sido testigo de la magia presente en este pedazo de vida y de historia por seguir contando. En Tunja, por ejemplo, en 2019, junto a mi padre, de sombrero y chaqueta, recorrimos la plaza de Bolívar, comimos durazno, tomamos tinto y viajamos por la memoria de él, recordando que allí no parece caerse ni un ladrillo, pero, la ciudad sigue creciendo, sigue pasando tiempo sin pasar, cantando versos una y otra vez.
Y valoro todo esto, y aun lo que está por contar porque, necio por escribir, a veces quisiera pausar el tiempo y recordar más despacio, sentir despacio y de a poco el vendaval. Posiblemente escribo para ello, para sentir y saber, para ser consciente de que todo no es tan fugaz, que hay lugares eternos y que el tiempo es apenas un elemento, un paso, un sentir.
Me afana no vivir despacio, y en Tunja, viajando por el tiempo, he descubierto que allí se puede pasar la vida, Escri-viendo. Valoro el tiempo y los viajes y los sitios que lo permiten; los lugares que penetran el tiempo y el espacio y ensanchan nuestra consciencia y permiten que todo no sea netamente de un plano, más bien, que el mundo sea un abrir y cerrar portales, pasadizos y umbrales. Esto lo hace Tunja, y esto, hace Tunja por uno.