Que Colombia es la democracia más antigua y estable de América Latina es una leyenda urbana que, hoy por hoy, está totalmente reevaluada. Nuestra democracia nació enclenque y, como los niños prematuros, históricamente ha estado en observación siendo su aliento tan débil, que nunca ha sido posible sacarla de la sala de cuidados paliativos.
De los filósofos griegos que estudiaron las formas de gobierno; Aristóteles, analizando decenas de constituciones, las definió y clasificó en puras e impuras. En las impuras o viciadas por la corrupción (que se caracteriza por gobernar en beneficio propio y nunca en el bien común) incluía la tiranía, que es el gobierno de una sola persona. La oligarquía, aquel régimen político en el que el poder es controlado por un pequeño grupo de individuos o familiares; y la demagogia, que consiste en halagar las aspiraciones populares para obtener, conservar y acrecentar la popularidad. ¿Les dice algo esta forma de gobernar y entender la política?
En la categoría de las formas puras (o buenas), el poder siempre está dirigido al interés común y el de todos los miembros de la polis, pues se gobierna para la utilidad pública y ubica la democracia entre las constituciones o formas de gobierno que tienen en cuenta el interés general y practican rigurosamente la justicia. En la democracia, el gobierno debe ser para todos y en beneficio de todos. Debe ser un gobierno de la ley y no de los hombres, y requiere de dos pilares fundamentales: libertad e igualdad. En otras palabras, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, tal como la definió Abraham Lincoln en su famoso discurso de Gettysburg.
¿A qué esta forma les suena bastante lejana? Si Aristóteles levantar la cabeza, me gustaría conocer su definición de la maquiavélica argucia con que históricamente ha sido gobernada Colombia.
La destrucción de la democracia
Gracias a la tecnología y la globalización hoy por hoy hay muchos sistemas para acabar con una democracia. Si bien es cierto que el golpe militar es la más tenebrosa de todas, no es la única manera de doblegar a todo un país. También está la destrucción a través del fraude electoral (compra de votos y amaños a los sistemas). O formas sutiles como la cooptación de todos los órganos de control por parte del partido de gobierno; las reformas a favor del cacique de turno con la violación soterrada a la constitución; o subyugar a toda una nación a base de decretos presidenciales. También la marginación, el desprestigio y la aniquilación lenta, sistemática y siniestra de las voces opositoras; así como la implosión del Estado mediante una crisis institucional o de la utilización de canales oficiales para la transmisión de mensajes populistas, etcétera. En fin, que métodos hay demasiados y muy dispares. ¿Les son familiares alguna o todas estas oscuras figuras? ¿tienen algún ejemplo cercano de cualquiera de ellas?
El miedo es una de las armas más letales utilizadas por los déspotas para mantener su statu quo y no perder el control de los hilos de ese poder del que se creen ungidos por gracia divina. No tenemos que hurgar demasiado para ver cómo lo han usado de manera estratégica para manipular e inclinar el sufragio a su favor. Un gran ejemplo de ello es el voto que llevó a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos: el miedo a que los inmigrantes, especialmente los mexicanos, robaran el empleo a los ciudadanos blancos. Otro ejemplo muy diciente es el Breixit y la manera cómo se consiguió que el Reino Unido saliera de la Unión Europea, pues la gente se asustó con la dialéctica de que la burocracia europea aniquilaba la grandeza imperial, y entonces el pánico fue el rey en las urnas.
En Colombia, para no ir más lejos, en las últimas décadas la derecha se ha mantenido al mando gracias a que, ignorando que la Guerra Fría terminó hace cuarenta años y que la Unión Soviética no existe, ha seguido infundiendo el pánico con un comunismo hipotético. Para ello, el dictador Hugo Chávez les vino como anillo al dedo y cual lapas se han agarrado a él y a lo que representaba.
El Centro Democrático se hizo a un caballito de batalla magnífico para infundir el miedo en una población a veces totalmente desinformada, otras mal informada y, en ocasiones, informada, pero temerosa. Así, acuñó una palabreja sobre la cual galopan incesantes políticos de mediopelo y mediocres candidatos insulsos cual muñecos de icopor e inflados como globos aerostáticos. Todos, sin excepción, se desgañitan repitiendo que ellos son los adalides llamados a evitar que nuestra maltrecha democracia caiga en manos del “castrochavismo”. ¿en serio? Sí, sólo hace falta analizar cómo un personaje tan ignorante, anodino, pueril y pusilánime como Iván Duque Márquez llegó a la presidencia de un país históricamente manejado por una oligarquía endogámica (descontando, lógicamente, la compra de votos por parte de la mafia paracosteña).
El ruido de los sables
Que las fuerzas armadas metan la nariz en asuntos políticos; que su bota militar amague con pisotear el mandato del constituyente primario, y que descaradamente y de frente rompa la con la neutralidad que se le supone a un organismo castrense, en cualquier país con una institucionalidad sólida, se habrían encendido todas las alarmas.
Eso, obviamente, en un país en donde el respeto a los derechos civiles, humanos y sociales, sean la columna de la democracia, no en Colombia, la esquina del mundo en la que la corrupción y la impunidad son los pilares en los que se afirma un gobierno elegido por la mafia y sostenido por el paramilitarismo.
Que el representante del ala más dura y brutalmente conservadora del cuerpo armado colombiano, Eduardo Zapateiro Altamiranda, ataque de frente a Gustavo Petro Urrego, el candidato con más opción para ganar la presidencia y no pase nada, sólo es una de esas “colombianadas” a las que nos tiene acostumbrados el denostado y mal llamado glorioso Ejército nacional. El hombre en cuestión e investigado por corrupto, ni tan siquiera ha sido amonestado por su comandante, el abyecto presidente Duque. En un país decente el militar no solo no habría sido premiado al día siguiente de sus polémicos tuits, sino que ya estaría fuera de su cargo disfrutando del buen retiro, porque en Colombia los malos caen parados.
Una democracia de verdad no trataría de manera anecdótica todos los desmanes de gran parte de la corrupta cúpula militar, tanto en sus vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo como en su participación proactiva en el asesinato de civiles inermes e inocentes (falsos positivos) y, mucho menos, en la injerencia en una campaña política tan particular como en la que estamos inmersos. El ejército de una democracia seria ya no tendría en sus filas a un general que un día llora en televisión la muerte de un sicario como alias Popeye, y otro, amenaza con un golpe de Estado si los demócratas llegan al gobierno; ni estaría bajo el mando de un ministro como Diego Molano, que asesina niños y mujeres embarazadas como quien deshoja margaritas (a propósito, la tal Margarita cabello y su desface de funciones es un tema que merece capítulo aparte).
Los militares tienen tanto o más miedo que Álvaro Uribe Vélez y el Centro Democrático, eso es una verdad inocultable. En su pánico por llegar a perder la impunidad de la que históricamente han gozado y que salgan a la luz más alianzas macabras, más estafas al erario y el azufre de esa olla hedionda en la que han convertido al Estado, pueden poner a todo el país a los pies de los caballos. Si el títere de turno, aspirante a la presidencia, no logra comprar los votos suficientes que mantenga el statu quo de ese amasijo de estiércol en el que se encuentra inmersa la élite, el narcotráfico, el paramilitarismo y los saqueadores del Estado, ese ruido de sables que hoy escuchamos, muy seguramente se hará silencio en un golpe seco para el que ya está preparada la cúpula militar. Miedo dan las amenazas de los déspotas que con sus armas apuntan a todo el que quieren un país decente.
En Colombia siempre pasan cosas históricas, pero creo que éste es uno de los momentos más grandes e históricos por los que nuestra generación va a pasar. Nunca, en toda nuestra historia, tanta entraña del pueblo se había unido para hacer valer sus derechos. Estamos a las puertas de un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Tenemos muchos, muchísimos más de 6402 motivos por los cuales salir a votar el 29 de mayo y 70 mil millones de razones para conseguirlo en primera vuelta y parar ese esperpento con el que en los últimos 200 años nos han “abudineado” la democracia.
Nosotros somos ese país honrado y trabajador que década tras década no ha parado de llorar a sus muertos. Somos los campesinos desplazados y asesinados; los indígenas sin territorio y sus niños famélicos o muertos a falta de agua; somos los hijos sin educación, los jóvenes sin futuro, las mujeres violadas, viudas y huérfanas de hijos. Somos los agonizantes en las puertas de los hospitales, los desempleados que claman una limosna en los semáforos. Somos ese pueblo al que le han asesinado a nuestros mejores líderes y a cinco candidatos presidenciales. Somos esos muertos que flotan en los ríos y esas cabezas con las que los genocidas han jugado fútbol.
Somos esos ciervos sin tierra a los que nos amenazan, no desplazan, nos obligan al exilio, nos roban los derechos y con ellos nuestros sueños. Somos esos ciudadanos inermes que pese a todas las agresiones a su vida y sus recursos siguen creyendo que la decencia y la verdadera democracia son posibles. Somos esos seres humanos que creen en la política del amor, que merecen respeto y que saben que para que el carro eche a andar, hay que meterle el cambio en primera y llegar, por fin, a esa forma buena de gobierno de la que nos habló Aristóteles.