De lo sublime a lo ridículo no hay más que un solo paso. La sentencia es atribuida a Napoleón, pero fue la actriz Marlene Dietrich quien la popularizó. Por arte y perseverancia de Gustavo Petro la sociedad colombiana pasó de la proverbial chismografía a la política en mayúscula, arrastrando a su paso a un establecimiento insufrible y levantando de sus butacas a personajes cuyo principal mérito ha sido el de vivir a expensas del Estado sin recibir ningún castigo. Energías limpias, paz total, conservación del agua, derechos laborales, acceso a la salud, entre otros, se volvieron temas de conversación ciudadana. El cambio climático, tema de frikis y académicos, se popularizó. Colombia se está moviendo en la dirección correcta expresó el nobel de economía Joseph Stiglitz en entrevista al El Espectador. Sin argumentos, el Establismenth se vio forzado a mover ficha. Un movimiento canalla: llevar al país de lo sublime a lo ridículo. Coger un poco de mierda, amasarla y esparcirla mediante un ventilador.
Comenzó entonces una competencia entre los medios para ver quien esparcía más mierda. Nadie quiso quedarse atrás. Al unísono, como en una sinfonía, los medios atacaron con sus instrumentos. Una foto aquí, una historieta contada a medias allá, un titular de crónica roja, una chica peleando por una camioneta, un mafioso jubilado, un espantajopos paseando en un vaporetto por los canales de Venecia, unos charlatanes de Cataluña diplomados en complots de medio pelo, una pelea entre hermanos, en fin, una sumatoria de “sucesos” que nos hizo recordar la gloriosa época de tabloides como El Espacio o la serie radial La ley contra el hampa, en los que se entremezclaban sexo, cárcel, astrología, conspiraciones, asesinatos, brujería, fugas y pornografía. María Jimena Duzán con su programa A Fondo es la única periodista que, desde mi punto de vista, ha interpretado el cambio cultural y generacional que se está produciendo en Colombia. Ella, sin caer en el panfleto, el histrionismo o la propaganda, nos ofrece una visión crítica y multifacética de lo que está ocurriendo en el país.
A la ridiculez se le ha juntado alguna gente esclavizada a las redes sociales. Representan a esa especie de neoliberalismo de izquierda que se ha especializado en librar batallitas en Twitter o WhatsApp, pero que no producen una sola idea. Son producto del hiperindividualismo y la frivolidad que reina en estos tiempos. Ejecutan el papel de comparsa en una obra escrita por los que van a saco contra el gobierno que preside Gustavo Petro. En Colombia abundan los académicos y los abogados, pero tiene un deficit de lo que en Europa del Este se conocía como la Intelligentsia, esa vanguardia intelectual comprometida con el destino de la nación. Ante la ausencia de Intelligentsia, el país ha encontrado, por ejemplo, en la obra de la escultora Doris Salcedo (Fragmentos) y la cineasta Laura Mora (Los reyes del mundo), una interpretación de la realidad colombiana que luego han trasformado en arte y memoria. Mujeres dando un paso al frente cuando otros y otras dan dos pasos atrás.
Estos días de Cuaresma no han sido fáciles para la izquierda colombiana y para los millones de votantes del Pacto Histórico. El ataque mediático contra la vicepresidenta Francia Márquez por un cambio de residencia y luego contra el presidente Petro por las cagadas de su hijo crean una atmósfera de confusión. La estrategia es la de coger la realidad y volverla telenovela. Que la chismografía obstaculice la gobernabilidad. El objetivo de estos ataques es sembrar el desconcierto entre los que eligieron el cambio. Debilitar la voluntad de lucha. Volver atrás la rueda de la historia. Renunciar al cambio. Resignarse. Volver al viejo país que saltó por los aires durante las revueltas callejeras. Llevarnos hasta un estado de agonía insoportable que si alguien nos ofrece una pastilla para zanjar el sufrimiento no vaciláramos en tomarla, como escribiría en su autobiografía George Best —el mítico delantero del Manchester United conocido como el «Quinto Beatle»— cuando padecía dolor en el hígado.
Viene entonces el tema del Pacto Histórico. Un artefacto útil que permitió ganar la Presidencia y una considerable fracción parlamentaria. Cuando tienes una agrupación chiquita es fácil controlarlo todo. Los integrantes se conocen entre ellos por sus nombres. Se sabe el domicilio de cada uno, con quién anda, qué come, cuanto calza y hasta el tipo de desodorante que usa. La cosa cambia cuando te vuelves una vaina grande como el Pacto Histórico. Se cuela de todo. Desde un viejo marxista leal a su causa, un actor porno en decadencia, una estudiante de sociología de la Universidad de Nariño, un gamonal de provincia que no quiere perder el tren y hasta el cura del pueblo. Corruptos de pequeño tamaño e individuos codiciosos buscan escampadero en las nuevas fuerzas. Le pasó a Podemos en España, PT en Brasil, MAS en Bolivia, por mencionar tres casos. Gustavo Petro no es el presidente de Dinamarca o Finlandia donde la corrupción es casi igual a cero, sino de Colombia un país en donde el soborno y el saqueo de las arcas públicas es un deporte nacional. Petro ha recibido un país que, en lo público y privado, está agujereado por la corrupción. Esto hay que dejarlo claro. Petro no es un Gran Hermano que tiene ojos para vigilar a los miles de funcionarios públicos del país y los contratos que realizan. Vigilar y denunciar es una obligación moral de quienes pertenecen al Pacto Histórico y la ciudadanía en general.
La corrupción es una epidemia que afecta a todo el territorio nacional, pero en el caso de Barranquilla hay que sumarle el espantajopismo como lo recordó Felipe Priast en un escrito reciente. Lo digo como barranquillero. Ese afán de aparentar y pordebajear. Creerse la reina del flow o el rey del mambo como ocurrió con Nicolás Petro. Un chico cuyo único mérito es ser hijo de Gustavo Petro, el presidente de Colombia, un luchador romántico con aciertos y yerros, un self-made man que ha defendido con perseverancia sus ideales de redención. El aparato corruptor de Barranquilla es célebre por su capacidad de malograr a personas que prometían ser buenos ciudadanos, empero acabaron en la cárcel. Es algo que me avergüenza como barranquillero.
Cuando se entiende esto, hay que entender lo otro. ¿Qué es lo otro? El triunfo del Pacto Histórico fue en segunda vuelta y por un margen estrecho. Esto no hay que olvidarlo. Para no incurrir en la arrogancia. La izquierda es dueña de saberes, pero también tiene limitaciones. Le falta cancha para gobernar, por ejemplo. ¿Dónde quedó la humildad y el sentido común? Cuenta con gente honrada y méritos académicos, pero eso no basta para gobernar. No es un pecado alternar y apoyarse en gente de otros partidos que sabe hacerlo bien. Es ingenuo y ahistórico creer que el rumbo de un país se puede cambiar en una legislatura. Pongamos los pies sobre la tierra. Hay lugares del país en los que no se ha producido ningún relevo generacional. Los mismos con las mismas. El Pacto Histórico es ahora mismo una especie de franquicia empleada por alguna gente para hacerse a un cargo en la administración pública o conseguir una candidatura para las elecciones locales de octubre. Contra esto hay que luchar. Candidato que no pase por un mecanismo de primarias, abierto y democrático, no hay que votarlo. El cambio no consiste en reemplazar piezas, sino la de modificar el funcionamiento y la utilidad del cuarto de máquinas. Un cuarto de máquinas que tira del barco que, por ahora, está capitaneado por el tándem Petro-Márquez. Confiamos en él y ella.
Lo que hubo en estos días fue una leve tormenta. Hubo gente que se asustó y abandonó el barco, lanzándose al mar desde la borda, sin reparar en los tiburones que los esperaban con las jetas abiertas y los dientes bien afilados. Vendrán tiempos difíciles. Con vientos huracanados y olas que sacudirán al barco. Hay que amarrarse duro. Aguantar las tempestades. No dejar que la embarcación se hunda. La faena es coral. Todo mundo en su puesto. A los que les gusta vivir a costillas de otros, a pan y cuchillo, hay que bajarlos en el primer puerto para que se busquen la vida en otra parte. La singladura del cambio está corregida. Contra viento y marea. Reformar el país para ponerlo al servicio de la mayoría social.
En política hay que sanar los males, no vengarlos, dijo Marlene Dietrich, la actriz antinazi.