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Docencia, guerra, perdón y paz

Perdonar para poder sanar es el único camino para restañar heridas y reconstruir tejido social. Hay que perdonar y se perdona justamente a quien ha hecho el daño. Es el acto de mayor prueba de humanidad, como lo afirma Jacques Derrida.

Imagen de "El Confidencial"

“… Le cambié el rumbo a mis pensamientos, los encarrilé hacia las cosas bellas de la vida, advertí que no era bueno para mis nuevas siembras, en ese difícil pero maravilloso momento de la construcción de la paz, rehacer congojas ni alimentar odios, y me reafirmé en el perdón que se desbordó aquel día de la despedida y salida de las caballerizas del Cantón Norte de Bogotá”. (Fabio A. Mariño Vargas)

Si me preguntaran cómo podríamos resumir la historia de Colombia de los últimos cincuenta años, escojo la vida de un hombre: Fabio Hipólito Mariño. Porque su historia de vida recoge esos años turbulentos que ha vivido nuestro país en la búsqueda de la paz, los sueños de toda una generación que se vio impelida a tomar el camino de las armas para trascender el modelo excluyente del bipartidismo y la intransigencia de una clase política que se caracteriza por impedir la construcción de un nuevo imaginario de nación: incluyente, equitativa y solidaria, en la que todos nos sintamos reconocidos y representados.

Hipólito, al igual que muchos docentes, entendió tempranamente que es la educación la que despierta sentido de compromiso con nuestro país, con esos otros hermanos colombianos dejados por fuera de un proyecto de nación inacabado, necesario era entonces educarse y educar para ser parte de los cambios venideros. Encontramos un hombre que toma la opción por la educación, se forma en el ejercicio docente, lee de manera crítica nuestra realidad y abraza, de forma decidida, la causa por la transformación política de Colombia. Eran los años setenta, irrumpe una generación que quiere cambiar la historia del país, asumen la línea conceptual del pedagogo Paulo Freire.

Es el amor por el país, por su territorio, por sus gentes y por encauzar la lucha por una paz con justicia social lo que dio sentido a una militancia que se la juega toda por la construcción de un nuevo país. Por ello sus acciones de “guerra” estaban cargadas de simbolismo. Sus combatientes y sus militantes en lugar de entonar la famosa Internacional: “Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…” entonaban el himno nacional y en lugar de banderas con alegorías de otras latitudes portaban con orgullo nuestra bandera tricolor. No era necesario acudir a otros íconos, cuando teníamos personajes de la talla de Bolívar, María Cano, Gaitán, Guadalupe Salcedo y Quintín Lame, entre tantos otros.

El elemento de la educación persistía en medio de la guerra. Hipólito, dice él, “aprendía educando”. Participaba en escuelas de formación política y encarnaba el discurso de “la cadena de afectos”, en el que insistía Bateman, como soporte vital para enfrentar los avatares de la vida clandestina y de los desprendimientos que exige la vida de un combatiente. Con el tiempo la vía armada se agota. Es un tire y afloje entre dos bandos: el Estado y los alzados en armas, donde lo único que se cosecha son muertos y sangre. Fabio lo concluye de manera lúcida: la apuesta no puede ser entre el Estado y un puñado de hombres por audaces, osados, o por intrépidos que sean. Se hacen acuerdos, pero se incumplen, se vuelve a la confrontación y es un juego de desgaste que no conduce a ninguna parte. Por ello los acuerdos no pueden ser entre dos: Estado y guerrilla. Los esfuerzos de cambio deben ser concertados con participación de todos los actores que conforman lo que Jaime Bateman llamaba el “sancocho nacional”.

Hipólito fue uno de los doce negociadores que Carlos Pizarro y la comandancia del M-19 eligieron para preparar la firma de los acuerdos de paz con el Gobierno de Virgilio Barco, que les permitió tener un buen número de representantes en la Asamblea Nacional Constituyente que da origen a la Constitución del 91. El camino no iba a ser fácil, eso lo tenían claro, pero con esa convicción proponen la vía del diálogo y la concertación.

Estas palabras escritas por mujeres del M-19 hace más de treinta años –que podrían replicarse al pie de la letra en el actual momento histórico- muestran el clima de intolerancia, de polarización y de estigmatización que se vivía en ese trecho de la dejación de las armas y la reincorporación a la vida civil:

“Y le decimos al país entero que exacerbar los viejos odios solo logra mantenerlo atado al caos que quiere superar. A una historia de exclusiones, de guerras, de intolerancias y sectarismos”.

“No es el momento de juzgar ni de cobrar sino de mirar hacia adelante y construir”.

“La elaboración de la Nueva Constitución es un proceso de pedagogía democrática, ella tendrá que ser un conjunto de métodos claros para abordar nuestros problemas en el marco de la paz, la democracia, la participación y la justicia”.

Hipólito es un buen ejemplo de quienes comparten el ideario de Gustavo Petro. En su libro El perdón, aparece Fabio; el ser humano, el maestro “freiriano”, el que concibe la educación como un “acto de amor”, curtido de compromiso social y entregado a la tarea de aportarle a la transformación social y política del país. Sintió la indefensión que da la desnudez, padeció los vejámenes, la tortura, el “submarino”, la “picana”, los simulacros de ejecución, los improperios para minar su moral y el ahogamiento entre aguas pútridas, durante varias semanas, mientras estuvo detenido en el Cantón Norte de Usaquén en Bogotá. Sin embargo, en medio de esa agonía encuentra en el perdón la redención, libera a sus victimarios del dolor que le han infringido y de esta forma se libera él mismo de odios y resentimientos. En ello es consecuente con su convicción de que es necesario perdonar para avanzar:

“Convicción centrada en la certeza del amor y de la vida, seguro de que perdonar es aprender a reconciliarnos, a buscar en la alegría de vivir un acto que demande lo mejor del ser humano, y que olvidar es casi imposible… para asegurar que Colombia no vuelva a acercarse a los límites del abismo del sufrimiento social y la desesperanza por la que la han obligado a transitar”. Hipólito se encontró con uno de sus torturadores. Los recuerdos de su cautiverio llegaron como un relámpago a su mente, pero pudo constatar que ya no albergaba esos resentimientos y se sentía liviano por el perdón: “Lo observé con la tranquilidad de mis decisiones, invoqué los sentimientos más cercanos por el respeto al ser humano”.

Perdonar para poder sanar es el único camino para restañar heridas y reconstruir tejido social. Hay que perdonar y se perdona justamente a quien ha hecho el daño. Es el acto de mayor prueba de humanidad, como lo afirma Jacques Derrida. Es una apuesta espiritual la que propone Hipólito, muy cercana al pensamiento gandhiano y a la prédica cristiana. Coincide con el modelo de justicia restaurativa que ha acompañado al acuerdo de paz con las FARC: para ser perdonado debe decirse la verdad, reconocer el daño causado y reparar a las víctimas. La propuesta de perdón social de Petro tiene el mismo trasfondo ético:

“El perdón social no es impunidad, es justicia restaurativa. El perdón social no es encubrimiento, es un proceso de verdad histórica. El perdón social no es ni jurídico ni divino, es un perdón terrenal de la ciudadanía”.

Cuando Nelson Mandela llegó a la presidencia muchos de sus compañeros de causa pensaron que ahora esas minorías blancas tendrían “su merecido” y muchos de sus antiguos perseguidores pensaban que se venía una retaliación. Mandela desarmó a unos y a otros, simplemente tendió la mano a quienes antes lo consideraban su enemigo y los perdonó de corazón. De esa manera emprendió el camino de la paz y la unificación nacional. Un camino similar deseamos recorrer de la mano de personajes como Hipólito y bajo la conducción serena de Petro. Líderes con vocación pedagógica que se la juegan por valores imperecederos: el respeto a las diferencias, la responsabilidad y la transparencia en el manejo de los recursos públicos y el sentido de equidad para saldar la deuda social que es la causa de todas las formas de violencia.  

Es tiempo de apaciguar los espíritus, de tender la mano a todo aquel que acepte que se ha equivocado y que ahora exprese su disposición a poner su granito de arena para construir la nación justa e incluyente que soñamos. Ad portas de un cambio histórico para Colombia soñamos con salir del turbión de la violencia, de esta maraña de odios y de mentiras y que podamos centrarnos en lo fundamental: ya no se trata de quién ganará la guerra sino de quién ganará la paz. La vocación de poder es para ganar la paz. Atravesamos un momento histórico largamente esperado, se va cerrando el ciclo: la guerra, el perdón y como corolario la construcción de la paz. Líderes que acompañan al Pacto Histórico, como Fabio Hipólito, son los imprescindibles para dar ese gran paso. Por su vocación de educadores, por haberse sanado mediante el perdón, por su calidad humana que se convierte en acciones por el cuidado de los otros y en defensa de la casa tierra.

Los retos para acariciar el sueño de esta nueva Colombia son enormes. Retos grandes y alcanzables que con los mismos instrumentos que da la democracia permitirá transitar ese camino: este 29 de mayo debemos salir a refrendar ese mandato de cambio. 

Hipólito, como millones de colombianos, merecemos esta oportunidad de ver, por fin, florecer nuestros sueños, de hacer posible la “utopía contraria”, como la llamara García Márquez, de vivir, de palpar esa paz con justicia social que nuestro país reclama. Un país hermanado en un proyecto de nación, donde nadie se sienta discriminado ni amenazado en su integridad, un país, como lo soñara nuestro nobel de Aracataca: “donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad. Donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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