Ivonne es una colombo-francesa que vive en Francia desde hace 8 años. Al regresar de Colombia a Francia en enero pasado, le sucedió algo que le puede pasar a cualquier colombiano en muchos aeropuertos del mundo.
Ivonne aterrizó en el aeropuerto parisino de Roissy. Cuando pasa a revisión de su pasaporte, el agente de la PAF (policía de fronteras) ve que ella nació en Colombia. A partir de ese momento es sometida a un extraño interrogatorio. Para empezar, le pide su pasaporte colombiano. El policía se sorprende de que haya “tantas” visitas a su país de origen (uno o dos viajes al año). Le pregunta qué ha ido a hacer a Colombia, cuál es su trabajo. Ivonne responde que estaba ocupada lidiando con asuntos relacionados con la muerte de su madre; le explica que actualmente está desempleada. ¿Estas respuestas aumentan las sospechas del policía? Lo cierto es que el funcionario continúa con su interrogatorio, y le advierte que tiene que declarar lo que hay en sus maletas.
Ivonne se siente incómoda con su actitud. Recuerda haber comprado té de coca y pomada de coca. Como muchos de sus compatriotas, aprecia la hoja de coca por sus virtudes nutritivas y terapéuticas. Además, con esta compra apoya a las familias y cooperativas indígenas de la región del Cauca en Colombia, que producen desde hace varios años y de forma legal, infusiones, pomadas, bebidas y otros productos derivados de la hoja de coca.
En Francia, se considera que las hojas de coca y los preparados a base de coca son estupefacientes. ¡Pero equiparar la hoja de coca con la cocaína es como confundir un racimo de uvas con una botella de alcohol!
Ante la actitud inquisitiva del policía, le dice al funcionario: “Traje mate de coca y pomada de coca”. Mala idea, porque a partir de ahí es realmente tratada como una traficante de drogas. La obligan a abrir sus maletas de par en par, debe explicar que los bolsos que trae no son de contrabando, sino herencia de su difunta madre. La envían a un cuarto donde debe desvestirse y donde mujeres policías la cachean. Le hacen una toma de orina para ver si está bajo la influencia de drogas. Después de tres horas y media, y de pagar una multa por “importación sin declaración de mercancías prohibidas”, finalmente puede continuar su camino hacia Grenoble, ciudad donde reside. Emprende su nuevo vuelo con la humillación de haber sido tratada como una traficante de drogas, con un acta de la policía donde queda registrada su infracción, y claro, sin el té de coca y la pomada, que han sido incautados.
Si la policía se empecinó contra ella seguramente es por su nacionalidad. Todos los colombianos tenemos anécdotas sobre comentarios que hemos recibido en los aeropuertos del mundo. Esta vez, los policías pudieron encontrar un producto que vieron como sospechoso debido a una legislación imperialista, colonialista y completamente obsoleta. En Francia, se considera que las hojas de coca y los preparados a base de coca son estupefacientes. ¡Pero equiparar la hoja de coca con la cocaína es como confundir un racimo de uvas con una botella de alcohol!
Esta ridícula legislación esconde una larga historia: es consecuencia de una política prohibicionista llevada a cabo por Estados Unidos, y de la cual la piedra angular es una convención de la ONU que data de 1961. Esta convención pretendía erradicar las plantas de coca (cultura ancestral de los indígenas en América del Sur) para, por un lado, luchar contra el narcotráfico y, por otro, quitarle un importante elemento cultural a la población indígena que la utilizaba.
Pero hubo una notable excepción a esta convención de la ONU: un artículo permitía la importación y el uso de hojas de coca solo si se usaban en la elaboración de una “bebida aromática”. Es fácil adivinar que esta excepción buscaba proteger a una empresa privada que necesitaba las hojas de coca para su producto: Coca-Cola.
Este tipo de leyes penaliza a los numerosos latinoamericanos y turistas que son objeto de interrogatorios abusivos y registros humillantes en los aeropuertos.
Hoy en día, países como Bolivia, donde la coca es un cultivo tradicional, han cuestionado esta convención. Pero la mayoría de las legislaciones se rigen por estos principios. Por eso, a 60 años de la convención de la ONU, muchos países en Europa y Estados Unidos, continúan confundiendo la hoja de coca con la cocaína. Evidentemente, esta confusión es una aberración y un sinsentido: para producir un gramo de cocaína, se necesitan unos 300 gramos de hojas de coca y, lo más importante, un proceso químico largo y complejo.
En su informe, los funcionarios franceses estimaron los bienes incautados en 7.000 euros (según sus estimaciones, ¡60 gramos de té de coca cuestan 3.000 euros y 80 gramos de pomada a base de coca cuestan 4.000 euros!). Parece que se están aprovechando de esta legislación para incrementar sus cifras de incautaciones de drogas. Lo peor: este tipo de leyes penaliza a los numerosos latinoamericanos y turistas que son objeto de interrogatorios abusivos y registros humillantes en los aeropuertos. Viajar con unas bolsitas de mate de coca no es narcotráfico. Ya es hora de cambiar estas leyes obsoletas.