Close

Breve historia de un manotazo

El señor personero Cortés no me produce ningún resentimiento, me produce pesar, no tanto por él sino por la ciudad de Cali. Él tipifica esos funcionarios que tanto daño nos hacen. Estos son los que se prestan al saqueo de los recursos públicos y vegetan en sus puestos alegremente, engordando y esperando el momento de su pensión

Poder

Imagen de Steve Buissinne en Pixabay

Yo aquí sentada

y todo tan paraco

tan sucio, tan verraco

tan por debajo e la mesa.

Yo aquí parchada

y todo tan mordido

tan desaparecido

tan por debajo e la tierra”.

Isabel Ramírez Ocampo

Sí, realmente tengo que admitirlo, tuve un susto tremendo cuando un personaje, en actitud prepotente, apareció y sin mediar palabra, lanzó un manotazo para interrumpir la grabación que hacía con mi celular. En ese momento no sabía que aquel sujeto que me agredió era el personero de Cali. Tuve la sensación que se tiene cuando acabas de sufrir un atraco, me sentí indefenso frente a la actitud grotesca del personaje y en lugar de defenderme lo que hice fue ganar rápidamente la calle. Fui a esa oficina atendiendo la citación que se me hiciera –era la tercera vez que debía presentarme-, no ostentando ninguna calidad distinta a la de ser ciudadano. Salí de allí avergonzado por el maltrato al que fui sometido por los funcionarios de esa dependencia. Me puse nervioso y sin tener muy claro hacia dónde ir, caminé rápidamente, como si sintiera la presencia de algo inefable. Crucé varias calles e ingresé a la primera cafetería que encontré, necesitaba tranquilizarme y meditar sobre lo ocurrido.

Es una mezcla entre impotencia y dolor la sensación que me invade. Impotencia porque me siento como uno de los personajes de Kafka, enredado en las trampas del sistema por el simple hecho de haber ocupado un cargo importante y no haberme prestado a componendas. En palabras castizas “Como no roba, ni deja robar, pongámoslo a buen recaudo, callémoslo, si no alcanza la cárcel por lo menos enlodemos su nombre, hagámosle pagar con su patrimonio y quitémosle lo más sagrado: la tranquilidad, que se la pase de juzgado en juzgado”. Lo han logrado, tengo que admitirlo. Cuarenta y siete días como secretario de Educación y desde entonces no saben cómo entramparme y callarme. Es así, como por asuntos de forma he sido objeto de dos fallos en mi contra, que se traducen en multas económicas.

La impotencia se agiganta cuando leo en los medios la versión del agresivo personaje que me lanzó el manotazo, el señor personero Harold Cortés. Parece un libreto bien aprendido de nuestros políticos: “Párese en su versión, acomode los hechos a su amaño, mienta y si es el caso llore, pero no admita nada de lo ocurrido”. Tal cual. En un cinismo a toda prueba, con una increíble facilidad para mentir, tuvo el descaro de presentarme como agresor para justificar mi sacada forzosa. En entrevista concedida a Blu Radio, al periodista Néstor Morales insiste en mentir, que yo “estaba lanzando amenazas… veo (que) la está amedrentando con un teléfono sobre la cara”. Afortunadamente las cámaras de seguridad –si es que no embolatan las grabaciones- podrán constatar que en todo el procedimiento guardé la compostura y no me dejé provocar por los hechos aberrantes que ocurrían ante mis propios ojos. Jamás amedrenté a la señora con el teléfono, menos poniéndoselo sobre la cara. Debo respeto a todo mundo y, con mayor razón, a quienes me están atendiendo en cualquier dependencia.

La molestia de la funcionaria sucede porque empecé a grabar la diligencia. Ya me había pasado en la anterior oportunidad, cuando se falló en mi contra sin tener en cuenta mi declaración y las pruebas que mencioné, simplemente no quería vivir la repetición de ese episodio. Esta señora al escuchar mi declaración la imprime y me entrega dos copias para su respectiva firma, procedo a leer, no encuentro que mi testimonio esté recogido en la versión impresa.

Jamás lancé amenazas, no son propias de mi formación. Las amenazas me recuerdan la cultura traqueta que tanto daño nos ha hecho. Simplemente encendí la cámara y empecé a grabar: me parecía un tinglado de comedia lo que me estaba pasando y sabía que el ovillo de nuevos cargos podría dar lugar a que ellos lograran su propósito: silenciarme a toda costa.

Este supuesto defensor de los derechos humanos sale a medios a continuar con las mentiras. Sus palabras textuales: “Con groserías en la personería no, por favor se retira… él pretende amedrentarme, igualmente saca el teléfono, me lo pone en la cara y lo que yo hago es que le quito el teléfono y se lo pongo sobre la mesa”. Nunca me enfrenté a quien apareció como un truhan, no proferí palabra, no me envalentoné, ni manoteé, tampoco le puse el celular contra su cara, entre otras cosas, porque apareció de repente cuando ya estaba de salida y su actitud me dejó pasmado. Quedó grabado su manotazo. El periodista le recuerda “no cambia el hecho de que usted le tiró el manotazo al señor, eso parece inocultable” y con un cinismo rampante, de nuevo la “cartilla del político corrupto”, niega lo que todos pueden ver y lo pinta a su manera “sí, sí, sí… lo que se ve ahí es que le quito el teléfono y lo pongo sobre la mesa”.

Digno de Macondo, quien está para proteger mis derechos es el hombre del manotazo quien me conmina a abandonar las dependencias. Con él se encuentra la señora guarda de seguridad, quien con su pistola al cinto y sin musitar palabra, con sus manos me indica el pasillo por donde debo abandonar esa dependencia y me acompaña con todo respeto hasta el ascensor.

El mundo al revés, este señor personero, con anotaciones de agresión física desde 2011, asume esa conducta como normal y es así como también me trata de manera violenta, tal parece que está acostumbrado a solucionar los asuntos a los golpes. En la canción La sentada, la cantautora Isabel Ramírez Ocampo lo expresa así:

Como dicen los señores

lo callamos, o se calla

a las balas o a los golpes”.

Además de impotencia siento dolor. Es el dolor de sentirme calumniado por este engominado funcionario que soltó esta afirmación en su corta entrevista: “… el señor ya ha sido denunciado por varias conductas”. Me trata de manera burda, como un delincuente.

Respecto a mis denuncias con relación a la corrupción que se ha enseñoreado en la administración pública, no tengo cargos contra nadie específicamente. Mis declaraciones, que aparecen a manera de artículos en Palabra Maestra, portal de la Fundación Compartir, y aquí en El Comején, se han dirigido a plantear un mal que ha hecho metástasis en el concepto de hacer política en nuestro país, donde se ha torcido la función pública y no se cuida el bienestar común sino el bolsillo de unos cuantos. El señor personero Cortés no me produce ningún resentimiento, me produce pesar, no tanto por él sino por la ciudad. Él tipifica esos funcionarios que tanto daño nos hacen. Estos son los que se prestan al saqueo de los recursos públicos y vegetan en sus puestos alegremente, engordando y esperando el momento de su pensión. Mientras se acomodan a las necesidades de los políticos de turno. ¡Qué tristeza!

Como dice el epígrafe, por mi parte, no puedo permanecer sentado, callado, mientras los escombros flotan a mi lado. Siento, como dice el poema de Delmira Agustini, un dolor que me invade, que no tiene un lugar preciso en mi cuerpo, un dolor por mi país, un dolor por un orden de cosas que ve impávido multiplicarse la estirpe de los Moreno, los Nule, los Besaile, los Martínez, los Abudinen, los Cortés…

¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida

devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?

¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida

que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?…

La vida ha sido dadivosa conmigo y hoy solo cuido mi mayor tesoro: la tranquilidad de mi conciencia. Le seguiré apostando a la educación como camino necesario hacia la paz y la convivencia armónica y no adoptaré la posición cómoda de permanecer callado mientras las infamias, la corrupción y las injusticias hacen de las suyas en nuestro país, por ello repito con Gaitán:

“Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!”.

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

scroll to top