Y todavía tarareas
la tonadilla ancestral
mientras en todas las aldeas
del litoral,
entre el batir de las mareas,
la vida cumple su ritual como tú,
como el clan…
Helcías Martán Góngora
No puedo dejar la costumbre de ir en contravía, de abandonar el camino trillado, como lo dijera Facundo Cabral: “… no sigo el camino pues lo seguro ya no tiene misterio”. Por eso a mis allegados les tomó por sorpresa que decidiera ir de paseo a Tumaco. Para ellos era como decirles que me iba de paseo con la muerte. Tristemente ese es el referente que se ha ganado en los últimos años la famosa “Perla del Pacífico”. Ríos de oro acompañados de ríos de sangre. La riqueza a borbotones y la pobreza por montones. No me importaron las advertencias, recibí las bendiciones y viajé a esa zona signada por la violencia y el abandono.
Al salir del aeropuerto, llamado San Andrés de Tumaco, entre la multitud que se agolpaba para ver a los recién llegados, observé a un negro delgado con pinta de intelectual y de buen trato. Un verdadero Quijote del litoral: Onésimo González Biojó. En el cruce de nuestras miradas sentí un buen presagio de lo que nos deparaba este encuentro.
Para mí no era un viaje riesgoso. Siempre he creído que a las regiones se debe llegar de la mano de conocidos para no sentirse forastero. Ya tenía ese terreno adelantado, un amigo peruano, dedicado a la gastronomía, me había regalado el contacto de Onésimo, así que con él me pude mover como pez en el agua. Pero mi destino no era realmente Tumaco, se trataba de una vereda ubicada en el litoral, a cuarenta minutos en lancha de la cabecera municipal. Su nombre: Soledad Curay, tenía imán literario y auguraba igualmente un mar de sorpresas.
Más que la presencia de actores ilegales me tenía pensativo el viaje en lancha. Siempre he escuchado que el Pacífico es más agreste que el Atlántico, se venían a mi memoria los estragos de antiguos maremotos y mis sustos por el Paso del Tigre cuando se viaja de Buenaventura rumbo a Juanchaco y Ladrilleros. Para mi fortuna el mar estaba calmo y quienes conducían la lancha eran hombres curtidos en su oficio, que por su amabilidad y su charla cargada de apuntes curiosos me prodigaron un viaje entretenido y tranquilo.
El camino a Soledad Curay fue una travesía cromática de verdes y azules, de mar y selva. Me esperaban la familia de Onésimo, líder de este rincón de Colombia, y algunos de sus vecinos. De entrada, me sentí acogido por todos. Onésimo soltó su primera perla:
-Bienvenido a este regalo del cielo, donde la tierra y el mar son de todos. De allí en adelante me acompañó la perplejidad, el jolgorio y múltiples aprendizajes.
“El mar puede con todo”
Navegando en la lancha para llegar a mi destino nos encontramos con unos pescadores que al verlos Onésimo ordenó que nos acercáramos, pudimos presenciar que al tirar el chinchorro este les salió lleno de basura -plástico en su mayoría-, icopor y material inorgánico de todo tipo. Unos pocos langostinos y algunos peces medianos. Los pescadores quitaron lo poco que habían recogido y devolvieron la basura, como de costumbre, al mar. Mi dolor aumentó, pero le agradecí a Onésimo el enseñarme la cruda realidad. Él me dijo:
-Mire profe cómo el mar, al igual que el papel, puede con todo. Y terminó cuestionando, ¿quién sabe hasta cuándo?
Quién lo diría: la Perla del Pacífico no tiene alcantarillado. Es parte de la Colombia profunda, lugares y comunidades al garete, donde el estado brilla por su ausencia.
La sorpresa
La dormida de la primera noche fue tempranera, se apagó la planta eléctrica y se prendieron algunas velas. Otros nos quedamos al pie del fogón escuchando las historias. El rumor del mar, el sube y baja de la marea, las aves buscando sus nidos. El viento enredado entre las cañas y las palmeras eran cómplices de los relatos que escuchaba embelesado.
Al día siguiente Onésimo se dedicó a mostrarme el emprendimiento que sirve de sostén económico a él y su familia y a los habitantes de Soledad Curay.
Este hombre me hablaba como un científico cuando me iba mostrando la máquina: un trapiche, que le dio nombre a su emprendimiento: “MANO de BUEY”, absolutamente de madera donde al pasar las cañas, que han sido juiciosamente cultivadas de manera orgánicas y bien seleccionadas, pasan por las masas cilíndricas, se exprimen y esto es la materia prima para producir el viche. Este licor es un elixir, Onésimo aspira darle estatus para que pueda competir en el mercado de las bebidas alcohólicas.
Así me iba explicando, con mucha propiedad, los diferentes productos que llevaba al mercado, a partir del viche: el curao, el de plátano y el de mamey por el momento, debido a que todavía se siguen haciendo muchas experimentaciones.
Con un trapiche artesanal y los saberes que su padre le compartió desde que era niño, este hombre ha logrado que toda su comunidad se dedique a la siembra de caña y al procesamiento de este producto. Gracias a su perseverancia y a las exigencias asépticas y de salubridad que tiene en el procesamiento del viche, su marca ha ganado fama a nivel nacional y está incursionando en otros países. Lo que podría asegurar una buena fuente de ingresos para su comunidad.
Sin embargo, interpreto las palabras de Onésimo, es necesario un apalancamiento económico que les permita ampliar la comercialización y garantizar, de paso, solvencia y calidad de vida a los pobladores. Este personaje visionario afirma que algún día sus productos van a competir y desfilar en todas pasarelas etílicas, al lado de otros licores como el vino, el vodka y el tequila.
Sincretismo cultural
Esa noche hubo celebración religiosa, entre altares a la Virgen del Carmen, alabanzas, arrullos y alabaos. La planta eléctrica, que se enciende a las 6:00 pm y se apaga a las 10:00 pm, por ese día no se apagó en toda la noche. Y la fiesta se prendió. El viche rodaba de manera copiosa al igual que la comida. Toda la comunidad, incluyéndome, nos movíamos al ritmo de las cantaoras, las maracas, del bombo y el cununo. Comimos y bebimos a nuestras anchas. Todos participaban y entonaban cánticos. Hace tiempo no tenía la oportunidad de ver una comunidad tan unida en el trabajo cotidiano, en la recogida de las cañas, en el seguimiento juicioso del destilado del viche, en el compartir de los frutos del mar y, en especial, en esta celebración que se prolongó hasta el amanecer. Con unos cuantos borrachos que de manera pacífica se fueron quedando dormidos en el lecho cálido de la playa, pero sin ningún altercado o pelea que empañara la fiesta.
En amaneceres y despedida
Mientras estaba allí pensaba en los otros, en los que caminan con sigilo y a los que parece proteger la manigua. Andan por ahí. Onésimo expresó:
-Ellos no se meten con nosotros, andan en sus asuntos y nos dejan tranquilos y nosotros tampoco dependemos de ellos.
Ante tal respuesta, pregunté:
– ¿Y si llega el ejército?:
– Ellos pasan cerca y se hacen los de la vista gorda.
Con eso tuve para saber que no hay intervención gubernamental y quizá así sea mejor. Ellos han estado allí por años: entre el dulzor de la caña, la sal del mar y el ardiente, pero curativo sabor del viche. A veces todo se ve empañado por la lluvia y no esa que solemos disfrutar e incluso agradecer cuando el tiempo es inclemente. Es la lluvia del glifosato que ha paralizado gran parte de los cultivos y con ello ha minimizado la fuente de ingresos.
– ¿Han recibido ayuda del gobierno actual?
– Nada, ni un solo peso. Uno no sabe qué es peor: si vivir en la orfandad y soportar la presión de los grupos armados ilegales o “sentir la presencia del Estado”, que en el momento de ver florecer una empresa comunitaria nos puede poner a flaquear con su sarta de impuestos y con las leguleyadas de infinitos papeleos para evitar que nuestro producto ingrese a la legalidad.
Onésimo es el prototipo de líder nato. Ha debido trasladarse a capitales del departamento para cualificarse en conocimientos tecnológicos, pero no se ha dejado tentar por el espejismo de aquellas. Siempre ha retornado a Soledad Curay y todos sus sueños están cifrados en no dejar que la cultura del viche, que heredara de sus antepasados, desaparezca.
– No queremos que se nos regale nada -nos dice con sapiencia Onésimo. No es sano para ninguna comunidad que la gente se acostumbre a que todo llegue de parte de “papá estado”. Lo que las comunidades requieren es apoyo para sus emprendimientos económicos y que el estado las asesore y les permita insertarse en cadenas productivas que le den sostenibilidad a sus negocios.
El cielo está despejado a mi regreso. Me aproximo de nuevo a Tumaco, una perla que se apaga en sus problemas y sus dolores. Mientras escuchó el chapoteo de la lancha al surcar el océano me preguntó: ¿Es tan difícil que se gobierne para la gente? ¿Por qué no se empodera a las comunidades en el programa de sustitución de cultivos partiendo de sus problemáticas y sus contextos? Voy dejando en el vaivén un puerto atenazado. Traigo en mi corazón la calidez de esta bella comunidad.
Para querer a Colombia tenemos que empezar por conocerla. Este viaje me aterriza de manera abrupta a la realidad de las llamadas zonas de frontera, a la realidad que he vivido en carne propia en la ruralidad. Estas regiones han pasado vidas enteras en el abandono oficial… en las manos de Dios. La soledad existe, pero ¿Cuándo dejara de existir para estas comunidades? Ya nuestro Nobel, García Márquez, advertía esa connotación de la palabra soledad cuando la aplicaba a esa otra Colombia olvidada, dejada en la orfandad por el estado. Me uno a su sueño por una Colombia “donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”