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Agricultura para qué, para quiénes, cómo y dónde

Un manejo agrícola basado en prácticas agroecológicos puede incrementar la biodiversidad, así como aumentar el secuestro de carbono en el suelo en forma de materia orgánica, que a la vez puede ser una fuente de nutrientes para los cultivos

Imagen de RD LH en Pixabay

El sistema moderno de agricultura tiene muchos retos relacionados con su alta dependencia de combustibles fósiles, uso excesivo de pesticidas, fertilizantes y sistemas de producción basados en monocultivos. La pandemia expuso otros problemas como la dependencia de largas y complejas cadenas de distribución y suministro, así como la dependencia de mano de obra foránea en países desarrollados. Otro, es la destrucción de ecosistemas y hábitats de especies silvestres, a través de deforestación y quemas para llevar a cabo actividades agrícolas. ¿Será la pandemia una oportunidad para acelerar las transformaciones que requiere la agricultura? Es un tema serio que nos concierne a todos.  

Cada día es más común ver entre nosotros acciones de cambio como el vegetarianismo, el veganismo, o fuentes de proteína alternativas. Así como iniciativas que promueven el consumo de alimentos producidos localmente, la reducción del desperdicio de alimentos, el tratamiento y utilización de residuos orgánicos, entre otras. Es de resaltar el surgimiento de la agroecología, que es un término extenso debido a que es una ciencia y un movimiento político a la vez. La discusión sobre qué abarca o inclusive, a quién le pertenece el término, puede tornarse complicada debido a los múltiples enfoques que hay. Lo cierto es que hoy en día alrededor de la agroecología se logran reunir sectores tan distintos como los que promueven agriculturas alternativas como la permacultura o la agricultura biodinámica, con instituciones que en el pasado impulsaron la revolución verde y que promueven hoy la implementación de mejores prácticas agrícolas, con científicos y con movimientos sociales.

La razón es que hay una realidad biofísica que es importante en la transformación de la agricultura, mezclada con aspectos socioeconómicos imposibles de ignorar, especialmente en los países en vía de desarrollo. Esto es lo que hace que algunas cuestiones que parecen fáciles cambiar en nuestra agricultura se compliquen porque las variables a considerar son numerosas. Un ejemplo es la deforestación.

Los animales con sus heces ayudan a mejorar la disponibilidad de nutrientes para las plantas en un ecosistema. Una agricultura orgánica o agroecológica, que no utilice fertilizante industrial, y sin animales, se complica mucho más.

Es claro para muchos que no deberíamos seguir deforestando para hacer agricultura y ganadería. Sin embargo, la realidad no corresponde con esta necesidad, por muchas razones. Por ejemplo, en el Amazonas brasileño la deforestación se atribuye a los monocultivos principalmente de soya; en Indonesia a las grandes plantaciones de palma de aceite; y en el África Subsahariana a la elaboración de carbón de leña el cual es aún utilizado por la mayoría de la población para cocinar. En los dos primeros casos son agroindustrias, que a menudo reciben ayudas de los gobiernos, y que llegan a ser muy importantes para cuadrar las balanzas comerciales de los países. En el tercer caso, son poblaciones que dependen energéticamente de la biomasa del bosque para alimentarse. Los contextos y necesidades de cada región son muy diferentes.

Un manejo agrícola basado en prácticas agroecológicos puede incrementar la biodiversidad, así como aumentar el secuestro de carbono en el suelo en forma de materia orgánica, que a la vez puede ser una fuente de nutrientes para los cultivos. Sin embargo, este tipo de prácticas toman tiempo en implementarse, y muy probablemente la biodiversidad y secuestro de carbono logrados con las prácticas agroecológicas, aunque sean mayores comparados con los sistemas agrícolas convencionales, no puedan igualar los niveles alcanzados por ecosistemas como los bosques tropicales.  

Los nutrientes utilizados en la agricultura constituyen otro tema extenso. La actividad humana ha alterado los ciclos de los elementos necesarios para la vida a escala global. Un ejemplo es el nitrógeno. Antes de la invención del proceso Haber-Bosch para transformar el nitrógeno atmosférico en amoniaco a escala industrial, la agricultura se valía del nitrógeno fijado naturalmente en los ecosistemas, principalmente proveniente del estiércol de animales. La alteración humana del ciclo del nitrógeno es tan grande que la cantidad de nitrógeno atmosférico fijada por el hombre es similar a la cantidad fijada naturalmente en todos los ecosistemas terrestres, y continúa creciendo [1]. Una situación de esta magnitud puede desdibujar fácilmente lo natural y lo sintético. Por ejemplo, es muy probable que hoy en día hasta sistemas de producción alternativos u orgánicos funcionen gracias al nitrógeno fijado industrialmente, debido a la reutilización de desechos orgánicos provenientes de sistemas agrícolas convencionales. 

Las transformaciones que la agricultura necesita no provienen únicamente de expertos. Hay que resaltar que existen sectores sociales que tienen un trabajo extenso e interesante en el rediseño de sistemas productivos, sustitución de insumos, o mejoramiento del uso de los diferentes recursos. 

Incluso si existe un consenso en que una dieta basada en carne impacta más el ambiente que una dieta vegetariana, la alternativa de parar completamente la producción animal para salvar el planeta merece un análisis detenido. Los animales con sus heces ayudan a mejorar la disponibilidad de nutrientes para las plantas en un ecosistema. Una agricultura orgánica o agroecológica, que no utilice fertilizante industrial, y sin animales, se complica mucho más. Esto no elimina la necesidad de replantear los sistemas de producción industrial de carne y lácteos, así como las cantidades de proteína animal que consumimos. 

El acceso a la tierra también es importante. En el África Subsahariana múltiples programas se han llevado a cabo para que los agricultores pequeños incluyan árboles en sus parcelas, utilicen métodos alternativos de arado, y mejoren su adaptación al cambio climático. Sin embargo, muchos agricultores no implementan tales prácticas porque no tienen títulos sobre la tierra. Los efectos positivos de tales prácticas tardan años en verse, así que no encuentran un incentivo para implementarlas [2]. Quizá por eso, los programas en los que se hace entrega de fertilizante sintético, semillas y otros insumos a los agricultores parecieran más efectivos en arreglar problemas urgentes como la insuficiencia alimentaria. Aunque en el largo plazo no sean una solución sostenible.

Las transformaciones que la agricultura necesita no provienen únicamente de expertos. Hay que resaltar que existen sectores sociales que tienen un trabajo extenso e interesante en el rediseño de sistemas productivos, sustitución de insumos, o mejoramiento del uso de los diferentes recursos. El saber tradicional también ha jugado su rol y Latinoamérica y el Caribe han hecho su contribución. El ejemplo de la agricultura orgánica y urbana en Cuba es reconocido en muchas partes del mundo. Es un ejemplo de adaptación, que surgió como respuesta de la gente ante lo que significó el colapso de la Unión Soviética y la disminución de las importaciones de alimentos, fertilizantes, pesticidas y maquinaria. Sin embargo, la isla aún importa muchos alimentos, especialmente carne, y los monocultivos como la caña o el tabaco son importantes. 

En Francia, donde actualmente vivo, la transición ecológica de la agricultura es un tema común entre la gente, y entre los políticos. Las agendas de investigación, desarrollo y extensión agrícola incluyen el tema de la transición desde hace un buen tiempo, en gran parte debido a la presión ciudadana por políticas de agricultura sostenible. Los consumidores también están dispuestos a pagar por productos con mejores estándares de producción, a tal punto que muchos agricultores incursionan en la agricultura orgánica más por rentabilidad que por convicción. 

Todos, de alguna forma, somos responsables de las transformaciones del sistema agroalimentario como consumidores, como sujetos políticos, o como parte de los ecosistemas. La discusión sobre la agricultura para qué, para quiénes, cómo y dónde, es más necesaria que nunca. Pero también los límites a la cantidad de recursos que la humanidad consume. Se requiere de concertación global, pues la demanda de un producto en una parte del mundo tiene serias implicaciones ambientales, económicas y sociales en los países productores. Las realidades y visiones sobre el tema son muchas. 

Entre los desafíos están el aumento de la población, el agotamiento de los recursos naturales, la creciente urbanización, el despoblamiento del campo, y en muchos lugares el envejecimiento y empobrecimiento de la población campesina. Ante la catástrofe ambiental que vivimos, la agricultura del futuro debería ser la que logre adaptarse a los eventos climáticos extremos, reducir la aplicación de insumos especialmente los derivados de combustibles fósiles, aumentar la biodiversidad, y disminuir la distancia entre productores y consumidores. Sin descuidar el bienestar de los agricultores y campesinos. Un reto que no da espera.  

1. Vitousek PM, Aber JD, Howarth RW, Likens GE, Matson PA, Schindler DW, et al. HUMAN ALTERATION OF THE GLOBAL NITROGEN CYCLE: SOURCES AND CONSEQUENCES. Ecological Applications. 1997;7(3):737-50. doi: 10.1890/1051-0761(1997)007[0737:HAOTGN]2.0.CO;2.

2. Arslan A, McCarthy N, Lipper L, Asfaw S, Cattaneo A. Adoption and intensity of adoption of conservation farming practices in Zambia. Agriculture, Ecosystems & Environment. 2014;187:72-86. doi: 10.1016/j.agee.2013.08.017.

Investigador en ciencias ambientales y agricultura.

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