Recién fue anunciado el nombre de Gustavo Petro como presidente, me despierto con un gozo extraño, me desplazo a mi trabajo conjeturando sobre esta aurora de cambios que todavía no nos creemos. Esa costumbre dañina de los colombianos me arrincona: se hizo costumbre creer que no teníamos derecho a tanta dicha y nos acostumbramos a vivir entre los muertos y en resistencia; la descomunal inequidad siempre nos impidió acariciar los sueños de una nación en paz, un país donde la dignidad no fuera asunto de cuna o de abolengo sino de simple humanidad. Como si “vivir sabroso”, como insiste Francia Márquez, fuera un delirio. Las lágrimas han asomado, siguen presentes en mí y en muchos de mis contemporáneos. Se entremezclan expresiones de recuerdos y de nostalgia: “Creí que me iría del mundo sin contemplar este nuevo amanecer…”. “Marcos, Mateo, Javier, Pedro, Anita, La Chiqui, Josué, José… los que murieron empuñando la utopía, los que fueron desaparecidos y todos los que se vieron obligados a escapar de la persecución oficial… la diáspora del dolor y la impotencia… no fue en vano, compañeros”. “Que Dios bendiga a Petro, lo proteja y le siga dando serenidad y sapiencia”.
La fiesta de los “nadies” se tomó las plazas y las calles. Llorábamos de felicidad, nos abrazábamos, saltábamos de alegría, nadie, nadie, nadie nos arrebataría este enchinamiento de la piel… de poder, por fin, sentirnos orgullosos de un presidente, de poder vivenciarlo como “nuestro presidente”. Y cuando este hombre comenzó a soltar su discurso sentimos que de nuevo la palabra “decencia” cobraba sentido, que “la palabra empeñada” de nuestros abuelos volvía a ensillarse y palpamos que ese hombre expresaba lo que sentíamos en ese momento -exultante y extraño- de gozo, remembranzas y dolor, como en la canción de Silvio, la era está “pariendo un corazón”, pero en este caso la era “estaba dando a luz un nuevo país” y todos reíamos y llorábamos de orgullo y emoción. Paladeamos cada expresión, mientras nuestra alma vagaba por evocaciones lejanas y las palabras “reconciliación” y “gran acuerdo nacional” fueron los hilos que utilizó Petro, con humildad, para sanar los espíritus alterados por la campaña electoral.
Quienes esperaban un discurso revanchista e incendiario se quedaron callados, lo primero que hizo el presidente fue poner los cimientos de esta nueva Colombia: “El cambio consiste precisamente en dejar el odio atrás, el cambio consiste en dejar los sectarismos”, venga Rodolfo, venga esa otra Colombia, vengan las manos de todo aquel que quiera aportar a las transformaciones, sin distingo de color político y dejando de lado las estrecheces ideológicas. Lo había dicho en un artículo anterior –“Abecé para el nuevo gobierno”-, Petro vendría a dar ejemplo con sus actitudes de paz, de humildad, de hacer realidad el respeto a quienes piensan distinto. Nos debemos acostumbrar a que las mentiras se desmontan sólo con argumentos y ejecutorias, no con expresiones de enojo, descalificación y menos de odio.
La señora que hace el aseo en el colegio se me acercó muy preocupada:
—El señor de la tienda me dijo que ahora que suba Petro van a comenzar a descontarnos dinero del sueldo, esto se jodió…
—Doña Lina, —le dije— él jamás haría nada que afecte a los trabajadores. Se lo aseguro, por el contrario, tiene en mente garantizar un dinero mensual fijo para los más pobres.
—Es que andan diciendo tantas cosas —respondió
—No crea en todo lo que le digan, le contesté, hay que leer, informarse y no propagar noticias alarmistas. Le aseguro que vienen tiempos mejores, los vientos soplan a favor y este nuevo gobierno le apuesta a elevar la calidad de vida —a la señora le cambió el rostro, me sintió tan seguro de lo que le decía que en su cara floreció la esperanza y la percibí feliz el resto de la mañana.
Ahora el tren no lo vemos a la distancia, el tren está en la puerta de la casa: ¡Somos gobierno! Y ese tren es multicolor y diverso, con muchos vagones, de tal suerte que quepamos todos. Que no sea algo exótico la presencia de personas con pensamiento alternativo o de izquierda y se perciba como normal, como parte de una sociedad incluyente. En esta construcción cada uno debe aportar su granito de arena. Nada va a caer del cielo, todo será por obra y gracia del trabajo conjunto y del buen manejo de los recursos públicos, otrora convertidos en torta a repartir.
Los analistas más serios, que han seguido de cerca este episodio inédito en la historia de nuestro país, afirman que debemos llenarnos de paciencia porque los cambios vendrán, pero no en cascada ni de la noche a la mañana, debemos contagiar optimismo y confianza y no hacerle eco a esa vieja costumbre de estarse quejando y quedarnos “sentados” esperando a que obre papá gobierno. Nuestra labor inmediata debe ser educadora: invitar a leer y conocer muy bien las medidas que se vayan tomando y no dejarse guiar por las noticias falsas.
El nuevo gobierno precisa de todo nuestro apoyo, que no implica sujeción ciega a todas sus medidas, por eso debemos estar prestos a entenderlas y compartir sus alcances a toda la comunidad. Se hace imperativo la existencia de un medio de comunicación digital que transmita en tiempo real las propuestas desde el gobierno. Que desarrolle una labor pedagógica, la cual incluye fortalecer el espíritu crítico, motivar cambios en las costumbres y retomar aquellos valores que la política tradicional convirtió en papelillo, en rey de burlas: el respeto a las diferencias, la transparencia en la gestión pública, la honestidad en todas las acciones de la vida cotidiana, el cuidado mutuo como base de la convivencia y la atención especial de niños, ancianos y comunidades vulnerables, por solo nombrar algunos. Debemos hacer sentir el arribo a una etapa distinta de libertad, justicia social y pluralismo.
Nos espera un largo camino, alivianado si cada uno pone de su parte, si cada cual comienza el cambio en sus acciones, en su familia, en su barrio, en su ciudad, en su comunidad, si cada uno alimenta su sentido de pertenencia, estrecha lazos afectivos y siente el orgullo de sentirse bien representado. Todo esto junto conjura la soledad y expande las bondades de una política del amor.
Quienes debieron partir a otras latitudes -huyendo de la guerra, por persecución política o en busca de mejores oportunidades-, seguro querrán volver a su terruño a poner sus capacidades al servicio de este proyecto de reconciliación, de reconstrucción nacional. Colombia los espera, Colombia los necesita. Extiende tu mano, siéntete amigo, vecino, hermano colombiano.
Como lo dijo Petro, vienen cambios y de todos nosotros depende su disfrute. A la vista del mundo demostraremos, una vez más, nuestro empuje, nuestra capacidad para encarar los proyectos de este nuevo país, nuestra creatividad para sortear las dificultades y cumpliremos la hoja de ruta. Repetiré un eslogan de los constituyentes de 1991: ¡Palabra que sí!