La primera regla que debe aprender a rajatabla un político es que toda lucha contra un periodista está perdida de antemano. Incluso, hasta con el peor y más embustero del mundo. Más en estos tiempos de caos informativo en que lo real y lo ficticio se han equiparado. El plan de los grandes medios digitales consiste en mantener a los lectores en un estado de permanente pulsación. Cero información. Los sucesos, como en las telenovelas o series, se entregan por capítulos, creando una expectativa sobre lo que va a ocurrir en la siguientes horas. Los protagonistas, como en el teatro infantil, son movidos por manos diestras. El público, como en el teatro griego, corea. En la mayoría de los casos el público es mera comparsa o una sombra shakespeariana.
El gobierno que preside Gustavo Petro vive un momento complicado y triste. La gobernabilidad choca contra varios frentes abiertos. Simultáneos. Como el título de la película ganadora del Oscar: Todo a la vez en todas partes. Personajes como Roy Barreras o Armando Benedetti fueron necesarios para ganar, pero tenerlos dentro del gobierno trae consecuencias. Son aplicados alumnos de una escuela en las que prima la manipulación, la vanidad y la codicia. Son hijos de su tiempo. El tiempo de los Turbay, Pastrana, Santos, Gaviria, Vargas Lleras, Uribe, Galán y un largo etcétera. Petro no tiene otra alternativa que tejer una gobernanza con los mimbres que tiene a mano. A la mano tiene fibras retorcidas y nuevas. Maquiavelo y Kant cohabitan en la Casa de Nariño. Políticos acostumbrados a saltarse la ley y políticos inocentes. En el Palacio de Nariño hay gente noble y genuina, como el mismo Petro, así como gente que es capaz de pegarte una puñalada por la espalda, envenenar la copa de vino que te han servido o matar a tu mascota.
Confrontar al establishment trae consecuencias. Es una lucha desigual. Asimétrica. Requiere de astucia para no morir aplastado. La astucia de Ulises contra la fuerza del cíclope Polifemo. La precisión de David contra la brutalidad de Goliat. Hay que hacer lo que se puede, no lo que se quiere. Avanzar con pasos cortos, pero sobre terreno firme. Centímetro a centímetro, pero sin perder el rumbo. Ofrecer no una utopía, sino una anti-distopía. Un plan realista, pragmático, inteligente, sin grandes sueños, que satisfaga las incertidumbres de una sociedad temerosa que busca seguridad y certeza ante una realidad indeseable y alienante. La población teme a la guerra, el hambre, la sequía, la peste, la violencia, la migración, la mendicidad, el caos. Teme a un mundo distópico que pareciera estar a la vuelta de la esquina.
Los primeros meses de Petro fueron brillantes. Prueba de ello son los resultados macroeconómicos de Colombia. La inversión extranjera creció como lo registra la revista Portafolio. La tasa de desempleo cayó en el primer trimestre del año en comparación con el gobierno de su antecesor. Un reciente informe coloca a Colombia como el cuarto país de la OCDE con mayores perspectivas de crecimiento y creación de riqueza. El peso colombiano, según reciente estudio de Bloomberg, es la moneda que más se fortalece entre las economías emergentes como lo reconoció Semana, el más sofisticado aparato de agitación y propaganda de Colombia. En política exterior, Petro ha puesto a Colombia como a una nación sin complejos, sin subordinación a las potencias y soberana en sus decisiones. Washington y Bruselas han descubierto que Gustavo Petro no es un perrito faldero, sino un jefe de Estado con el que hay que tratar de tú a tú. El encuentro con Joe Biden da cuenta de esto. Estabilidad económica y reconocimiento internacional, las dos principales asignaturas por las que se mide la competencia de un jefe de Estado, han sido aprobadas con nota sobresaliente por el presidente Gustavo Petro.
Son hechos. Hechos que sellaron la boca a las voces que mostraban a Petro como a un extremista. Viene entonces una estrategia dirigida a desquiciarlo. Mancharlo. Empujarlo a un combate entre el lodo. Tumbándole alfiles a través de fintas legales y narrando la realidad en modo telenovela; obstaculizando, mediante los poderes fácticos, la gobernabilidad y sembrando una matriz subjetiva en la fluctuante mentalidad de los colombianos. Sobre todo esto último. Acelerando eso que los alemanes llaman la kulturkampf —lucha cultural— dirigida, en el caso colombiano, a estimular y aceptar dentro de la sociedad los comportamientos gansteriles y autocráticos.
Dicho esto, hay que aceptar a guisa de autocrítica, lo que no está bien. No está bien cazar peleas de salón con los periodistas, aunque digan mentiras. El entorno del Presidente no puede estar en manos de saltimbanquis, personas que han saltado de un partido a otro. El gobierno debe mostrar centralidad, nombrando, como en la Casa Blanca, un vocero oficial sobre los temas trascendentales y reorganizar las comunicaciones para evitar mensajes contradictorios. El presidente, la vicepresidenta, los ministros y altos funcionarios no pueden estar respondiendo a cuanta provocación mediática se les aparezca, porque saldrán siempre perdiendo aún teniendo la razón. Este oficio hay que dejárselo a los youtubers e influencers. Cuando la maleza empieza a crecer en el gobierno hay que sacar la podadora.
Es momento para la pausa. Retiros espirituales, le llamaban antes. Juntar al gobierno con los miembros de la fracción parlamentaria durante un fin de semana para unificar las coordenadas y restablecer el curso. El presente no es bueno, pero el pasado reciente sí lo ha sido. El personaje principal de Tenet en el filme de Christopher Nolan es enviado al pasado para evitar que en el futuro las fuerzas del mal impongan el caos y la devastación. Presente invertido. Vuelve atrás, Petro, rectifica lo que haya que rectificar, para garantizar un buen futuro. Seguimos en el barco, contra viento y marea.
Presidente Petro: Espera lo mejor, prepárate para lo peor. Estás pagando los platos que otros han roto. Saldremos de esta.
El santo y seña en la película Tenet es: Vivimos en un mundo crepuscular y no hay amigos al anochecer
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