Me encontré con mi compadre Anselmo en las afueras del parque del Retiro de Madrid durante la manifestación contra la visita a España del presidente de Colombia Iván Duque y la presentación de su libro Economía Naranja. Según mi compadre, el motivo por el cual el presidente excluyó a los buenos y reconocidos escritores de su país de la 80 Feria del Libro de Madrid, es porque quería debutar como autor, ya que como van las cosas, y él las intuye y las siente, sus hazañas al frente de la presidencia son de tal magnitud que este libro no es ni la sombra de lo que vendrá en el futuro. Asistimos al nacimiento de un quijote de las letras, dijo mi amigo.
En eso va a rivalizar con su mujer, que también ha escrito una biografía donde relata las penas y las glorias de ser primera dama de una nación que no sabe a dónde va. Fíjese, compadre, explicó Anselmo, el libro que presenta ahora trata de cómo hacer de todo el mundo un empresario, un acontecimiento histórico que ya tiene el germen quijotesco de lo que viene. En adelante, sus libros serán, aunque se burle de mí, ni más ni menos que los capítulos que se le olvidaron a Cervantes.
¿Se imagina?, siguió mi acompañante casual, un libro donde se narren todas las hazañas del doctor Iván Duque. Será el próximo Quijote de la lengua castellana y ferias como éstas le quedarán chiquiticas. Un hombre como éste, que ha rescatado la guerra para Colombia que algunos insensatos la habían negociado con el pretexto de la paz, eso es tener genio militar, político y de todo lo demás. Será un libro épico. Narrará cómo las bandas paramilitares bajo su mando, o la vista gorda, que también es una estrategia militar, ocuparon los territorios que abandonaron las guerrillas que se acogieron al Acuerdo de Paz; relatará los geniales trucos de los entrampamientos para provocar las disidencias, los asesinatos de sus miembros y la recuperación definitiva del estado de guerra que necesita el país para seguir creciendo y garantizar la estancia en el poder.
Es que el doctor Duque viene muy aconsejado desde la época de su papá, me dijo al oído, pues el retumbar de los tambores, las flautas y los gritos de “Uribe, paraco el pueblo está verraco” y “Duque fuera de la feria”, ahogaba a ratos su voz. Lo que le alcance a oír, y a medias, es que el padre de Duque siempre le dijo que había que pensar en grande. Fue ahí que comprendí que cuando recién llegó a la presidencia, urgido por hacer cosas grandes, preguntó cuáles eran las obras de infraestructura más sobresalientes del país. El túnel de La Línea, le dijeron. Entonces mandó hacer una placa muy grande, con su nombre en letras de oro, que se veía desde muy lejos. Pero esa obra la hicieron varios presidentes y varios gobiernos doctor, le advirtieron. “El que inaugura es el que se queda con la evocación histórica”, dijo.
Desde entonces ya empezaba a pensar en las ferias de libros más grandes de mundo, no solo en la de España, y con ser el primero en las listas de los autores más vendidos de todos los tiempos. Siendo el autor de moda, imagínese usted, compadre, al doctor Iván frente a grandes colas de sedientos lectores para firmar ejemplares, y sobre todo apreciar cómo sienten los demás la admiración a un auténtico héroe épico que una vez recobrada la guerra para su país, decidió liberar de sus gobiernos a Venezuela, a Cuba y también a Bolivia; reforzar la campaña presidencial del republicano Donald Trump y ser como él, uno de los políticos más influyentes del mundo, como ya lo ha reconocido la prensa francesa, y en estas condiciones ponerse a la cabeza de un grupo de países con sede en Lima para imponer cercos diplomáticos a aquellas naciones que no comulguen con su ideario.
Una vez terminada por su cuenta la firma de libros, véalo usted trasladándose al Palacio Real para comer con el Rey Felipe VI y seguir hablando de sus hazañas, esta vez de cómo aplastó una insurrección popular que quería derribarlo del gobierno porque, así decían las malas lenguas, quería meterle la mano al bolsillo a las clases medias y a los pobres, cosa que desmintieron todos los medios de comunicación. Fue la época en que, para que nadie se equivoque, en plenas manifestaciones apareció por un corto tiempo a media noche en el aeropuerto de Cali para dar fe del control territorial por parte de su gobierno.
Pero las cosas no pueden quedar ahí después de tanta razón y tanta evidencia de la valía de su pensamiento y acción en pro de la felicidad de América y el mundo. Seguirá contando sus hazañas ante el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a quien le advertirá que un pacto del venezolano Juan Guaidó con el dictador Nicolás Maduro tendrá su férrea oposición. Incluso, manifestará su disposición a expropiar empresas venezolanas en territorio colombiano si se vislumbra un mínimo asomo de paz entre el Gobierno y la oposición. Esas hazañas no las plantea cualquiera, compadre, dígame si no es así.
Fuera de eso, resaltará la inequívoca internacionalización de la nación colombiana, no solo de las materias primas, de los civiles adictos a sus causas que asumen el papel de defensores de la democracia en el mundo, sino también de los ex militares en misiones internacionales, tan abnegados, que hasta en algunas ocasiones los engañan, como a los ex oficiales del ejército que dicen han asesinado al presidente de Haití. Comentará además cómo ha hecho reales esfuerzos para eliminar al dictador de Venezuela, pues es una verdadera amenaza contra su vida, ya que es desde el territorio bolivariano desde donde se organizan los atentados contra ella. Los asistentes se enternecerán y lo aplaudirán. Luego, el presidente del Gobierno español procederá a condecorarlo con la Gran Cruz de Isabel la Católica, una de las más valiosas condecoraciones, lo que emociona a Iván Duque hasta las lágrimas. Después de un corto silencio, sacará del bolsillo unas cuantas monedas bañadas en oro, de edición limitada y las dejará en la mesita de centro como si fuera la propina en un bar. El presidente español lo mirará con recelo. Duque se dará cuenta de que está en España y recogerá una de las monedas y se la entregará a su distinguido homólogo con la explicación de que es una moneda para que el pueblo colombiano y el mundo entero rememoren siempre su paso por la presidencia de Colombia y el inicio de su gesta literaria en la Feria del Libro de Madrid.
Entonces piensa en una entrevista a lo grande, para las magnas televisiones del mundo. Es un momento de gloria. Pero no se asoma por ahí una de esas oportunidades. ¿Se acuerda de la autoentrevista compadre?, me dice mi amigo que habla como si él fuera el rabo de Iván Duque. Se lo digo porque él no solo ha querido ser el mejor escritor, sino el mejor presidente, el mejor periodista, el mejor entrevistado, el mejor rockero o el mejor futbolista.
Él sabe que su próximo libro batirá récords en todos los idiomas. Fíjese que en Colombia no consiguió un periodista a su altura y tuvo que diseñarlo él mismo: era invisible, continúa hablando a gritos mi compadre Anselmo. Resulta que tenía que hacer una declaración institucional, solemne, como la presentación de un libro en una feria que se respeta. Y lo quería hacer en inglés. Una entrevista para el mundo. Sus oficiales hicieron todo el trabajo escénico. Él escuchó en su interior la pregunta del periodista invisible. Iván Duque pensó unos segundos y… soltó la bomba que había de conmover hasta la última fibra de sus seguidores e incluso de sus opositores: “El candidato que vencí en las elecciones prometió que no me dejaría gobernar ni un solo día, y ahí están los resultados”, dijo.
Y ya hablando de letras, de libros en sí, el doctor Duque es un experto, de ahí la expectativa de sus futuras producciones literarias, dijo mi compadre Anselmo. Empezó por hablar de Polombia para referirse a Colombia y le hizo una de esas confesiones que solo las hacen los grandes: Siempre te querí, le dijo. Innovaciones fuera de lo común, compita, eso nadie lo ha hecho, y si lo hacen lo hacen mal, compadre. Fíjese usted: todas las masacres que se cometen en las narices de su ejército, ante el auge de la palabra, la cambió por asesinatos selectivos, y a los manifestantes terminó por llamarlos vándalos. Eso en literatura es algo que se valora.
La manifestación seguía. Conversé un rato con Daniel Mendoza, el autor de la serie Matarife, y se mostró muy molesto con el Gobierno de España por el hecho de concederle una condecoración a un violador de los derechos humanos, a un hombre denunciado ante la Corte Internacional de Justicia por crímenes de Estado y por el blanqueo que esto significa para el autor de moda en la Feria del Libro de Madrid. Mi compadre afilaba el oído.
Este miércoles me pasé por el stand de Colombia en la feria. Desde lejos miré una columna de libros grandes, vigorosos, emotivos, como reza el eslogan: “Colombia diversa y vital”. Pero en la medida que me iba acercando iba descubriendo que eran proyecciones virtuales o pantallas donde aparecían libros anónimos y sin leyendas en los lomos. En la salita del frente había un hombre repartiendo café, algunas artesanías en vitrinas con llave y unas cuantas bancas para descansar. No parecía el sitio adecuado para recibir a un quijote de las letras. ¿Preparados para el gran lanzamiento de la Economía Naranja?, pregunté al librero. No sé, dijo, yo solo vendo libros.