José, de 62 años, fue torturado y decapitado en Monterrey, Casanare, el domingo 23 de agosto. El cadáver de José, con la cabeza incrustada en su vientre y todos sus órganos expuestos, fue dejado en el parque central para que fuera observado por todo el pueblo. La matanza no se detiene. La crueldad se incrementa. En lo que va del 2020 se cuentan alrededor de 40 masacres y 183 asesinatos de lideres sociales. Niños degollados y decenas de jóvenes como objetivo principal.
El nivel de la barbarie nos lleva hasta los años 40´s y 50´s. Nos recuerdan los despiadados cortes de “franela” y “corbata”. Las oscuras historias de terror que vivieron nuestros abuelos. Fueron el inicio del conflicto que ha consumido a Colombia hasta nuestros días.
Desde afuera, la comunidad internacional observa desconsolada las desgarradoras escenas. Colombia intentó hacer la paz por enésima vez pero los acontecimientos indican que la violencia seguirá cobrando vidas. Los millones de colombianos y colombianas que viven en el exterior van cubriéndose con la sombra de la desilusión, la impotencia, la ira, el dolor y la vergüenza. ¡No me jodan! es la expresión que más se escucha entre la gente colombiana que reside fuera del país. A veces quisieran mandar todo al diablo, pero en realidad les preocupa lo que ocurre en la tierra en que nacieron. Algo habrá que hacer, concluyen.
Dentro del país, la respuesta del gobierno es la de normalizar la barbarie. El presidente y sus ministros llaman a la calma, piden apagar las alarmas y ofrecen recompensas. El fiscal no aparece. La valentía y el coraje de los militares se vuelve papel mojado. Todo pasa en las narices de los autoproclamados “héroes de la patria”. La pasividad institucional convierte al Estado colombiano en cómplice y amplifica la tragedia. Bastaría con el asesinato de los cinco niños en Cali para unir a la sociedad por encima de cualquier diferencia. Detener el desangre. Pero al gobierno esto no le interesa. La paz hecha trizas, como proclamaron en campaña.
Solo queda la acción de la sociedad civil como única alternativa para salvar el país. Los jóvenes, objetivo predilectos de los matarifes, vuelven a moverse. El 21-N, día del paro nacional, demostró que la sociedad colombiana tiene arrestos suficientes para impedir otro medio siglo de guerra.
«Sebas, respire. Míreme, respire. Ya vengo, voy por ayuda» fue lo último que escuchó Sebastián Quintero, de 24 años, antes de morir en Samaniego. Era la voz de su amigo que tuvo la fortuna de sobrevivir para contarlo. La sociedad colombiana, toda unida, tiene el deber de cumplirle esa promesa a Sebastián, de decirle fuerte y claro: Sebas, ya volvemos.
No es posible tomarse las calles por la pandemia, pero la calle es solo un instrumento, hay más. Los símbolos tienen potencia, expresan sentimientos e ideas, unen y movilizan. Una Ø escribió Francisco José de Caldas. Un símbolo que la tradición republicana representó en la frase: «O larga y negra partida». Fue lo último que escribió el sabio antes de morir fusilado. Francisco José fue un joven de su tiempo, observó y vivió las injusticias del sistema colonial y actuó en consecuencia para liberar a la patria. Los jóvenes y la sociedad colombiana de hoy observan y viven las injusticias del país. Es la hora de actuar como lo hizo el joven Caldas.
Desde EL COMEJÉN proponemos una acción simbólica que diga que la sociedad colombiana, por encima de cualquier diferencia política, quiere cerrar el capítulo de la violencia y asegurar la paz. Que el país unido salga en defensa del derecho a vivir en paz. Cuando no es posible tomar las calles se pueden tomar las redes, pintar las paredes, estampar banderas, gorras, camisetas y pañoletas con la Ø del joven Caldas. Un símbolo que cumpla la promesa hecha a Sebastian Quintero: Sebas, ya volvemos.