Lo primero que tiene que llegar a hacer el nuevo presidente es poner orden en casa, dando ejemplo con su magnanimidad en sus actos y especialmente con su lenguaje. Freire afirma que el lenguaje del político ha de tornarse educativo y ahora, más que nunca, todo lo que diga –desde su primer discurso agradeciendo el mandato que los colombianos le están entregando y de allí en adelante sus alocuciones- servirá para el propósito que todos anhelamos: unir a los colombianos en la construcción de la paz en un nuevo país incluyente y justo.
El nuevo presidente debe tener muy claro su lugar como maestro, como referente para toda una comunidad de nación. No puede llegar a armar peleas, debe llegar a apaciguar los espíritus y a dar tranquilidad a quienes se han dejado inflamar con el discurso del odio, de la guerra y de ver a todo aquel que piensa distinto como su “enemigo”.
Un nuevo mandatario no puede dedicarse a perseguir a los uribistas y menos caer en la trampa de quedarse cuatro años contestando sus diatribas. El presidente debe dedicarse a gobernar bien, a liderar las grandes transformaciones que el país necesita y, con ello, dejar callados a quienes lo satanizaban sin mayores argumentos. La primera actitud que desconcierta a cualquier oponente cuando se lo ha derrotado es tenderle la mano y validarlo como oposición.
En reciente entrevista el sacerdote Francisco De Roux presenta una imagen descarnada y dolorosa de los niveles de degradación a que nos condujo el conflicto armado. En su visión tranquila no salva a unos ni a otros, invita mejor a una reconciliación nacional, que debe pasar por el esclarecimiento de la verdad y el perdón. Aclara que perdón no es olvido, que se hace necesario el diálogo y el compromiso de todos para darle continuidad al proceso de paz, truncado por este gobierno.
El país como escuela, sus funcionarios públicos como maestros y lo que da sustento a cualquier acción educativa es la conversación, como lo expresa De Roux. Una conversación se da sobre la base de sentirnos escuchados y visibilizados por los otros. Es la tarea que tiene el próximo mandatario: allanar el camino de las diferencias y unificar en torno a lo fundamental. Una tarea eminentemente educativa.
Un presidente, como un buen maestro, no piensa en ganadores o perdedores, piensa en seres humanos que se sentirán inspirados por su manera de contagiar humanidad, por su apego a la vida, por su amor a la madre tierra, por su vocación de cuidar a quienes están en desventaja y de tender su mano a todo aquel que desea ser acompañado en el viaje del saber.
Cuidado mutuo y responsabilidad social van de la mano. Tan sencillo como apreciar en todo acto si contribuye o no al bienestar de todos. “Pobrecitos los invasores, son desplazados, dejen que hagan sus ranchos en las zonas de ladera”, actitud equivocada que invoca solidaridad. Mejor sería: “Cómo reubicar a estos compatriotas en viviendas dignas y de paso evitar que acaben con las zonas de bosque, con los nacimientos de agua, con los reservorios de oxígeno para toda una comunidad”.
Un buen maestro comparte las claves del conocimiento y de los grandes proyectos: el trabajo en equipo y la lectura de los contextos. El líder no es clarividente y toda la comunidad no se queda a la espera de que tenga un acto de iluminación, los liderazgos beneficiosos son incluyentes, dinamizadores y propositivos. Antes nos quejábamos del gobierno, ahora seremos gobierno, ¿vamos a seguir quejándonos o vamos a participar con nuestras propuestas y nuestras manos limpias a esta nueva apuesta de país?
El próximo presidente está llamado a hacer florecer el enorme jardín del territorio nacional con escuelas y universidades al alcance de todos y que brinden educación de calidad, con tierras productivas que brinden seguridad alimentaria, comunidades que le apuestan a emprendimientos para dignificar sus vidas, sin que sea a costa de nuestros recursos naturales, con dirigentes y funcionarios públicos que no nos avergüencen ante propios y extraños por sus actos de corrupción sino que sean ejemplo de entrega y de pulcritud en el manejo de lo público.
No te quedes mirando el tren de la historia que pasa frente a tu ventana, debes montarte y comprometerte para que seas parte del cambio y puedas, como los maestros, dejar huellas de orgullo para tus estudiantes, tus familias y tus hijos, al saber que fuiste parte de la barca que empujó las grandes transformaciones.