Desde hace varios meses inició con mayor fuerza el intenso momento de precampaña electoral en Colombia. Se vienen los meses más álgidos de confrontaciones y estrategias para ganar la carrera a la Casa de Nariño. El Gobierno de Duque llega con el desgaste de cualquier administración a menos de un año de su culminación, sumado al descontento por su mala gestión y las secuelas profundas que quedaron al rojo vivo después de la pandemia y los históricos estallidos sociales del 2019 y el 2021. Hace unos meses la encuesta de Ipsos demostró que Colombia es el país más pesimista del mundo. El 88% cree que el país va en la dirección equivocada. Y aun con la pandemia encima, las principales preocupaciones que dibujan un panorama desalentador para los colombianos son: la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Entre las muchas enseñanzas que dejó haber elegido a Duque, quizás la más importante es que la solución a la división y a la polarización no viene de los extremos.
La más reciente encuesta del Centro Nacional de Consultoría evidencia que Gustavo Petro sigue punteando en la intención de voto en Colombia. No resulta sorpresivo que el exalcalde de Bogotá, que obtuvo poco más de ocho millones de votos en el 2018, se viera beneficiado por el caótico contexto en el que el partido de gobierno deja sumergida a Colombia. Era casi obvio que, ante el desgaste del uribismo en el poder, su pérdida de credibilidad, el desplome de la imagen de su jefe máximo y la negativa ante la gestión de Duque como presidente, el electorado decida castigar el próximo año en las urnas al partido de gobierno. Así que era de esperarse que ante el desasosiego y la polarización cada vez más latente, un candidato del otro extremo empezara a crecer con rapidez.
Aunque Petro se ha mantenido en lo más alto de la intención de voto, faltan los meses más intensos y ningún candidato que haya sido puntero se ha logrado mantener intacto el día de la elección. Hablemos, pues, del fenómeno Petro y su habilidad mesiánica para presentarse como el único “salvador” antiuribista. El candidato del Pacto Histórico sabe cómo hablarle a su electorado, cómo llegar hasta las entrañas de las masas y despertar un sentimiento de fanatismo; sabe cómo presentarse como el proyecto antagónico. Es notable de por sí, que se mantenga tan vivo políticamente luego de tanto tiempo de campaña. Pero todos sabemos que Petro se crece en la plaza pública. Como Uribe, su antagonista, sabe transmitir confianza con su retórica a través de las mentiras, la división y la exageración. Petro habla con ligereza y sin vergüenza alguna de la supuesta ilegitimidad de las elecciones pasadas, asegura sin pruebas que el actual gobierno está financiado por el narcotráfico y ataca con todo a sus opositores.
Es un estratega. Sabe cómo moverse en las alianzas políticas y, lejos de buscar consensos reales para unir a Colombia, Petro es especialista en el revanchismo y la división. Y no solamente con la derecha o la extrema derecha del país. Su discurso, además de evidenciar su megalomanía, es un ataque constante a la empresa privada y una promoción reiterada al odio entre clases. Por supuesto que representa una idea de gobierno progresista y propone, tal vez con una profundidad como ningún otro candidato, cambios sustanciales necesarios hoy en día, como el medio ambiente y reducir la dependencia de la economía del país del petróleo y el carbón.
El voto electoral es un modo de expresión de la ciudadanía que se identifica con lo que representa completamente el candidato. El performance político, ahora más que nunca, le da importancia a la comunicación del candidato. La forma en la que este busca identificarse con la mayoría del pueblo para volverse la figura idónea sin caer en populismos. Y Petro no deja de representar a un extremo que ve la realidad como algo binario y divide entre lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro y no entra a buscar consensos en la complejidad y los matices de nuestra diversa sociedad.
Ojo, que salir de un extremo para entrar en su opuesto no soluciona nada. La reconciliación no viene con más división y polarización. El éxito de las próximas elecciones será evadir el escenario de elegir al “menos peor” o de votar “en contra de”. Eso dependerá de la solidez de un proyecto político de centro viable que deje de lado el ego y canalice con fuerza y sensatez las diversas necesidades del país y busque la reconciliación de la extrema polarización que tenemos desde el plebiscito. El escenario no puede ser otra vez el de votar en contra de la prolongación del deseo caudillista del uribismo de perpetrarse en el poder o en contra del mesiánico, divisor y amenazante petrismo. De lo contrario estaremos sentenciados al extremismo radical atroz que ha perjudicado permanentemente al país en diferentes ámbitos.