Hace unos años se pensaba que Internet y sus posibilidades de inmediatez democratizarían la información. Que la fácil accesibilidad a un mundo por medio de solo un click materializaría, en mayor medida, uno de los principios fundamentales de las democracias liberales: la deliberación. Tener mayor acceso a fuentes, contrariar puntos de vista y acceder al mundo a través de una pantalla supuestamente nos llevarían a escoger mejor. Incluso, Internet y sus conexiones podían cambiar el paradigma de la comunicación al quebrantar la estrecha relación entre emisor-receptor dentro de una estructura específica de los medios de comunicación tradicionales, y abriría el espacio soñado en el que todos “nos haríamos escuchar”.
Hoy en día podemos ver con menos optimismo el fenómeno de Internet y sus efectos “en el mundo real”. Pero, ¿por qué hablar de esto? Querido Comején, precisamente el llegar aquí no es fruto del azar. Las burbujas informativas, los algoritmos perfeccionados, e incluso el hábito que adoptamos de leer a ciertos columnistas no solo nos tienen a ambos leyendo mis palabras con curiosidad de lo que va a venir, sino que nos tienen todos los días construyendo una realidad individual a punta de ecos externos de nuestro “yo” que son satisfactorios para nuestros oídos.
Me explico: uno de los factores de éxito más importantes para cualquier plataforma digital es la individualización. El customizing perfeccionado en la era digital nos está reivindicando constantemente la realidad, tal cual como la percibimos individualmente. Y esto nos encanta. Pues evidentemente nos gusta escuchar personas que reafirmen nuestras convicciones o ver imágenes que encajen con nuestra visión de mundo. ¿Qué mejor que entrar en Twitter y revalidar los argumentos por los cuales tú, Comején sabes votar y el otro no? Qué fascinante es que Netflix te conozca tan bien que siempre te recomiende las series y películas que te dejan feliz. La peligrosidad de las burbujas de información ni siquiera es el hecho de que necesitemos constantemente una confirmación de nosotros mismos (o de nuestra valía) en un mundo exterior, un mundo artificial. Es, realmente, que cada día nos volvemos más incapaces si quiera de escuchar algo que desafíe nuestro punto de vista. Expuestos a una reiterada reafirmación positiva, hasta lo irracional puede llegar a sonar lógico.
Este nuevo modelo de intercambio de información ha puesto en jaque al periodismo. No solo porque la lucha contra la inmediatez es casi un absurdo cuando se hace un trabajo periodístico con rigor, ética y verificación, sino que también el modelo de negocio publicitario ha sido sustancialmente fructífero en las redes sociales. Aunque el descenso vertiginoso de los ingresos publicitarios afecta el modelo de negocio del periodismo de la era digital, no es realmente la razón por la cual a menudo se escucha que el periodismo está en “crisis”. Tampoco creo que el centro del problema sea la difusión de noticias falsas. Aunque claramente la velocidad y los mensajes con los que se difunden las fake news son un ataque al periodismo y a la democracia misma. Lo realmente grave en todo este mundo digital es que al receptor parece no importarle o incomodarle la existencia de las noticias falsas, siempre y cuando confirmen su punto de vista o le sirvan para atacar a su adversario político o ideológico.
Y aunque ya no es un secreto para nadie que algunas de las grandes compañías de redes sociales han servido como combustible en la desinformación, las teorías de conspiración y la información falsa, creo que la solución no es la estricta regulación y vigilancia en redes sociales. No podemos tratar al receptor, o sea, tú, Comején, yo, y cualquier persona con acceso a internet como un receptor pasivo, “víctima” de la manipulación ajena y feroz.
Estamos frente a un problema de fondo: la pérdida del pensamiento crítico. El uso de la mentira como herramienta válida para justificar a alguien con el que se simpatiza se volvió pan de cada día ante los ojos de todos y, aunque el buen periodismo le haga contrapeso, es casi inevitable que las fake news se hayan incorporado hasta tal punto en el debate político a todos los niveles, desde el global al local, que se enarbolan como arma en el enfrentamiento de las contiendas electorales. Nuestro comportamiento en redes ha dejado entrever lo peor del ser humano: buscar a todo costo el aplauso para satisfacer el ego personal.
Cuidado, Comején, que te sientas identificado con todo lo que ves y lees a diario puede ser una señal de que ya estás sumergido en tu propia subrealidad de fantasía. Al fin y al cabo, la incomodidad y la duda serán las únicas salidas. ¿o ya es muy tarde?