Close

Comunidad de San José: resistiendo con las uñas

Sin importar si mañana morimos, creemos que vale la pena resistir y es mejor morir por algo y no por nada.

Ilustración de Cami Marín

Ilustración de Cami Marín

Hay lugares del planeta en los que el paraíso no necesariamente se parece a ese imaginario idílico que todos tenemos de un edén en la tierra. Pese a ser la mayor exportadora de banano de la región, a sus suelos ricos en recursos naturales, a la tierra fértil en la que germina cualquier semilla, a sus bucólicos paisajes, a estar bañada por dos océanos y un río; y a su cultura diversa, pues en ella confluyen la antioqueña, la chocoana y la Caribe, la región del Urabá (al norte del departamento de Antioquia, en el noroccidente colombiano) podría ser el mismísimo paraíso en la tierra. Pero todo esto, sumado a que está en un punto estratégico para el tráfico de armas y coca, han hecho de este enclave el que más muertos ha puesto en la guerra interna que ha desangrado a Colombia. 

Seis décadas de aguante en medio de las balas hacen de sus habitantes personas recias, fuertes y curtidas en el dolor. La región del Urabá ha registrado las más altas tasas de desplazamiento interno del país y el mayor número de masacres en todo el territorio y, de sus casi 600 mil habitantes, algo más del 90 por ciento se clasifica como víctima. En medio de ese fuego cruzado entre la guerrilla, los grupos paramilitares y la Fuerza Pública, han desaparecido familias completas. Cientos de huérfanos y viudas deambulan sin futuro por todo el país, sin un trozo de tierra sobre la cual sembrar su pan coger.  

En Urabá no hay nadie que no cuente muertos. Los defensores de derechos humanos han caído a la par que campesinos y líderes sociales y, pese a que la paz se firmó con la guerrilla de las FARC, los paramilitares, los grupos al servicio del narcotráfico y las disidencias de las FARC (guerrilleros que, ante el incumplimiento de lo acordado por parte del Gobierno del presidente Iván Duque, volvieron a empuñar las armas) continúan amedrentando a la población y reclutando jóvenes para su particular guerra.

Escapar a las balas entre los 11.664 kilómetros de extensión de esta región no ha sido tarea fácil. La violencia ha puesto a prueba a sus habitantes quienes en su angustiosa lucha por la supervivencia han explorado un sinnúmero de posibilidades en su empeño porque la convivencia pacífica cierre el paso a la barbarie. Así es como en 1997 nació la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Meses después de que las masacres dejaron vacío el casco urbano, los campesinos salieron. A día de hoy son 300 personas, entre hombres, mujeres y niños organizados en las veredas amenazadas reclamando su legítimo derecho a vivir en paz en su territorio, pidiendo el respeto a los derechos humanos, con la decisión de mantenerse al margen del conflicto sin armas y sin ponerse de lado de nadie en esa guerra. Para frenar las masacres y no dejarse involucrar en una guerra que no es de ellos. 

Hermanar para resistir

Desde un comienzo la Comunidad comprendió que para sostenerse a flote y mantener a raya a todos los actores en disputa debía hacer alianzas y hermanamientos con la comunidad internacional. En la divulgación más allá de sus fronteras, sus miembros encontraron una manera con la cual pedir protección para sus vidas, apartándose así de la estigmatización que desde el mismo gobierno también han recibido, al ser tildados por los partidos de la derecha colombiana como guerrilleros, dejándolos a merced de un fuego cruzado, que ni siquiera declarándose neutrales han podido esquivar para salvar la vida de sus más destacados representantes; contando hoy, desde su declaratoria de neutralidad, 301 líderes asesinados. 

Germán Graciano y Yudis Alba Arteaga, destacados líderes de la Comunidad, visitaron varias ciudades de España como parte de la gira europea de conmemoración de los veinticinco años de su creación. Organismos como la Asamblea de Madrid, Amnistía Internacional y algunas ONG escucharon sus denuncias sobre fragilidad de su seguridad después de la firma del Acuerdo de Paz. El incumplimiento del mismo, y la inacción de las fuerzas del Estado los tiene a merced de los hostigamientos que incluyen, entre otras cosas, prohibición de cultivar la tierra y extorsiones sobre lo que logran cultivar; y a quien no paga, o lo echan de la zona, o lo asesinan. 

Ser memoria es compromiso con el futuro 

Germán Graciano es representante de la Comunidad desde el 2005, luego de que su fundador, Luis Eduardo Guerra, cayera junto a su esposa y sus hijos en una masacre perpetrada por las autodefensas en anuencia con el Ejército Nacional. Asegura que “aunque con las muertes y las masacres nos quieren decir que por el bien de todos nos vayamos del territorio, nosotros decidimos resistir y salir a contárselo al mundo. Porque sabemos que es bueno e importante, no solo para Colombia sino para la comunidad internacional, que se sepa que nosotros pensamos que otro mundo es posible y que no hay porqué arrodillarse al sistema que intenta exterminar a la gente que clama por los que no tienen voz”. 

Germán, a quien le han asesinado a trece miembros de su familia (ocho entre la Fuerza Pública y los paramilitares y cinco por parte de la guerrilla), asegura que resiste en su empeño porque “moral y éticamente tenemos un compromiso con el futuro y la memoria de los que se han ido y de los que siguen cayendo que nos lleva a creer que un día habrá justicia en nuestro país; que nuestro mensaje llegará al mundo y a nuestra juventud. Porque se tiene que saber por qué nos han matado y cuáles han sido los intereses envueltos en la guerra. 

Por ellos estamos siendo memoria para que se sepa la verdad de todas las injusticias que han sucedido en nuestro territorio, para que todo lo que nos han hecho no vuelva a suceder nunca más. Contarlo en estos escenarios internacionales nos sirve un poco de escudo, pues hace que los asesinos se corten un poco a la hora de atacarnos. Sin importar si mañana morimos, creemos que vale la pena resistir y es mejor morir por algo y no por nada. Trabajamos para que la verdad se conozca y lógicamente que sentimos miedo por nosotros y nuestros hijos, pero gracias al acompañamiento de las brigadas internacionales, de las ONG nacionales e internacionales tanto de Estados Unidos como de Europa que no nos han dejado solos y después de tantos años nos siguen apoyando y, hasta el Papa, que nos ha enviado mensajes de solidaridad, aguantamos en la resistencia por nuestra vida”. 

Germán asegura que ir contando la historia de la Comunidad de Paz por el mundo lo amarra más a su territorio, porque sabe que mientras la tierra produzca, ese será el único lugar en el que siempre quiera estar. “La fuerza que nos dan desde afuera es muy importante para nosotros y el acompañamiento internacional ha sido vital. Por eso estamos aquí recorriendo España y algunos países de Europa, porque necesitamos que no nos dejen solos”.

La búsqueda del respeto a la vida y del futuro de sus niños es lo que empuja a estos líderes a contar su experiencia en todos los escenarios posibles en los cuales puedan ser escuchados, ya que en la divulgación internacional encuentran una forma de protección a la persecución y a las masacres de las que han sido y siguen siendo objeto. 

La violencia en su contra no cesa, pues el incremento del paramilitarismo en la zona se ha agudizado a partir de la cooptación de los espacios liberados por las FARC tras la firma de la paz. Una prueba de ello fue el paro armado del pasado mes de mayo declarado por los paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, no solo en el casco urbano del departamento de Antioquia, sino en ciudades como Medellín y Barranquilla, en el que hicieron una demostración del terror y el poder que ejercen en la zona. Obligaron a los habitantes a no salir de sus casas, bajo la amenaza de ser declarados objetivo militar, como represalia por la extradición a los Estados Unidos del cabecilla narco paramilitar Dairo Antonio Usuga, alias “Otoniel”, máximo líder del Clan del Golfo.

Alba, coordinadora en la vereda Mulatos, cuenta que al interior de la Comunidad se blindan contra el miedo con charlas comunitarias en las que expresan sus temores, escuchando especialmente a los niños, pues consideran que son las víctimas más vulnerables, y es importante saber cómo viven la situación, explicarles lo que está pasando y cómo manejarlo. Además de estas terapias colectivas cuentan con la asesoría, la fuerza y el apoyo moral de las ONG acompañantes. En colectivo buscan diversas formas de entender cómo se ha vivido la violencia y de qué manera es posible superarla, para que sus miembros se sientan apoyados y aprendan a vivir en el contexto. 

Sobreviviendo gracias lo comunitario

La Comunidad nació en la vereda La Unión y, según se han ido sucediendo las matanzas, se desplazó hasta la vereda La Blandita después de la masacre del 2005. A partir de entonces decidieron romper con el Estado ante la negativa de éste de brindarles protección. En aquel momento gobernaba el país Álvaro Uribe Vélez y fue tanto el desamparo en que dejó a los campesinos, que les negó hasta la posibilidad de continuar educando a sus hijos y no volvió a enviar profesores a la zona. A partir de aquel año la educación de los niños quedó a cargo de los mayores y la autosostenibilidad la llevan a todas las áreas, incluida la de la pedagogía de sus hijos. La mayoría de los jóvenes, que cuando se creó la Comunidad eran unos niños, han decidido quedarse para apoyar en la educación a los que vienen detrás y en la pequeña escuela construida por ellos imparten formación primaria y secundaria totalmente gratuita, garantizando útiles escolares y alimentación básica a sus casi cincuenta estudiantes. 

En la Comunidad de Paz todo es autogestionado y comunitario. Las mujeres embarazadas, los ancianos y los niños tienen su alimentación gratis. Germán asegura que es la autogestión y el apoyo comunitario lo que, pese a tantos embates de la violencia, los ha mantenido unidos y lo que ha permitido que sus hijos tampoco tomen partido en el conflicto evitando que se vayan a las filas de la guerrilla o de los paramilitares. No implicarse con acciones violentas es lo que los mantiene libres, lo que les ha permitido tejer lazos solidarios fuertes para apoyarse con la fraternidad y lealtad que solo el dolor compartido permite generar.

El reconocimiento que en estos veinticinco años ha merecido la Comunidad no es solamente por resistir a la violencia, sino por crear formas económicas alternativas y soberanas con las que, además de respetar el medioambiente, les está permitiendo subsistir en condiciones dignas. “Con mucho esfuerzo y con las uñas creamos una cooperativa de comercialización de cacao y las campañas de desprestigio en nuestra contra nunca terminan. Los ataques vienen de muchos frentes, como por ejemplo de políticos de la zona, de organizaciones y federaciones de grandes terratenientes y de reclamantes de tierras a favor de los paramilitares, que intentan que nuestra cooperativa fracase por el mero hecho de que existe. Creemos en el comercio justo y la paz y el bienestar que éste permite y no somos competencia para los grandes productores, solo somos unos campesinos que le apostamos al comercio de un cacao con certificación orgánica que puede ser un ejemplo a replicar en otros lugares del país– asegura Germán.

Periodista, comunicadora social y grafóloga bogotana. Trabajó en varios medios y oficinas del Estado colombiano. En Oviedo, España, fue la cara visible de la Revista "Gente de Asturias", publicación del desaparecido Periódico "La Voz de Asturias". Desde España ha sido corresponsal y colaboradora para diversos medios colombianos. Actualmente escribe para Planeta Futuro del Diario "El País" y, desde el espacio personal de su blog www.ypensandolobien.com, nos cuenta su particular manera de entender el mundo. 

scroll to top