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Libia, a diez años de su destrucción

Para el año 2010, antes de iniciar la guerra, Libia tenía el índice de desarrollo humano más alto de África, siendo incluso superior el de Arabia Saudita y estando de quinto en todo el mundo árabe, solo superado por Bahréin, Catar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos. En cuanto al PIB, era de 16.500 dólares, muy similar al de gran parte de Italia, de España o de Portugal. 

Muamar Gadafi

Muamar Gadafi. Imagen del portal Sott.Net

Cuando los F-111 descargaron sus bombas sobre el cuartel de Bab Al Azizia el cuerpo de la pequeña Hanna, de solo quince meses, fue destrozado por la metralla, en tanto que sus hermanos, aún heridos, eran evacuados por su madre en medio del humo, la sangre y el fuego de la venganza de quienes querían saldar cuentas por el ataque con explosivos del que habían sido blanco las tropas estadounidenses en Berlín Occidental unos días antes. 

Los 45 aviones de la OTAN no volvieron a sus portaviones en el Mediterráneo y sus pistas en Italia sin antes haber destruido los aeropuertos de Trípoli y Bengasi y haberse cobrado la vida de medio centenar de libios. Aun así, el coronel salió ileso en esta ocasión para continuar siendo el guía de la revolución por el siguiente cuarto de siglo. Para ese momento, 15 de abril de 1986, en teoría, el guía de la revolución libia llevaba ya diez años si ocupar ningún puesto dentro del gobierno de la Yamahariya, aunque en la práctica era el líder indiscutible no solo de su país, sino de gran parte del mundo árabe y del continente africano.

Muamar Al Gadafi había tomado el poder varios años atrás, cuando siendo un joven de 27 años, se alzó contra el tirano rey Idris, quien había sido impuesto por británicos, franceses, norteamericanos y saudíes para que salvaguardasen los intereses petroleros y geopolíticos en la antigua colonia italiana rica en su subsuelo, pero mísera con sus coterráneos. Para ese momento, y a pesar de que desde hacía más de diez años era uno de los principales productores de petróleo del mundo, el país era uno de los más pobres de África. A pesar de ser un territorio más grande que Francia, Italia y Alemania juntas, solo contaba con 16 graduados, de los cuales solo tres abogados habían retornado para asesorar a las multinacionales, en tanto que no había médicos, ingenieros, agrónomos ni ningún otro profesional, claro está, a excepción de quienes trabajaban dentro de los campos petroleros. 

Dichos campos eran verdaderos enclaves occidentales en medio del desierto, de los cuales se extraían riquezas que en absoluto eran destinadas al menos a reducir ese 82% de analfabetismo o a mejorar las trochas construidas por las tropas de Romel y de Montgomery durante la Guerra del Desierto, las cuales conectaban de manera rudimentaria a las principales ciudades costeras del país. De igual manera, el servicio eléctrico era casi inexistente, en tanto que gran parte de la población aún organizada en tribus, vivía errante, durmiendo en tiendas de campaña y aprovisionándose de lo que le daban los oasis, sin posibilidad alguna de que sus vástagos pudiesen educarse, visitar a un médico o cambiar su miserable destino. Las generaciones jóvenes parecían condenadas a un futuro sin mañana a pesar de estar viviendo sobre una de las reservas energéticas más importantes del orbe. 

La situación de desigualdad y miseria del país sin duda debieron incidir para que los jóvenes oficiales de las fuerzas militares se involucrasen en política, pero la real influencia llegó del vecino Egipto donde el teniente coronel Gamal Abdel Nasser había tomado el poder y predicaba unos postulados ideológicos que llamaban al laicismo, el socialismo, la solidaridad con la causa palestina y el nacionalismo árabe. Esa ideología basada en aspectos étnicos, lingüísticos, históricos y culturales, chocaba con el ideal de unidad que desde Medio Oriente predicaba la monarquía de los Al Saud, la cual había puesto al monarca libio y cuyo concepto de unidad se basaba en postulados religiosos propios de la escuela wahabí, con una interpretación ortodoxa del islam. El naserismo, por el contrario, predicaba un nacionalismo que prescindía de las complejas divisiones religiosas y se mostraba como una alternativa a las artificiales fronteras trazadas por los europeos, las cuales habían generado un rompecabezas de fronteras artificiales surgidas a partir de los Acuerdos de Berlín de 1885 en lo que referente a África y por medio del infame acuerdo de Sykes-Picot en lo relacionado a Oriente Medio tras el advenimiento de la Primera Guerra Mundial.

Sumado a la pobreza de su gente y el intervencionismo Occidental, el otro gran problema que debieron sortear los jóvenes oficiales revolucionarios encabezados por Muamar era el de la rivalidad histórica entre tribus del país, la cual se proyectaba en una división geográfica entre las ubicadas al oriente, con epicentro en Bengasi, donde estaban las riquezas petroleras, versus Tripoli, la capital, ubicada al occidente, lugar donde vivía el circulo cercano al derrocado monarca y por ende, los pocos que se beneficiaban de la renta petrolera. Sin embargo, la figura de Gadafi, quien provenía de la pequeña ciudad de Sirte, a medio camino entre Trípoli y Bengasi, logró aglutinar y sobreponerse a las divisiones étnicas y geográficas del país.

Gadafi, a pesar de ser el líder de un país empobrecido y escasamente poblado, pronto se convirtió en una figura internacional y en un referente para gran parte de los revolucionarios que buscaban nuevas alternativas a los viejos referentes de cambio, desgastados ante la gerontocracia soviética y las luchas por el poder de China. El contexto internacional lo favoreció. Los años setenta y ochenta fueron épocas en que la lucha anticolonial estaba en pleno auge en el continente negro,  en el que el Movimiento de los No Alineados liderado en su fundación por  Nasser y Tito se erigía como una alternativa poderosa que le daba voz y voto a los países subdesarrollados, mientras que la lucha armada se propagaba “como chispa en la pradera” en América, Asia y África como alternativa a la dictadura, la colonización y la desigualdad. 

El referente nasserista del panarabismo y el ideal socialista siempre estuvo presente en el proceso revolucionario libio, pero a diferencia de otros procesos, éste quiso tener su propio norte. En búsqueda de ello, el coronel escribió el Libro Verde, en el cual de forma sencilla, controvirtió ideas que se consideraban “sagradas” tanto para la izquierda como para la derecha.  

Abordó en la primera parte del mismo, aspectos como el sistema de gobierno, de los partidos, las clases sociales, el origen de las leyes, el poder real y la prensa.  En ese análisis, demostró como los modelos de democracia bien dentro del capitalismo o dentro del modelo leninista de socialismo, en últimas terminaban siendo un obstáculo para que el pueblo realmente gobernara. Debido a ello, surgió la idea de laYamahairiya o Estado de las Masas en la cual, el pueblo debería entrar a ejercer el poder directamente, reemplazando a sus “representantes” por delegados, para lo cual, los partidos políticos sobrarían al ser una amenaza a la democracia real. Para ello, se argumentó que  “El partido no es de ningún modo un sistema democrático, puesto que se compone o de gentes que tienen los mismos intereses, o los mismos puntos de vista, o la misma cultura, o forman parte de una misma creencia, o son del mismo lugar, los cuales forman el partido para conseguir sus intereses o para imponer sus opiniones o extender el poder de su doctrina a toda la sociedad”. 

Al crearse la Yamahariya, el sistema parlamentario de gobierno fue reemplazado por comités populares formados a nivel local en los que participaba todo el pueblo. La decisión tomada allí era llevada por delegados a niveles más altos, donde cada delegado votaba lo que su comité había decidido y así sucesivamente, hasta llegar a consensos nacionales. Un sistema complejo, en el cual se abolió el partido Unión Árabe Socialista de Libia, creado por el mismo Gadafi al inicio de la revolución. En ese nuevo Estado, el mismo Gadafi renunció a todos sus cargos públicos en el año 1977, quedando solo con el título honorario de “Guía de la revolución” y siendo tan solo el comandante supremo de las fuerzas armadas, sin que éstas tuvieran el monopolio de las armas, ya que la Yamahariya concebía que “poder, riqueza y armas deben estar en manos del pueblo” por lo cual, el porte de armas y la creación de milicias populares no fue solo un derecho sino una obligación de todos los libios. 

El segundo tomo del Libro Verde plantó el socialismo como única solución al problema económico. Al respecto, en los años 70 y 80 poco se socializó aparte del petróleo, ya que no había medios de producción diferentes a éste. En los años 90 y principios del nuevo milenio, ante la desaparición del bloque socialista, Libia buscó atraer inversión extranjera, relajando los postulados socialistas iniciales, sin que, por ello, aspectos claves de la economía dejasen de ser públicos. El modelo, sin embargo, jamás se ciñó a la centralización propia de la economía soviética, sino que fue mucho más parecida al modelo yugoslavo de autogestión y, a partir de los noventa, con gran participación del sector privado. 

En el modelo económico libio, hasta el año 2011 jamás se pagó por los servicios públicos, jamás un libio pagó un solo dinar por acceder a algún grado de educación, desde preescolar hasta doctoral. Tampoco pagó un libio un solo dinar por temas de salud. La sanidad, los servicios públicos y la educación siempre fueron financiados a través de los ingresos del petróleo y de los tributos de la gente. Además de eso, si un libio enfermaba y en el país no existía las medicinas, el Estado le pagaba el tratamiento en el exterior. Si un libio quería firmarse a nivel posgradual en Europa, también el Estado le pagaba gran parte de sus gastos. La tierra siguió siendo pública y si un libio deseaba dedicarse a la agricultura, el Estado le proporcionaba semillas, maquinaria y se comprometía a comprarle la cosecha.  En cuanto a la vivienda, si un libio se casaba, recibía un subsidio de 50.000 dólares para comprar una nueva casa. A esto se sumaba que el resto de las ganancias petroleras eran consignadas directamente a la cuenta de cada ciudadano del país. 

Para el año 2010, antes de iniciar la guerra, Libia tenía el índice de desarrollo humano más alto de África, siendo incluso superior el de Arabia Saudita y estando de quinto en todo el mundo árabe, solo superado por Bahréin, Catar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos. En cuanto al PIB, era de 16.500 dólares, muy similar al de gran parte de Italia, de España o de Portugal. 

El esfuerzo por atraer inversión extranjera llevó a que a principio del milenio se privatizaran muchas empresas del país, apareciendo por primera vez el fenómeno del desempleo, el cual afectó sobre todo a la población joven. Muchas de esas políticas de corte neoliberal generaron descontento también en personas que históricamente apoyaban la revolución. Sumado a eso, el auge del islamismo llevó a que la Yamahariya adoptara medidas drásticas para combatirlo, lo que ocasionó que los sectores más religiosos del país se pusiesen en contra del liderazgo de Gadafi. Igualmente, los hijos y nietos del sector monárquico formados y exiliados en Europa y Estados Unidos deseaban retornar para seguir disfrutando de las mieles del poder que un día tuvieron sus ancestros. Todos estos sectores serían la basa social con la que emprendería la guerra que terminó el 20 de octubre de 2011 con la captura y linchamiento del coronel en las calles de Sirte. 

Por otra parte, si bien Occidente se acercó a Gadafi en aras de obtener petróleo y de buscar que el país diera un giro hacia el neoliberalismo, en el fondo siempre lo siguieron viendo como alguien hostil a sus intereses. Esa incomodidad provenía tanto de las acciones del pasado de Muamar, su solidaridad con los movimientos de liberación de diferentes países, pero, sobre todo, del liderazgo que aún seguía ejerciendo en el seno de la Unión Africana. En esta, Gadafi buscó que el continente tuviera una voz propia, alejada de los intereses franceses y norteamericanos. En ese propósito, en la cumbre Unión Africana – Unión Europea de noviembre de 2010, en su discurso de apertura, el líder libio fue enfático: Si Europa no le daba a África el lugar que se merecía, el continente se acercaría a China y a Rusia.  En dicho discurso, también cargó contra los organismos financieros multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en tanto que reafirmó su proyecto de crear una moneda única africana anclada al oro, prescindiendo del dólar y, sobre todo, del Franco CFA, moneda con la cual los franceses controlan a gran parte de países de África Occidental y Central. Ese discurso, junto con el dado un año antes en Naciones Unidas fue su sentencia de muerte. Le recordó a Europa y a Estados Unidos que, a pesar de los negocios, no había claudicado del todo ante su poder. Una Unión Africana manejando su propio dinero hubiese sido un golpe mortal a la economía de países como Francia o Estados Unidos. A partir de allí se empezó a generar toda una estrategia mediática para mostrar al coronel como un loco, un desquiciado por el poder, un tirano, un perverso dictador. 

Ese deseo de Occidente se materializó aprovechando el descontento legitimo de un sector de la población local surgido en el marco de las llamadas “primaveras árabes”, movimiento que, a la larga, fue manipulado para derrocar a los gobiernos laicos y republicanos de la región, en tanto que los monárquicos y conservadores ahogaron las protestas en sangre con la complicidad de Europa y Norteamérica. En el caso libio, se buscó articular a jóvenes desempleados, antiguos funcionarios afectados por el proceso de privatización, antiguos partidarios de la monarquía, y sobre todo, se usó la religión para llamar a los sectores más conservadores a alzarse contra la laica Yamahariya. 

El hecho de que en Libia gran parte de la población estuviese armada desde antes, facilitó el alzamiento inicial. Aun así, su triunfo no hubiese sido posible de no ser por el poderío aéreo de la OTAN. La estrategia fue la misma empleada en Afganistán una década antes: poner a la población local como avanzada de infantería, en tanto que Occidente haría el cubrimiento aéreo. El resultado es bien conocido: El 20 de octubre, cercado en Sirte, el coronel Muamar Gadafi fue cercado, empalado, golpeado y asesinado. La estrategia mediática en su contra había sido tan fuerte que cualquier ciudadano de a pie de países remotos como Colombia, celebró su muerte.

Con su asesinato se frenó la unidad monetaria africana y se estancó el proceso de unidad del continente. El mundo árabe perdió a quien por muchos años fue uno de los principales impulsores de su unidad y defensor de la causa palestina. Francia siguió controlando al África Central y Occidental a través de su entramado financiero en la región. Libia pasó a ser un Estado fallido, con una guerra de casi una década entre el Oriente apoyado por Turquía, Catar, Italia y Rusia, liderada por el antiguo compañero de Gadafi y luego su enemigo Jalifa Hafter con sede en Tobruk, el Estado Islámico con sede en Sirte -la ciudad natal de Gadafi- y, diversas facciones islamistas, pro estadounidenses, pro francesas y pro sauditas con sede en Trípoli. 

Hoy libia es nuevamente uno de los países más pobres de África, pasó de no tener deuda externa a ser uno de los más endeudados, y aunque en los últimos meses se logró un frágil acuerdo de paz, las tensiones y las luchas entre facciones continúan. El liderazgo que tuvo el país en la escena internacional quizá nunca regrese. Gadafi entre tanto seguirá siendo admirado por muchos libios en silencio, mientras otros tantos lo seguirán considerando un tirano. 

Campesino boyacense graduado de abogacía en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Hizo estudios de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Colombia. Magister en Diplomacia y Relaciones Internacionales de la Escuela Diplomática de España y la Universidad Complutense de Madrid. Magíster en Derecho, con énfasis en regulación minera, energética y petrolera de (LLM) de la Universidad Externado de Colombia. Profesor universitario y consultor legal de organizaciones internacionales. Las posiciones expuestas en sus artículos son de carácter personal y no comprometen a las instituciones con las que el autor ha estado vinculado. 

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