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Los beneficios literarios del fin del confinamiento y la mascarilla

El tapabocas y el confinamiento nos ayudó a afrontar desde el arte y la cultura los temas tabúes que no habíamos podido abordar en la “normalidad”. Hablar, por ejemplo, en primera persona sobre nuestras emociones y deseos.

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

Habían transcurrido unos cuantos meses del inicio del confinamiento que provocó la peste del coronavirus cuando el director, dramaturgo y actor paraguayo, Agustín Núñez, la actriz Gabriela Báez y el actor colombiano Jaime Flórez Meza, cada uno en sus respectivos países, montaron la obra de teatro “Secretos” que, aunque solo dura 4:42 minutos, marca el guion de lo que en adelante se seguiría viviendo en todas las actividades de la cultura, la empresa, la política, el trabajo, el comercio, la religión y hasta en las relaciones sentimentales: el uso masivo de las redes para continuar trabajando, creando y ejerciendo las relaciones sociales por otros medios. 

Entramos a un terreno desconocido, incluso en nuestros propios oficios, a fin de eludir el tapabocas que nos impusieron. “No conozco personalmente a Gaby Báez”, dice Jaime Flórez, “mi compañera en este ejercicio; ambos tuvimos que ensayar a distancia y por nuestra cuenta: ella desde Asunción, yo desde Pasto. Solo pudimos ponernos de acuerdo en detalles mínimos como usar un mismo tipo de copa y vela. Lo demás fue imaginar la escena, el lugar, el momento y ensayar repetidamente, como en el teatro”. 

También el escritor y periodista español José Miguel Alves encontró un nuevo tema y una nueva forma de escribir. Confinado en su casa, se preguntó qué tipo de soledad era la que lo estaba acosando y no encontró respuesta. Así que desde ese momento se dedicó a investigar. Habló con psicólogos, poetas, antropólogos, amas de casa, estudiantes y una larga lista de profesionales y víctimas y descubrió la no despreciable cifra de 140 tipos de soledad. De inmediato, aprovechando el mismo aislamiento, se dio a la tarea de escribir un libro que acaba de publicar: Antología de soledades. 

Ángel Martín, después de salir del hospital, trató de encontrar un libro que le ayudara a paliar sus males de depresión y soledad. Como no lo encontró se decidió a escribirlo él mismo. El resultado fue Por si las voces vuelven, un libro publicado por Planeta y convertido en best seller. Hasta hoy ha vendido más de 140.000 copias. La clave de su éxito es haber escrito sobre su problema, sin buscar demasiados sinónimos y alejado de la terminología médica. Simplemente quería que lo entendieran y poner en práctica una palabra mágica: ayudar. Abrir el camino para que mucha gente se anime a hablar de sí mismo y romper el aislamiento que siempre ha existido y que floreció con fuerza durante el confinamiento. 

El tapabocas y el confinamiento nos ayudó a afrontar desde el arte y la cultura los temas tabúes que no habíamos podido abordar en la “normalidad”. Hablar, por ejemplo, en primera persona sobre nuestras emociones y deseos. No es sino mirar la explosión de poesía intimista que se publica a través de las redes sociales, quizás hasta la saturación, hasta el punto que muchos han terminado dando bandazos de guerra contra la invasión de vates que asedian desde todas partes y a todas horas con recitales, encuentros, festivales y foros. La solución no era esa, como muchos lo asumieron, sino saber escoger qué leer de todo ese universo lírico que nos rodea desde el inicio de la peste, que se hace, lo sabemos, con el ánimo de espantar los miedos propios y recobrar la incomunicación con el mundo desde la intimidad. 

Uno de los puntos clave para que Félix Rosado, escritor madrileño, decidiera escribir una novela sobre la gran nevada de Madrid del año pasado, fue ver cómo la nieve bloqueaba el paso de las ambulancias a clínicas y hospitales que traían de urgencia infectados con el coronavirus. Fue una de las formas de hacerle frente a la hecatombe y a la clausura obligada. 

Fue ese mismo miedo que trasmutó con el correr de los meses en creatividad, en la misma proporción en que la peste iba desnudando los problemas de la sociedad. La mascarilla no supuso el silencio. La situación calamitosa de los sistemas de salud, la orfandad de los mayores, las enfermedades sin investigar, las deficiencias de los servicios sociales y la hipocresía de una sociedad enquistada en el consumismo y la intolerancia quedó en evidencia de un momento a otro. 

Cecilia Fraile Gil, en ABC Cultural (30-04-22), nos trae un titular muy llamativo: “La pandemia ha acelerado la caída de los últimos tabúes de la literatura infantil y juvenil: la enfermedad mental y el suicidio”. Y nos pone al corriente que las editoriales tienen en sus manos una gran cantidad de libros escritos desde el confinamiento por adolescentes que han sufrido y han visto aumentado su problema durante la pandemia, pero que, al contrario de lo que pudiera pensarse, ha supuesto el inicio de la literatura de las enfermedades mentales que antes eran un tabú. Su visualización hará que el tratamiento se ponga al día. 

Sergio Infante Reaño resume de esta manera el período que nos ha tocado vivir: “La pandemia del coronavirus, como toda situación límite que nos toque vivir, nos pone a prueba. Deja a la vista lo que no sospechábamos: aspectos que pueden señalar lo más virtuoso que tenemos como seres humanos o, contrariamente, lo más sombrío y nefasto. Así pueden sobresalir, mediante acciones y conductas –en los individuos y, asimismo, en las instituciones que estos se han dado– la generosidad o el egoísmo, la valentía o el triunfo del miedo, la necesaria prudencia o la temeridad desbocada, la solidaridad o el imperio del sálvese quien pueda” En palabras de Albert Camus: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda a las almas y ese espectáculo suele ser horroroso” (La peste). 

Conchita Flores tiene 87 años y en ella el confinamiento hizo algo maravilloso. La encontré en la biblioteca Luis Rosales, de Madrid. Sabía que es una de las escritoras que había aprovechado la COVID-19 para escribir y publicar cuatro libros de poesía burlándose del aislamiento. Orgullosa, me lee Las terrazas, uno de sus poemas que es una clara confirmación del humor al que recurrió para salvarse de la soledad: “¿Qué le dice una terraza a la otra? Oye, a los inquilinos de al lado parece que los han desahuciado sus salones. Ahora se la pasan en la terraza molestando, comiendo, bebiendo y hasta jugando pádel…” Es una de esas personas que sin escribir no habría podido resistir el confinamiento. “Escribir estos libros ha sido mi salvación”, asegura. 

Pues bien. En el mundo entero el tapabocas y el confinamiento van rumbo a su desaparición y deja un paciente malherido: la palabra que quiso ocultar la verdad. Hoy, el mundo vuelve a respirar al aire libre. Agustín ya puede prescindir de la tecnología para montar sus obras de teatro, o adoptarlas para siempre como una de las herencias más llamativas de esta pandemia. José Miguel seguirá buscando soledades, pues cada ser humano tendrá una diferente. Félix Rosado tendrá otra nevada, Ángel Martín escribirá otro libro sobre sí mismo y Conchita Flores continuará burlándose de la peste, pero sin tapabocas, a boca llena y en plena calle de su San Sebastián del alma.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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