Previously on “Una serie de palabras”… te explicaba el origen de este recorrido en el que me he embarcado para compartir historias curiosas, recientes o antiguas, que dan sentido a un conjunto de vocablos elegidos por sonoridad, estética o semántica. Hoy me adentro en una que me resulta especialmente inquietante: sempiterno. Aunque siempre me sonó a hechicería, este adjetivo parece tener -precisamente- la fuerza que necesita un conjuro para dotarnos de inmortalidad.
Episodio 2 – Sempiterno
Que durará siempre, que habiendo tenido principio no tendrá fin.
Las abejas de todo el mundo ya están enteradas de la muerte de Isabel II. El responsable de las colmenas de la reina fue el encargado de comunicar la noticia como manda la tradición. Me imagino al hombre, con toda la solemnidad del caso, yendo de colmena en colmena explicando que Su Majestad falleció y que su hijo es el nuevo rey. No es broma. Y, a decir verdad, para mí fue una de las crónicas más entretenidas y apasionantes de aquel acontecimiento. Desde Buckingham Palace hasta Clarence House, don John Chapple debía pronunciar la siguiente frase: “El ama ha muerto, pero no te vayas. Tu amo será un buen amo para ti”. El ritual culminaba envolviendo la colmena con un lazo negro, pero digo yo que la cosa no habrá parado ahí. Quiero pensar que hubo obreras en misión especial difundiendo la noticia por todos los rincones donde se congreguen sus congéneres, incluso las más republicanas. De ahí que llegue a la conclusión de que las abejas de todo el mundo ya saben que Isabel II se ha ido para siempre.
Supongo que como sucede en los dibujos animados, las que salen volando desde los jardines reales son elegantes y refinadas y que las que viven, pongamos, en una modesta granja del sur del mundo escucharán las malas noticias con cierta sorpresa, pero no tendrán ni tiempo ni ganas de llorar porque en aquellos confines la que no trabaja, no come.
Conjeturas aparte, lo cierto es que el hecho de comunicar el fallecimiento de los dueños a las abejas es una tradición compartida por diferentes culturas que se conoce desde épocas remotas y así lo ha dejado consignado la literatura. Señoras que notificaban la muerte de sus maridos a su panal para pedir la producción urgente de más cera para los cirios. O incluso la creencia de que si las abejas no eran informadas de la muerte de sus amos podrían deprimirse y morir repentinamente.
Así que ni cambio climático, ni incendios, ni pesticidas… Si desaparecen, será de pena moral porque las tradiciones se van esfumando con la modernidad. Sin embargo, cada cierto tiempo surgen titulares fantásticos como el del señor que les habla a las abejas de palacio para recordarnos que nuestra existencia está llena de rituales, grandes y pequeños, para postergar lo inevitable o, al menos, para hacernos creer que tenemos el control de los años vividos.
A diferencia de Dios que es eterno porque no tiene principio ni fin, lo que consideramos perpetuo, sempiterno, sí que tiene un origen, pero no termina nunca. Como ese recuerdo que queremos borrar, pero golpea las sienes cuando menos lo esperamos, esa voz que reconocemos entre sueños a pesar de que pertenezca a alguien que murió hace mucho tiempo o esa desesperanza porque todo sigue igual, aunque intentemos cambiarlo una y otra vez.
Volviendo a los extraordinarios insectos que han servido de pretexto para esta disertación sobre los rituales, las tradiciones y lo interminable, habría que recordar que, si se acaban, este planeta sería un lugar mucho más lúgubre y gris. Sin polinización irían muriendo las flores y con ellas, muchas frutas y verduras, de modo que desde esta humilde tribuna solo puedo susurrar a las colmenas: ¡Larga vida a la reina! (la de las abejas, claro).