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Un fusilamiento fallido. El último grito de Lorca

La escritora ecuatoriana no solo salva a Lorca del fusilamiento, sino que pone sus pesadillas, sus ilusiones, su sexualidad y su porvenir en manos de realidades paralelas.

Ilustración de Cami Marín

Todos los artistas son gente buena pero bastante rara. Capaces de hablar solos todo el tiempo y de hacer fiestas sin invitar absolutamente a nadie. Se dan a la tarea de transformar a los muertos en auténticos seres vivos y a los vivos en estatuas de mármol que desde sus confinados recuerdos ejercen el oficio de maestros del arte; testimonio ineludible de las diferentes épocas en que les ha tocado vivir, y cuyo destino los obliga a sembrar la urgencia de renacer en los nuevos talentos que surgen del viejo orden del arte universal. 

Como Patricia Merizalde; escritora quiteña, autora de la novela El último grito de Lorca, en la que se rescata a sí misma como memoria del arte. Para crear la atmósfera que respiran sus personajes se proyecta sobre las sombras contemporáneas y pone sus nostalgias, fiebres y sueños como epicentro de un mundo que se niega a permanecer en el anonimato. La autora utiliza a las mujeres y los hombres que están dispuestos a salir de su armario íntimo; airea a los cuatro vientos sus verdades acabadas, y las que han de construirse en torno a la intuición de los demás.

En esta visión atemporal la escritora ecuatoriana no solo salva a Federico García Lorca del fusilamiento franquista, sino que pone sus pesadillas, sus ilusiones, su sexualidad y su porvenir en manos de realidades paralelas, que a lo largo del libro van develando a Salvador Dalí, Gala, Frida Kahlo, (sí, León Trotsky también), Manuel Falla, Pablo Neruda, Matilde Urrutia, ¿Freud?; y tantos otros y otras, pero sobre todo Fiama, que ya usted como lector podrá definir a su antojo si es un poema, una estatua, un camino, una pesadilla, un amor acabado o trágicamente frustrado. Fiama es, para decir lo menos, una obra de arte moldeada con los colores, la densidad y la musicalidad que se respira en los talleres de arte y en la soledad de las habitaciones de los poetas. (Fiama es García Lorca en otra realidad paralela). 

Fiama es una mujer, vista desde afuera. Desde dentro es él, ella, elle, yo. Es nosotros conjugado en todos los tiempos. Es una provocadora que le hostigará permanentemente mientras esté leyendo esta novela. Ella es el cáncer de Purita, la atrevida mujer que obliga a su marido a entrar en su habitación solo con una tarjeta de invitación; la que desafía la imaginación con su belleza desmenuzada. Pero también es la Frida que “pinta sin miedo su vida; es la alegría incondicional de Federico o el fondo musicalmente sensual de Falla”. Es la que da a “Dalí y a Orfeo Rivera los colores y las formas para hacer del entorno que la envuelve una postal desde los días del Renacimiento”. Y es la Matilde de Los versos del capitán de un Neftalí Reyes Basoalto al que le gustan las mujeres ausentes y en silencio. Es Patricia Merizalde acosada por el movimiento de una niña que danza y escribe desde su interior; y que ha pasado por tantas vidas, que la autoriza a sumergirse en la memoria de los tormentos y la esperanza de los que aún sueñan. 

Este largo poema que Patricia llama novela se inicia con una tormenta en donde “no hay cielo como el de Quito, ¿es? un cuadro digno de Dante y sus endiablados infiernos”. Una tormenta que arrastra dentro de sí misma una verdad inquebrantable: el arte (Fiama), que es la única verdad que nace muerta. “Para Orfeo, esta afirmación estaba tan clara como la verticalidad del relámpago contra el ático”. Al contemplarla en silencio nos pone frente a frente con el valor de las emociones y deseos que más tarde serán la materia prima de la creación con sus caprichos y su mudar continuo de cuerpos. 

Una vez asimilado el ritmo de la realidad y de la lectura, ni siquiera hay que regresar a mirarla. Es la memoria la que pinta, la que versa, la que danza en esta obra. Usted está leyendo el lado desconocido de su propia historia. De pronto se encuentra huyendo de algo. Alguien habrá querido fusilar su esperanza, sus sueños. Y lo habrá hecho. Y ahora es únicamente el recuerdo de lo que fue. Y algo más: lo que quiso ser. Así son los personajes de esta obra literaria. 

A partir del conocimiento de la obra de arte de los protagonistas, Patricia Merizalde teje una trama que se lleva por delante el tiempo y el espacio que, supuestamente, son la regla de oro de toda narrativa. Ella se reúne con Salvador Dalí, Gala, Neruda, Manuel Falla, Frida, Rivera, ¿Sigmund Freud?, Oswaldo Wayasamín, Fidel Castro y usted mismo; con todos esos que “debieron ser semidioses antes de conocerlos”, y planea rescatar a Federico García Lorca de su anunciado fusilamiento. Toman un vuelo desde Madrid a Quito y con ellos llega a Nuestra América todo el peso del arte europeo que se codea con el arte criollo, con sus musas, sus tormentos, sus cielos, sus taras y sus diluvios, elementos estos que en la pluma de César Vallejo o en el pincel de Orfeo Rivera terminan enamorados entre sí y acaban haciéndose el amor en “la desvalida boca roja de la aurora, en el negro brillo del cielo, es un grito ante la libertina eyaculación del vacío”. 

Leer esta novela es asomarse a la historia del arte y los artistas. Es encontrar una oreja de Van Gong en la esquina de la habitación donde, temblando de frío, García Lorca fisgonea por los orificios de las paredes sus anteriores vidas; de cuando fue Frida y amaba a Chavela Vargas; de cuando fue otro García Lorca y amaba a un Salvador Dalí derretido en sus relojes de arena. Es encontrarse con un Federico escapado del patíbulo que cuenta las bibliotecas, las calles, las galerías, los teatros y los talleres de poesía bautizados con su nombre. Leer esta novela es palpar “las hirvientes brasas en un caldero”; es “meterse dentro de los tiburones en celo devorando el cardumen”, y escuchar en tiempo real a “un ahogado quejido” que “muge diluido entre sus salivas”, mientras “un lobo triunfal aúlla seminales ansias”. 

El último grito de Lorca y su fusilamiento fallido es una novela de amor y de guerra, de éxtasis y paz, de muerte y de vida, de llenura y vacío. Los extremos que siempre terminan tocándose por donde menos piensan. Después de que sonaron los balazos en la realidad española, no se produjo el silencio pretendido por los rufianes fascistas. El grito lorquiano se expandió por toda la tierra. Él se fue a América donde lo esperaba la historia para reiniciar la aventura de la vida. 

No puedo dejar de comentar la ritual y monumental figura que es Fiama. En sí misma, como personaje, es el resumen de la cotidianidad y sensibilidad de la vida. Es un poema de García Lorca. Los pintores la pintan, los poetas la versan, los cantantes la cantan, los bufones la idolatran, los violentos la violan, los amantes la aman. Dalí le regaló un Castillo, Diego Rivera la inventó y la reinventó a su manera mientras ella pintaba las heridas de su alma. Neruda le cerró la boca con un verso. García Lorca era Fiama. Fiama era estatua. Poema. Fantasma y fantasía, orgasmo y ausencia. Fiama es la escritora que se sueña García Lorca frente al pelotón de fusilamiento y decide rescatarlo porque “todo corresponde a un orden superior que no tiene que ver con creencias religiosas. Son más bien convicciones humanas, son formas de asimilar la grandeza de las vidas que nos van tocando vivir”. 

En esta encrucijada de historias vivas y muertas, Patricia también devela el papel de las mujeres en esta tradición patriarcal: Chavela Vargas, Fiama, Patricia Merizalde, Gala, Frida Kahlo y otras tantas tienen su papel antes de nacer, en vida, y después de su muerte. Reconoce “que ser mujer en cualquier periodo de la historia nunca ha sido fácil”. Ser una Fanmia nunca ha sido fácil, la historia de las luchas femeninas nos lo dice con creces. 

Yo estuve enamorado perdidamente de una Fanmia cuando era pintor. La pinté de todos los colores del universo. Un día cualquiera se bajó del cuadro, vivió la vida que le dio la gana y un día cualquiera me dejó estampado en el mismo lienzo en que yo la había pintado y se marchó. Ya como pintura, como Fanmia, me encontré con Patricia Merizalde y me dio a leer esta novela. Mientras la leía recordé mi cuento Beatriz desnuda en tu cama, publicado en 2010 en Madrid. Beatriz termina pintando a su autor, Fanmia no termina nunca. Es el proceso de crear arte, de sentir la vida, de aplacar la sed y el hambre de la humanidad. Fiama es la que cree y la que lo desprecia todo por amor y la que es capaz de afirmar: “soy feliz de que ya entiendas la misión que he descubierto en mi vida. No era solo la de amarte a través del tiempo”. Era también fustigar a la paz socarrona de los tiempos y anunciar el fin de los fusilamientos (y los autofusilamientos), si somos capaces de trasmutar los espíritus. 

Pues sí, esta es una de esas novelas que dan lástima terminar de leerlas. Eso sí, nos deja la impresión de que hemos encontrado a nuestra Fanmia y que tenemos otras tantas vidas por delante para seguir soñando. Enhorabuena.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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