Si al pasar el paño húmedo por la tabla,
descubro que primero
fue la mano que empuñó el cuchillo
y luego el pulso,
que sobrepuesto a la necesidad,
empujó la hoja de acero,
en vertical,
para coartar el sustento,
para echar a volar los gases de la tierra,
para mezclar,
indignamente,
las rodajas de cebolla, de calabacín,
de pimiento rojo y de pimiento verde.
Si al pasar el paño húmedo por la tabla,
descubro que una mancha negra
sobrevive en la espalda del mártir
y que gorgojos y hormigas diminutas,
patinan,
mientras sueño,
sobre una herencia helada.
Si al pasar el paño húmedo por la tabla,
descubro en derredor un batallón de astillas
dispuestas a alojarse en mis dedos,
dispuestas a tomarse la sensibilidad de mi tacto,
dispuestas a evitarme el escándalo y
el derramamiento de sangre.
Si al pasar el paño húmedo por la tabla,
advierto que mi otra mano alista y adereza
un gran pedazo de carne
para ser lanzado a la sartén hirviendo
en la que ya, encogidas y dispersas,
resisten,
las primeras víctimas del arma blanca.
Si al pasar el paño húmedo por la tabla,
me descubro llorando,
¡juro por la primera rodaja de cebolla!
que haré de esta tabla
un escombro de tabla,
un recuerdo de tabla,
un pedazo del cajón,
sobre el que,
hinchado de cerveza,
me acostaré sin comer.