Close

Mercenarios de un ejército secreto

Un tercer grupo, muy nutrido, trabaja en internet, en redes sociales, recoge información, organiza campañas, borra huellas de actividades, asegura la circulación de sus agentes clandestinos, manipula registros oficiales y aduaneros, crea incluso vidas ficticias en internet (correos electrónicos, cuentas bancarias y de twitter, Facebook, Instagram, tarjetas de crédito, etc) para las identidades falsas.

Vehículo militar

Imagen de Jack Sellaire en Pixabay

Las privatizaciones, la desregulación laboral y la eliminación de controles del Estado que tanto han deteriorado las condiciones de vida de los trabajadores, han hecho también la fortuna de muchas empresas de mercenarios. Los gobiernos neoliberales (Estados Unidos y otros aliados de la OTAN, además de Arabia e Israel), que han hecho uso constante de las operaciones secretas, del recurso a empresas fantasma y paraísos fiscales, violando el derecho internacional y utilizando los mecanismos de la corrupción, enrolando a mercenarios y ex militares de distintos países para operaciones terroristas ocasionales, han privatizado también una parte de sus dispositivos militares. Washington incluso ha creado un entramado secreto para actuar en todo el mundo, violando su propia legislación.

En mayo de 2021, el semanario Newsweek publicó una información, firmada por William M. Arkin, que daba cuenta de la dimensión de las unidades secretas que mantiene el ejército estadounidense y que se ha ocultado al Congreso violando la ley y las Convenciones de Ginebra. Se basaba en una investigación que ha durado dos años: según esas revelaciones, el Pentágono ha organizado en la última década fuerzas secretas que cuentan con unos 60.000 miembros entre soldados, civiles y mercenarios en un programa denominado Signature Reduction. Participan en él más de cien empresas y decenas de organizaciones gubernamentales también secretas. El total de miembros de los servicios de inteligencia y de organismos encubiertos es información clasificada, pero el Washington Post publicó en agosto de 2013 el “presupuesto negro” de las agencias de inteligencia norteamericanas que había facilitado Snowden, fijando en unos 22.000 los miembros de la CIA en ese año, que cuenta además con unos seis mil miembros clandestinos.

En ese programa Signature Reduction, los grupos de operaciones especiales, asesinos letales, cuentan con unos 30.000 miembros, y actúan en todo Oriente Medio, desde Siria a Pakistán y el Yemen, pero también en el interior de países enemigos como Irán y Corea del Norte. Operan en la denominada “zona gris”: conflictos y focos de tensión que no son guerras abiertas, y, por supuesto, en China y Rusia. El segundo componente más numeroso del programa lo forman espías y agentes de inteligencia, que trabajan con identidad falsa en múltiples países. Un tercer grupo, muy nutrido, trabaja en internet, en redes sociales, recoge información, organiza campañas, borra huellas de actividades, asegura la circulación de sus agentes clandestinos, manipula registros oficiales y aduaneros, crea incluso vidas ficticias en internet (correos electrónicos, cuentas bancarias y de twitter, Facebook, Instagram, tarjetas de crédito, etc) para las identidades falsas.

Ha sido una práctica habitual del Pentágono y del gobierno estadounidense. En los primeros años de la guerra en Iraq, el Washington Post calculó que de las cien mil personas que contrató el gobierno de Bush para actuar en el país la mitad eran mercenarios de empresas militares privadas: más de doscientas intervinieron, la mayoría ilegales. Hoy, Washington sigue organizando grupos terroristas que cambian con frecuencia de nombre o, simplemente, actúan de forma anónima en diferentes escenarios. Lo hicieron en Ucrania antes del Maidán, y pretendieron hacerlo en Bielorrusia.

Esos mecanismos fueron utilizados en Yugoslavia, en la guerra de Kosovo, en Iraq, en la voladura de Siria, en la destrucción de Libia, y explican también muchos de los atentados terroristas que se producen en regiones donde el Pentágono desarrolla intervenciones clandestinas: bombas que estallan en Irán, atentados en el Beluchistán pakistaní contra ingenieros chinos, o secuestros de trabajadores chinos en Sudán y Egipto; atentados con centenares de muertos en Sri Lanka, un país que acordó con Pekín la cesión del puerto de Hambantota para la nueva ruta de la seda. También en actos terroristas en Xinjiang y Tíbet, y en el Cáucaso ruso.

El ministerio de Seguridad chino dio cuenta de que solo entre 2010 y 2015, en distintos países del mundo, ciudadanos chinos fueron víctimas de más de trescientos cincuenta episodios violentos, desde atentados terroristas a secuestros. Tras muchos de ellos no es aventurado imaginar la mano de mercenarios, de milicias violentas subcontratadas y de grupos de operaciones especiales de ese ejército secreto del programa Signature Reduction que ha organizado el Pentágono, cuyas ráfagas de muerte pueden alcanzar cualquier lugar del planeta.

Texto publicado originalmente en el portal EL VIEJO TOPO

El Viejo Topo es una revista cultural y política española, editada entre 1976 y 1982 y desde diciembre de 1993 a la fecha. En su primera etapa fue un intento de gentes jóvenes que intentaron aprovechar el vacío que se produjo en vigilias de la muerte de Franco y que duró hasta la instauración de la democracia parlamentaria.

scroll to top