Cada tarde, a las 19.00 en punto, se sirve la cena. Los manteles blancos y el temblor de las velas crean una atmosfera solemne, como de sesión espiritista. El hotel fue construido en 1674. Algunos de los muebles sobre los que se sientan los comensales fueron fabricados por carpinteros de la familia real. La ceremonia culinaria trascurre entre la inmortalidad de retratos, pinturas de siglos pasados y la frescura de las rosas recién cortadas en el jardín. A las orillas del fiordo de Hardanger, en Jaunsen Gjestgjevarstad, sólo se sirve comida tradicional noruega. Tres platos seleccionados por la dueña y administradora del hotel, quien cuida personalmente de que los ingredientes vengan de granjas y bosques de la región y de que el vino conserve la temperatura precisa. Cada tarde, los huéspedes del encantador hotel en el diminuto pueblo de Granvin, se deleitan con estofados de reno, albóndigas, alces, salmones y corderos exquisitos, preparados por un chef de Sudán. Abdu es un veterano, pero joven y activo político sudanés que vive en este pacífico pueblo nórdico de 900 habitantes, y a quien la esperanza se le ha teñido de pesimismo tras el golpe militar del 25 de octubre en su país.
“Fue a las tres de la mañana. Allanaron mi casa mientras estábamos durmiendo. Cuando logré despertar tenía una pistola en la cabeza. Fueron alrededor de 20 personas en tres carros. Me encarcelaron, me torturaron. Esa vez fue un oficial del Ejército quien, mirándome a la cara, me amenazó de muerte”. Sentados en la cocina de la antigua alcaldía del apacible caserío de Granvin, donde me estreno en la carrera de hostelero, Abdu me narra su exilio.
Eran los tiempos de Sudán bajo la dictadura de Omar al-Bashir. La radicalización islamista del régimen, que desembocaría en la separación de Sudan del Sur en el 2011, abrió paso a una limpieza racial de árabes contra africanos en Darfur y otros lugares del país. Unos se organizaron en guerrillas, otros se convirtieron en paramilitares, otros insistieron por la vía legal. La resistencia a toda costa y viceversa. “La guerra en Darfur comenzó en el 2003, pero yo me quedé hasta el 2011, cuando fui promovido como vocero nacional del partido y me mudé a la capital, Khartoum”, me cuenta Abdu. Con 43 años y en el exilio, además de chef, es el vocero y coordinador europeo del partido Umma, partido que siendo gobierno sufrió el golpe militar de al-Bashir en 1989 y que contaba con varios ministerios en el ahora depuesto gobierno de transición.
Abdu fue encarcelado 15 veces por el régimen, torturado y perseguido. Su cuerpo guarda bien esas historias que han quedado grabadas como un mapa de la infamia sobre su piel. En 2013, para salvar su vida, viajo de Khartoum a Nyala, cruzó la frontera entre Sudán y Libia, atravesó el desierto del Sahara y llegó a Trípoli. Cuando se vio a orillas del Mediterráneo logró embarcarse en uno de los botes repletos de refugiados que intentan llegar a Europa flotando sobre un cementerio de humanos en fuga. Abdu y 252 pasajeros más contaron con suerte, sobrevivieron al paso del Mediterráneo. En Italia, moviéndose rápido, con un par de contactos y unos cuantos euros consiguió los papeles necesarios para continuar su viaje hasta llegar a casa de su primo en Trondheim, Noruega.
Un tiempo después, entre abril y julio de 2019, una gigantesca y ejemplar revolución popular terminó con la dictadura de Omar al-Bashir. El dictador cumpliría 30 años en el poder. El gran detonante fue la crisis política, económica y social gestada tras la separación de Sudán del Sur y la consecuente pérdida de importantes campos petroleros y otra serie de recursos. Lo sucedido en Sudán pintaba como un ejemplo para el mundo. Lograron lo impensable, una transición pacífica del poder, o al menos el inicio de ella. Todas las facciones políticas se unieron y plantaron cara a los militares. La revolución creó un Consejo Soberano, integrado por militares regulares, por las fuerzas paramilitares del antiguo régimen (las temibles janjaweed, ahora legalizadas en todo el país con el nombre de “fuerzas de despliegue rápido”) y civiles, quienes conducirían el país en un gobierno de transición hasta las elecciones del 2023. Abdalla Hamdok, el primer ministro que hoy se encuentra en paradero desconocido tras el golpe, tomó posesión de su cargo en septiembre de 2019, y desde ese momento estuvo al frente del gabinete compuesto por cerca de 25 ministros, quienes además de conducir el país hasta las elecciones del 2023, debían representar a todas las facciones políticas y tribus.
Pero a pesar de la revolución y la división de poderes no llegó la paz y la situación económica no mejoró. Gracias a los paquetes de reformas exigidos por el Banco Mundial fueron eliminados subsidios como el de la gasolina, muchos de los servicios estatales fueron privatizados o desparecieron, se ha producido escasez de productos de primera necesidad y alimentos, y aunque la inflación bajó un poco en septiembre todavía está en 365%. Además, están las guerras regionales internas y el amago serio de guerra con Etiopía. “El problema en las regiones es la tierra, quién vive en dónde, y que luego de 30 años de dictadura es difícil remover el militarismo árabe que aún cuenta con representantes en las instituciones del Estado. Para nosotros es central separar la religión del Estado”, me explica Abdu. Él es musulmán y demócrata, es la línea de su partido que acoge a personas de distintas religiones y de distintas regiones, con un grupo grande de militantes en Sudán del Sur.
A las disputas por la tierra, los conflictos étnicos, religiosos y fronterizos deben sumarse los intereses internacionales. “Muchos países tienen grandes intereses en Sudán. Turquía, Catar, Arabia Saudita, los Emiratos, Etiopía. Está también el enorme problema del agua del Nilo entre Etiopía y Egipto que involucra obligatoriamente a Sudán. Buscando respaldo para sus causas algunos sudaneses prefieren atar su destino a los intereses extranjeros en el país. Eso ha sido un problema histórico. Por ejemplo, el responsable de la actual crisis económica es el Banco Mundial y su paquete de reformas. Lo que nosotros proponemos es unirnos entre los sudaneses en lugar de privilegiar intereses externos. Hemos vivido juntos en esos territorios desde siempre y podemos hacerlo en paz.”
Esta era la opinión de Abdu en julio de 2021. Como coordinador europeo de su partido se encontraba organizando una delegación de varios representantes que viajarían pronto a Sudán para sumarse a las tareas electorales. Yo ya había asegurado mi puesto en ese grupo y me alistaba para conocer una revolución africana del siglo XXI de la mano de mi amigo Abdu. Hoy, tres días después del golpe militar y por teléfono, con la voz apagada, Abdu me advierte que Sudán puede transformarse en una nueva Libia o terminar como Siria si se consolida el golpe. “La suerte de Sudán se decidirá este 30 de octubre, fecha en la que se ha convocado la gran movilización nacional contra el golpe militar. En las calles, ese día, el pueblo de Sudán medirá fuerzas con los militares, sobre todo los jóvenes son quienes pueden hacer algo”, remata Abdu.
No te canses, Comején, hay gente en las barricadas que debe ser escuchada.
Al pensar en los jóvenes de Sudán recuerdo la lucha de los jóvenes en las calles de Hong-Kong, en Myanmar, en Chile, en Colombia y en tantos otros lugares. Me despido de Abdu y llamo de inmediato a Ibrahim. Ibrahim Mursal es un joven director de cine noruego, de padres somalíes, quien creció en Sudán durante la década de los 90. Me contesta; acaba de aterrizar en Oslo luego de presentar su película The Art of Sin en algún festival. Mientras escucho como se acomoda en la silla del tren, antes de que pueda preguntarle algo ya me ha dibujado su primera instantánea del golpe, “es terrible lo que está pasando, pero no es una sorpresa. Lo que sorprende es que ocurra ahora y de esta forma. La crisis en el gobierno de transición era inocultable, si los militares hubieran esperado un poco más hubiera sido posible que la misma gente los escogiera como salvadores de la revolución. Creo que hicieron un mal cálculo, se apresuraron”, comenta Ibrahim.
El bloque civil en el gobierno, los mismos que habían plantado cara a los militares uniéndose durante la revolución, se dividieron. “Las disputas por poder entre agrupaciones y malas decisiones hacen parte de las explicaciones a la crisis. Pero tampoco es sorprendente, en el gobierno de transición tienen asiento todos los sectores políticos, todo el espectro de la política, y por lo mismo es muy difícil ponerlos a todos de acuerdo”, aclara Ibrahim. La crisis ocasionó una serie de movilizaciones frente al palacio presidencial en el mes de septiembre, “es cierto que algunas de esas manifestaciones fueron orquestadas por los militares para ambientar un posible golpe, el cual intentaron el 21 de septiembre, pero también es cierto que detrás de esas movilizaciones hay un gran descontento popular”, continua el joven director de cine. “Debemos imaginar al Consejo Soberano como un matrimonio forzado de civiles con militares, y de grupos políticos entre sí, unidos por la necesidad de acabar con el régimen de al-Bashir. Era natural que surgieran problemas, pero no esperábamos que los militares actuaran de esta forma cuando es evidente que no cuentan ni con la legitimidad política nacional e internacional, ni con el apoyo popular”.
Las razones por las cuales los militares se han lanzado a la aventura golpista se encuentran en la defensa de sus propios intereses. En pocas semanas la dirección del Consejo Soberano pasaría a manos del bloque civil, por primera vez desde la revolución del 2019. Este golpe militar se da entonces en el propio clímax de la transición. “Los militares tienen el control de muchas empresas y sectores de la economía, están apoyados por los sectores que se beneficiaron de la dictadura durante décadas, es un enorme capital al que no están dispuestos a renunciar. Además, están las investigaciones pendientes por las violaciones a los derechos humanos, especialmente la masacre de junio de 2019”, afirma Ibrahim, quien cree que esto pudo llevarlos a dudar del proceso de transición y tomar la decisión de ejecutar el golpe.
El ambiente que hoy se vive en las calles de Sudán es tenso y violento. Algunos periodistas reportan que el número de asesinatos es mayor al de la masacre de junio de 2019 y que las fuerzas de seguridad desarrollan una campaña de secuestros selectivos de figuras claves de la oposición. Aún así, se ha convocado a una enorme movilización contra el golpe militar para el 30 de octubre y desde el 26 de octubre se desarrolla una huelga nacional y un enorme experimento de desobediencia civil que el mundo debería estar observando de cerca.
Esta es la razón por la que Ibrahim es optimista, “tengo confianza en que el 30 de octubre quedará claro que el pueblo no apoya el golpe. Los militares se equivocaron y nos hicieron un favor, hoy nadie se acuerda de los errores del gobierno civil porque el rechazo a una posible dictadura es mucho mayor y moviliza más. La gran mayoría de la población se ha sumado a la desobediencia civil, empleados civiles como médicos y contratistas se niegan a prestarle servicios a los militares, los ministerios han dejado de funcionar, especialmente el de comunicaciones y las cuentas oficiales del Estado en redes sociales están en contra del golpe, los embajadores de Sudán en los países más importantes también se han declarado en desobediencia civil, también los maestros y lo mismo pasa en sectores privados de la economía. Es la población entera la que se ha declarado en desobediencia civil”.
Para Ibrahim la reacción tan contundente de la comunidad internacional es otra razón para el optimismo, “nunca basta con el rechazo nacional, se necesita la presión internacional, y en este caso los militares se han quedado completamente solos. Eso es entendible, porque Sudán desde siempre ha sido una especie de corcho que impide que muchos de los fenómenos que ocurren en el este y sureste de África se cuelen hacia el norte. Un ejemplo de esto hoy es el torrente de refugiados de la guerra etíope en territorio tigriña. Desestabilizar Sudán es desestabilizar el continente”.
Sin embargo, Ibrahim también comparte el temor de Abdu. “Los militares se han apresurado y han ido demasiado lejos. Se han jugado su carta más radical y ya no tienen más espacio hacia donde moverse, están contra las cuerdas. Si les damos a escoger entre la cárcel o la guerra podrían escoger la guerra. Si los militares deciden optar por la violencia es posible, como dice Abdu, que Sudán transite a un escenario de conflictos territoriales como el de Libia, pero también es cierto que podemos estar a punto de ser testigos de un triunfo histórico de la desobediencia civil sobre las armas”.