Hay que decirlo: los últimos días han sido desesperanzadores en Colombia. Con mayor intensidad, los candidatos han empezado a mostrar más de lo mismo: que están dispuestos a todo para llegar al poder. Quizás era muy iluso de mi parte pensar que esta campaña electoral traería cambios reales, pero ya es muy evidente cómo están tejiendo alianzas clientelistas quienes aspiran a la presidencia, disfrazando al continuismo de revolución política y alzando sus egos por encima de cualquier propuesta de fondo. ¿Así esperan transformar al país?
La última encuesta de Datexco demuestra que el futuro de Colombia le pertenece al centro político. Juan Manuel Galán y Sergio Fajardo serían los únicos capaces de derrotar a Petro en segunda vuelta. Una noticia que alegra pero que también prende las alarmas ante un centro que pareciera que se divide más cada día. Pues, aun cuando urge la necesidad de un centro unido que sea capaz de consolidar un proyecto político de un candidato único y se ha insistido en este como la salida al extremismo de dos proyectos antagónicos, ni sus candidatos se han puesto de acuerdo ni es suficiente ser la opción distinta al petrismo o el uribismo para llegar a gobernar. Ojo, candidatos, el reloj avanza y ustedes cada vez más divididos por su propio ego están fragmentando un único electorado que evitaría repetir el desastroso escenario de la segunda vuelta del 2018.
En su entrevista la semana pasada con El Tiempo, Alejandro Gaviria desilusionó con su arrogancia cerrándole las puertas a la Coalición de la Esperanza. Así como lo he dicho en reiteradas ocasiones refiriéndome a Petro, el mesianismo no se puede disimular y Gaviria ha empezado a desenmascararse con el típico “O soy yo o no es nadie”. Qué distinto es este Gaviria al académico de los Andes. Desde su pedestal moral no solo descalifica cualquier proyecto de búsqueda de consensos y unidad, sino que alardea de ser la diferencia que sacará al país de la tradicional forma politiquera y clientelista de gobernar mientras que escoge a los jefes de los clanes tradicionales. Ni César Gaviria ni sus vínculos “liberales” son precisamente los mentores idílicos para una renovación política y mucho menos de un proyecto “independiente”.
Por otro lado, Gustavo Petro está dejando ver su desesperación también. Sabe que el discurso populista está trillado y acude a cálculos electorales con alianzas ruines. Su foto con el cristiano radical antiderechos, Alfredo Saade, no es más que la confirmación de que lo harán todo por llegar al poder. ¿Qué progresismo busca aliarse con un cristianismo radical que se opone al matrimonio igualitario, el aborto libre y seguro y, desprecia y le incomodan los derechos de las personas LGBTI? El fin no justifica los medios y tampoco vamos a creernos el cuento de que “la política es dinámica” y el mezquino argumento de que esta alianza es crear “un pacto incluyente”. Acá hay una absoluta incoherencia, desesperación y un irrespeto profundo.
Fajardo y Gaviria difícilmente se bajarán de su pedestal de superioridad intelectual y moral. Y, aún peor, aunque el ex rector de los Andes no lo haya dicho públicamente, es evidente que escogió a César Gaviria. Está claro que ningún candidato de centro llegará solo a la presidencia y mientras que siguen acabándose entre ellos mismos, Federico Gutiérrez avanza disfrazando su continuismo uribista de centro derecha y María Fernanda Cabal crece silenciosamente.
La sed de poder los tiene desesperados y del populismo se han servido históricamente tanto la derecha, la izquierda como el centro. Lo positivo de todo esto es que se vienen meses de desenmascaramiento para ver de qué son capaces nuestros candidatos mesías y de qué se vale su tan superior “revolución política”. Hay que tener el ojo bien abierto, no es justo un nuevo camino de futuros inciertos.