La expresión “tercera vía” fue traída al debate político principalmente a partir de 1980, cuando se dio la disputa entre capitalismo y comunismo por la hegemonía mundial. Reformulada por el sociólogo británico Anthony Giddens, la tercera vía proponía la creación de un modelo de sociedad que sintetizara referencias tanto socialistas como conservadoras. En otras palabras, un proyecto político que se presentó como neutral en relación a la dicotomía derecha-izquierda. En Brasil se difundió, especialmente en 1990 bajo el Gobierno del expresidente Fernando Henrique Cardoso, quien imbuido de los discursos y propuestas del progresismo de los países del primer mundo (EE.UU. e Inglaterra), llevó a cabo una política de conciliación de clases mientras privatizaba importantes sectores de la economía.
La expresión tercera vía retoma ahora el debate político en el contexto de las elecciones de 2022. La prensa nos llama a diario a crear una tercera vía como alternativa a la polarización política entre Bolsonaro y Lula. Sin duda, creemos que la existencia de otras candidaturas que presenten proyectos políticos alternativos es importante para la democracia, sin embargo, no apoyamos la narrativa de esta misma prensa que busca equiparar a los dos candidatos como dos extremistas y que, por tanto, sería necesario tener espacio para un “pacificador nacional”. Es importante afirmar y reafirmar: Lula no es lo mismo que Bolsonaro.
Los discursos y actitudes de Bolsonaro están lejos del campo democrático y están mucho más cerca del extremismo nazifascista. Lula, en cambio, es demócrata, se mueve bien entre partidos y ya demostró en sus administraciones que la ropa de izquierda que le intentan poner ya no le queda. Señala como la “carta al pueblo brasileño” del 2002 necesita de la élite política para gobernar en 2022. Eso explica el nombramiento de su ex enemigo político Geraldo Alckmin como formula vicepresidencial. A la izquierda, esta unión sonó más que indigerible, porque cerrar un tándem con Alckmin significa repetir la vieja fórmula de gobernar con “los de arriba” que ya mostró evidencias de corrupción y oportunismo durante el juicio político a la presienta Dilma Rousseff.
A pesar del llamamiento diario de los medios y sectores políticos a favor de una “tercera vía”, esta no se ha encontrado viable entre los votantes. En las últimas encuestas nacionales, sus candidatos Dória (PSDB), Simone Tebet (DEM), Ciro Gomes (PDT) Sergio Moro (União Brasil), Eduardo Leite (PSDB) no alcanzan el 3% de las intenciones de voto. En un contexto de crisis política, social y ambiental, algunas cuestiones pueden ayudarnos a comprender la incapacidad de estos candidatos para ser viables. Entre ellos, la falta de convicción de que representan una oposición real a Bolsonaro ya que hasta ayer estuvieron a su lado en palcos, marchas, anuncios y algunos como el ministro Sérgio Moro. El ex juez de la denominada Operación Lava Jato abría procesos contra el expresidente Lula, mientras que apoyaba la elección de Bolsonaro en 2018, fomentando así el “antiPTismo”, permitiendo que el ex militar ganara bajo la mascarada de la anticorrupción.
Tras la elección del Bolsonaro, Moro aceptó el cargo de ministro de Seguridad, rompiendo su relación con el presidente solo cuando sus intereses como aspirante a político se vieron amenazados. Ahora, Moro intenta oponerse a los dos candidatos nombrándose lo que nunca fue: demócrata. La desmoralización de Moro como juez tras haberse demostrado que no actuó con imparcialidad en los casos contra Lula se expandieron al campo político. Los discursos sin contenido y los malos resultados en las encuestas electorales hicieron inviable la candidatura del ex juez. En menos de 24 horas Moro fue invitado a retirarse de la candidatura por el partido Podemos, lo que le hizo unirse a la União Brasil, contradictoriamente, el partido que aglutina al primer partido de Bolsonaro (PSL). Los líderes de los partidos han mostrado que no quieren patrocinar una candidatura inexpresiva y sugieren que el ex juez sea diputado o senador.
Desesperado, Moro insiste e invita a los opositores a unirse en una sola placa y quién sabe, de esa manera, pueda ganar aliento en las encuestas. El problema es que, como Moro, hay egos que luchan y no quieren renunciar en favor de él. Otra cuestión que ayuda a entender el panorama de la inviabilidad de una tercera vía es que, a diferencia de 2018, el “antiPTismo” perdió fuerza; esta disputa, por tanto, no será entre partidos, sino entre las figuras de Lula y Bolsonaro. Los votantes de Lula añoran al Brasil sin inflación, hambre y muertes por incompetencia en el manejo de la pandemia. Los que se empeñan por Bolsonaro –principalmente, los que se han lucrado con su gobierno, sectores de la iglesia evangélica y parte de las fuerzas armadas– lo hacen por lo que representa, no por sus acciones.
En ese pulso de personalismos no hay lugar para una tercera vía y mucho menos para un proyecto de país.