Para Oscar Lafontaine, dignidad en tiempos de vileza
Mélenchon y Lafontaine entraron en nuestro mundo como parte de aquella socialdemocracia que no quería dejar de serlo y que hacía de la coherencia, fuerza y programa. Eran tiempos de optimismo: foros sociales, movilizaciones de amplio espectro e izquierdas que crecían en Francia, Italia, Grecia, Alemania, Portugal… El Partido de Izquierda europeo como expresión de un sujeto político que quería construirse con vocación de mayoría, desde un programa claro y nítido de izquierdas. “Otra Europa es posible” resumía y sintetizaba una voluntad, una apuesta diferenciada formulada en positivo. Todo esto terminó el día que Alexis Tsipras se plegó al chantaje de la Unión Europea y aplicó un durísimo programa de austeridad que, lo sabemos hoy con claridad, solo sirvió para pagar deudas y terminar de hundir a la economía griega.
Los tiempos han cambiado para peor, mucho peor. Lafontaine deja Die Linke después de que este partido aceptara los nuevos presupuestos de guerra, en el marco de un reforzamiento estructural del complejo militar-industrial alemán y de una OTAN que cierra cualquier posibilidad de una apertura al Este. Mélenchon sigue en la pelea, en una lucha desigual por reivindicar una nueva república asentada en un bloque nacional-popular que existe y se moviliza pero que no tiene, hoy por hoy, una definición política autónoma capaz de convertirlo en sujeto de un proyecto alternativo de país. Esta es la cuestión decisiva.
El mapa político-electoral de Francia parecía acotado: tres derechas duras que le disputaban la mayoría a un Macron situado en un centro virtual, simplemente porque no parecía tener un competidor serio a su izquierda. De nuevo, aparece Mélenchon con un discurso potente cargado de propuestas, defendiendo un proceso constituyente hacia una nueva república y colocando en su centro un proyecto alternativo de sociedad, de gobierno y de Estado. La reacción ante la guerra de Ucrania ha sorprendido: rechazo de la intervención militar de Rusia, apuesta clara por la salida de la OTAN y defensa de una política de no alineamiento. Los momentos de crisis, conflictos, guerras son los que miden a las políticas y a los políticos, los que ponen en evidencia la hondura de sus principios, la consistencia de su carácter y su subalternidad o no ante los poderes económicos, mediáticos y político-militares dominantes. Mélenchon, en plena campaña electoral -y contra corriente- ha sido coherente con una política y ha salvado la dignidad de una izquierda en retroceso en todas partes.
La Francia Insumisa aparece en las encuestas en tercer lugar con una media del 14% de los votos. Macron encabeza con un 28% aproximadamente y con una Marie Le Pen que empieza a distanciarse de Zemmour y se acerca, de nuevo, al 19%. El Partido Socialista prácticamente desaparece, al igual que el Partido Comunista; los Verdes se estancan en torno al 5%. El mapa de las encuestas dice mucho de la realidad política y cultural francesa. El 30% de los que piensan votar lo van a hacer a la extrema derecha y algo más de un 10% al antiguo Partido gaullista. La estrategia de Macron consiste en polarizarse con Marie Le Pen y en la segunda vuelta llevarse los votos de la izquierda como mal menor ante el miedo al triunfo de las derechas populistas. Todo esto cambiaría si en la segunda vuelta quien aparece frente al actual presidente es Mélenchon. Sabemos que esto es muy difícil pero la esperanza está creciendo en un pueblo descreído, resentido con los políticos y con una rabia acumulada por años de engaños y mentiras y, es lo más grave, ante un futuro cada vez más incierto e inseguro. Las gentes siguen buscando protección, firmeza frente a los grandes poderes económico-financieros y defensa de los derechos sociales. Un orden basado en la justicia, la igualdad y la solidaridad
La batalla de Mélenchon trasciende a Francia. Si algo nos dice la experiencia de países como Italia, es que la izquierda puede desaparecer como fuerza real y que los sistemas políticos de la Unión Europea tienden a crear en cada uno de los Estados –como dice Luciano Canfora- “partidos unificados de régimen” basados en una política económica y social común, en un rígido alineamiento con los Estados Unidos y organizados por la OTAN. La crisis de Ucrania demuestra precisamente esto: hemos pasado del pensamiento único a la política única y a una forma-partido profesional y oligárquica férreamente subordinada a los grandes poderes económicos. En el centro, unos todopoderosos medios de comunicación que promueven un discurso disciplinario que excluye el pensamiento crítico y margina a la disidencia. El liberalismo conservador y autoritario es ya la centralidad.
Hay que subrayar la importancia de su programa. Mélenchon está haciendo una campaña fundada en un conjunto articulado de propuestas muy precisas y con gran contenido transformador. Para el político francés el programa es un contrato que se pacta con la ciudadanía, que orienta el voto y fomenta el compromiso político. Para decirlo de otra forma, se trata de convertir esta durísima precampaña y campaña en la construcción colectiva de una esperanza concreta, viable, posible y, a la vez, impugnadora de un sistema político y económico dominado por el capitalismo financiero y sometido a la lógica de los grandes poderes económicos. Sé positivamente que para los grandes medios, el programa está para no cumplirse y que es un adorno que apenas si cubre unos discursos vacíos, sin concreciones, basados en el insulto como método de diferenciación. Mélenchon se opone radicalmente a esto. El aspecto programático más rompedor de La Francia Insumisa es abrir un proceso constituyente que ponga fin a la “monarquía presidencial” y que conduzca a una VI República de base parlamentaria. La idea de “democratizar la democracia” es fundamental, así como la apelación continua a una ciudadanía activa capaz de autogobernarse al modo republicano.
La segunda idea central es la planificación ecológica y la reorganización territorial del país. Esta parte se concreta mucho. El núcleo de la propuesta consiste en aprovechar la necesaria e inevitable reconversión ecológica de la economía y de la sociedad para diseñar un nuevo modelo productivo asentado en el territorio desde una lógica superadora del beneficio capitalista. La clave es la planificación democrática y descentralizada de la economía al servicio de las necesidades básicas de las personas, respetuosa con el medio natural y sólidamente insertada en unos espacios rurales siempre en peligro de abandono o en decadencia permanente.
La tercera idea es la defensa de un proteccionismo ecológico y solidario. Se trata de un control democrático del comercio, de las inversiones extranjeras y de la circulación del capital que pueda poner en peligro los fundamentos de un modelo alternativo social y ecológicamente sostenible. La centralidad del programa sigue siendo el mundo del trabajo y los derechos sociales de las clases trabajadoras. A contracorriente, de nuevo, se defiende el pleno empleo, la reducción de la jornada laboral y la estabilidad en el trabajo desde una defensa de las pensiones y de una democracia que llegue a las empresas.
Si algo caracteriza la propuesta de Mélenchon es la coherencia entre principios, programa y estrategia. En este sentido no engaña y apuesta por decir la verdad. Se podría exponer del siguiente modo: un programa social y democrático avanzado no es compatible con esta Unión Europea. Dicho de otro modo, la UE es el mayor obstáculo para realizar políticas realmente de izquierdas. La lógica que se propone es usar a fondo el derecho de veto que tienen los Estados para impedir nuevos avances de las políticas neoliberales y usar sin miedo el poder que da el gobierno para definir políticas autónomas coherentes con el programa, sabiendo que se enfrenta al consenso de Bruselas. Soberanía popular, autonomía productiva y económico-financiera e independencia nacional están íntimamente unidas a una política internacional de no alineamiento, de lucha por la paz y por un nuevo orden planetario más justo y democrático. Tampoco en esto engaña el programa de La Francia Insumisa: todo esto es incompatible con la pertenencia a una organización militar como la OTAN que sirve a los intereses de los EEUU.