El proyecto bandera en materia de cultura del presidente Iván Duque, en Colombia, no se ha podido llevar a cabo. Y el principal motivo no es la pandemia, sino la resistencia de los artistas. Porque, como lo dice el escritor Fabio Martínez, las grandes obras de arte y la literatura se producen en contextos de resistencia.
La economía naranja es un intento de llevar al arte y la literatura al plano comercial. Es decir, a que formen parte de los productos que generen ganancias y por tanto hagan parte de la balanza comercial de un país. Y no es que los artistas y los escritores rechacen de plano la venta de sus creaciones. De hecho, una de las aspiraciones de los creadores es llegar a vivir del arte.
Se invierte en un Picasso, en un Botero, en una Frida Kahlo o en una Yayoi Kusama para salvaguardar capitales. La inversión es más segura que un banco, un título inmobiliario o acciones financieras.
Ya en el plano de la pintura estas políticas lucrativas se han llevado a cabo. En tiempos de crisis financieras, por ejemplo, las grandes obras pictóricas asumen el papel de productos fiduciarios. Se invierte en un Picasso, en un Botero, en una Frida Kahlo o en una Yayoi Kusama para salvaguardar capitales. La inversión es más segura que un banco, un título inmobiliario o acciones financieras.
Realmente lo vale porque es una consecuencia del transcurrir de la inteligencia humana, del saber profundo de la existencia. Pero el gran capital no invierte en él por este motivo, sino porque es un refugio seguro para sus capitales. No ve, por ejemplo, la resistencia de Frida Kahlo a la opresión de la mujer, no ve en Cien años de soledad la resistencia a una larga vida de servidumbre y esclavitud de regiones, países y continentes. No ve en la obra de arte el grito de un individuo o una sociedad contra la servidumbre y la esclavitud, sino como una mera mercancía.
En Colombia, el proyecto neoliberal de la Economía Naranja era uno de sus objetivos. Nuestro país es una cantera de poetas, novelistas, pintores y artistas en general que no solo cubren las expectativas internas sino que se expanden por todo el planeta. Y esta expansión no está beneficiando a los bancos y a las corrientes económicas que circulan por América Latina y ya era tiempo de que alguien le pusiera el ojo encima.
Pues bien, Iván Duque, un inexperto en todo, antes de ser presidente gracias a un capricho de Álvaro Uribe Vélez, ya había escrito un libro sobre la Economía Naranja, es decir, cómo poner las obras de arte y la literatura al servicio especulativo. Pero una vez en la presidencia, se encontró con la resistencia de los artistas como parte fundamental de la resistencia del pueblo colombiano a la dependencia del país a potencias extranjeras, a la violencia estatal, a la violación de los Derechos Humanos, a los crímenes de lesa humanidad, a la corrupción y la creciente brecha entre ricos y pobres.
Esta iniciativa quedó aparcada porque había una seria resistencia de los artistas a comulgar con la política cultural mercantilista de Duque. La prueba de ello es que, una vez declarada la pandemia y el confinamiento, los artistas abrieron un boquete en las redes sociales que daban cuenta tanto de la producción como del consumo de productos culturales, no solo en Colombia, sino en la mayor parte del mundo, enseñando con este proceder que la sensibilidad artística y literaria iba más allá de los cálculos económicos del gobierno y ponía el énfasis en el carácter humanitario de la sociedad.
Los artistas asumen de este modo el papel de difusores de las necesidades económicas y espirituales de los pueblos y evitan entregar sus creaciones al canibalismo del comercio. Siempre fue así, aunque la fuerza del capitalismo termine por convertir en moneda de cambio las expresiones más revolucionarias de los individuos y las sociedades. Tal cual, por ejemplo, las fotografías del médico argentino Ernesto Guevara de la Serna. O la marca Macondo, apropiada por grandes corporaciones petroleras internacionales.
Hoy en Colombia, artistas y consumidores de arte le hacen frente a la política criminal del uribismo. Matarife, en la industria audiovisual; el Salón de Arte Nacional en materia de reflexión sobre la guerra y la paz; movimientos que llaman al empoderamiento de la mujer, de los pueblos y la nación para exigir una paz con justicia social; espacios públicos para recitales de música y poesía; conferencias y manifiestos culturales contra la discriminación y las masacres selectivas, el asesinato de líderes sociales y la pobreza endémica del pueblo colombiano.
La pandemia, estoy de acuerdo con Fabio Martínez, ha dejado al descubierto el carácter vulnerable de la sociedad colombiana, pero también la resistencia y la persistencia en la búsqueda de otra forma de vida que puede llegar después de los duros tiempos del año de la peste.