Hace un mes empezó la segunda oleada de la Covid-19 en España. Cuando la curva empezó a descender, la presidenta de la Comunidad de Madrid desmanteló un hospital de campaña instalado en el recinto ferial de Madrid. Invitó a la crema y nata de la sociedad madrileña: políticos, médicos, banqueros y hasta a los miembros de la oposición para celebrar el triunfo y nosotros, los del común, pudimos ver el jolgorio: besos, abrazos, amplias sonrisas, mascarillas a medias y distancia de seguridad nula. Ahí empezó el mal ejemplo. Y es lo que se hace hoy en la cotidianidad y que el mundo no debe repetir si no quiere ver un rebrote tan brutal como el de España.
El relajamiento total de las medidas de prevención de contagio se hizo patético.
Habíamos llegado a los 130 mil contagiados, a 1.000 muertos diarios y los hospitales habían colapsado. El hospital de emergencia fue una buena idea, pues allí se instalaron cientos de camas para descongestionar el sector sanitario.
Luego se desmontó el Estado de Alarma, hecho que había permitido el confinamiento nacional, el mando unificado de salud y la entrega de las instalaciones y personal de las entidades privadas de salud al mando público central.
Hoy La Comunidad de Madrid es el epicentro de la Covid-19 en España y Europa. De cada 100 contagiados, 25 pertenecen a esta. La segunda oleada no da tregua y las autoridades parecen dispuestas a seguir exprimiendo resultados políticos a tomar una decisión conjunta y efectiva que de una vez quiebre la curva de contagios.
Las contradicciones que dificultan el manejo adecuado de la pandemia son muchas. Cuando el Gobierno se hizo con el mando único en el control de la peste, dejó al margen a las comunidades autónomas y estas reclamaban el derecho a manejar la pandemia de acuerdo a sus intereses. Después de que el Decreto de Alarma llegó a su fin, el Gobierno central cedió y dejó en manos de las administraciones autonómicas el control de la pandemia. Pero entonces, se preguntaron las administraciones regionales, ¿dónde está el Gobierno Central?
La falta de coordinación en la compra de mascarillas, guantes y medicamentos, interpretaciones fallidas de los resultados de los test y la aplicación de políticas dependiendo de sus lógicas ideológicas como privilegiar la vida o la economía nacional, puso de manifiesto la incapacidad gubernamental de hacer frente a una pandemia que aparentemente ya había sido controlada.
Pues bien, se abrieron los restaurantes, los hoteles, las playas, los aeropuertos y se permitieron las reuniones, las misas, las fiestas. El relajamiento total de las medidas de prevención de contagio se hizo patético. Las reuniones familiares y las fiestas apuntan a que es el principal motivo del contagio. Ya la Unión Europea ha pedido medidas drásticas para evitar un segundo confinamiento total.
Hay cosas que se ven a simple vista. El uso de la mascarilla, por ejemplo, ha dejado de ser efectiva, pues su uso incorrecto no es garantía de salvaguardar a una persona del coronavirus. Ahora nos la sacamos en cualquier parte, la guardamos en el bolsillo o la colgamos en la muñeca, incluso la dejamos sobre la mesa cuando pedimos un café en un sitio público. Cuando lo que se debe hacer es no tocarla, en ningún momento.
También ha influido en este descontrol las protestas en la calle de la ultraderecha, los bulos de los negacionistas que usan las redes sociales para crear confusión al pedir.
El lavado de las manos tampoco es efectivo. Se nos olvida, o simplemente nos echamos jabón y agua en segundos y creemos que la tarea está terminada. Este doble descuido es fatal. En algunos países de nuestro entorno, conscientes de que la máscara podría agravar la situación, han eliminado la exigencia de llevarla.
También el aumento de los precios de las mismas ha obligado a las personas de bajos recursos a usarla más tiempo, y en ese caso sí que la supuesta protección termina siendo un foco de infección.
Ahora, el cierre de los establecimientos de ocio, de los pub, de las discotecas y de las propias cafeterías, ha impulsado a una juventud ansiosa de libertad, a reunirse en grandes grupos para beber y divertirse en grande. Estaría bien, si se llevaran a la práctica ciertas normas, pero aquí todas se las pasan por la faja: nada de distancia de seguridad, la mascarilla al carajo y terminan bebiendo de la misma botella, del mismo vaso o fumando del mismo cigarrillo. Falta total de políticas de concienciación social sobre la peligrosidad de una segunda ola que hoy ya es efectiva.
También ha influido en este descontrol las protestas en la calle de la ultraderecha, los bulos de los negacionistas que usan las redes sociales para crear confusión al pedir la eliminación de la mascarilla y culpar a los inmigrantes y a los hijos sin padres que llegan desde África por el Mediterráneo, como responsables de poner de rodillas a los españoles ante la Covid-19.
Solo cuando todo se ha desbordado se ha comenzado a confinar por barrios. Es decir, las políticas sanitarias contra el coronavirus van a remolque de la pandemia: es el avance del virus quien indica qué zona hay que restringir y no unas políticas de prevención en materia de salud pública. Eso el mundo entero debe evitarlo.
La aplicación de estos confinamientos selectivos genera sus propios problemas, y estos complicarán en adelante el control de la peste. Los límites no son claros. Una calle, por ejemplo, divide a una zona confinada con otra que no lo está. La señora que va a comprar el pan al frente de su casa, ya no puede pasar. El trabajador que labora en otra zona ya no puede salir, los estudiantes de la zona no confinada no pueden ir al colegio confinado y tanto las familias que están allá y acá acaban divididos por una calle o un parque.
Pero también las condiciones de los hogares son causas del rebrote. Hay pisos de 60 metros cuadrados con 6 personas mayores y 3 niños. Lo vi en Carabanchel. Las personas mayores que no han podido disfrutar de sus vacaciones porque el IMSERSO (Instituto de Mayores y Servicios Sociales) ha prohibido los viajes, aumentan la incertidumbre y la desesperanza y éstas bajan la autoestima y debilitan el sistema inmunológico.
A escala mayor se está creando cierta discriminación entre comunidades. En muchas ciudades, municipios, están presionando a las autoridades para vetar la entrada a los madrileños, a los canarios y las personas que provengan de sitios de infección mayor. Andalucía ha dicho que no va a vetar a los madrileños, pero sí va a perseguir a los capitalinos que tengan una segunda residencia en su comunidad. El sector sanitario ha entrado en un agotamiento muy grave. Hay agotamiento, descontrol y falta de personal sanitario.
Por ahora, vale la pena retomar la campaña del buen uso de las mascarillas, el control de los botellones, la aplicación de test antígenos que son más baratos y rápidos, restringir la movilidad en muchas zonas y, como ya lo está pidiendo a gritos mucha gente, sacar al ejército a las calles para que asuman sin más pérdida de tiempos la instalación de carpas donde los hospitales se vean desbordados, realizar test masivos y emprender una campaña de desinfección de lugares públicos.