El mundo cambió después de la pandemia. Aún sigo sin saber realmente si para mejor o peor. Lo cierto es que cambió. Las redes están inundadas de análisis y artículos sobre modernidad, los retos de la transformación digital y el futuro en materia de sociedad. Postureo posmoderno, diría mi abuela. No pretendo ni siquiera comenzar a indagar sobre eso porque sería redundante. Lo que sí me interesa hoy es el concepto de comodidad. Aquellas condiciones que hacen que nuestra vida sea más placentera y alejada de los sufrimientos del día a día. El sobresfuerzo está sobrevalorado y lo cierto es que podemos tenerlo todo más rápido y sin muchas complicaciones. Solamente necesitamos descargar la app adecuada. Así es como un joven de 22 años le explicaría la modernidad a su abuelo de 85 años. Y el ejemplo más próximo que le pondría seguramente sería el de alguna plataforma de comida a domicilio o Food delivery, para los más “cool” en la materia.
Hace unas semanas comentaba con uno de los editores de El Comején sobre los desafíos que presenta el modelo de plataformas de delivery al momento de regular las condiciones laborales. Él zanjaba el tema con un símil cordial pero inequívoco: “Es muy sencillo. Cuando comenzaron a verse los primeros vehículos coexistiendo con los coches a caballo, no existían normas de tránsito. Las calles eran una selva de cemento, como decía Lavoe. Los grandes cambios de paradigmas traen un retraso intrínseco a la hora de legislarlos. No hay sociedad que esté realmente preparada para eso”, replicó acabando su copa. Como si ese último sorbo representara un punto final. Estoy de acuerdo con él. Es de esperarse que los gobiernos legislen con cierto retraso. Lo que me causa curiosidad es cuando efectivamente lo hacen, pero, a la sociedad parece no importarle y las empresas creen poder hacer lo que quieren.
En el 2020, hubo una sentencia del Tribunal Supremo de España en la que sentenciaba que los denominados riders, las personas que trabajan para las apps que llevan la comida del restaurante a la casa del comensal son, en efecto, trabajadores por cuenta ajena y no autónomos como lo quieren hacer pasar desde hace casi una década. Esto creó un revuelo importante que terminó en la Ley Rider del 2021. Por primera vez, un gobierno se atrevía a regular las condiciones de las plataformas de comida a domicilio. Hace poco se cumplió un año de la entrada en vigor de esta ley que convirtió a miles de trabajadores autónomos en empleados de la noche a la mañana. “Empleados”, una relación que parece tan básica se hizo sumamente extraña en este entorno de la Gig economy, que traduce a algo así como la “economía de bolos”, pero mejor decirlo en inglés para seguir en esa onda cool. Trabajillos pequeños que, en vez de hacerlo uno mismo, acudes a una plataforma y encuentras personas que lo hacen rápidamente y en pocas horas. Por tanto, en vez de ir a buscar tu propia comida, entras a tu aplicación preferida, eliges, no un restaurante, sino una marca de comida (porque ya hemos hablado de Dark kitchens y demás), y en menos de una hora lo tienes en casa. ¡Comodidad en todo su esplendor! ¡Las maravillas del futuro digital y la vida moderna!
Hace algo más de un mes, la Inspección de Trabajo de España ha multado a la app de delivery Glovo por la insospechable suma de 79 millones de euros. La multa hace referencia a que la compañía ignoró abiertamente la ley después de un año de entrar en vigor y, al seguir teniendo alrededor de 10.000 trabajadores bajo la forma de trabajadores por cuenta propia o autónomos. Esta empresa, cuyo crecimiento ha sido el más espectacular entre las compañías del sector, dijo que recurriría a la multa. Declara que, a pesar de su facturación de casi 590 millones de euros en 2021, sigue presentando pérdidas a causa de sus altísimos costes operativos.
Sería necio abrir este debate desde una perspectiva ideológica y no crítica. Es importante poner sobre la mesa las consecuencias que tiene precarizar condiciones laborales de todo un colectivo en miras de rentabilizar empresas de delivery. Los defensores abnegados de las plataformas digitales abogan que éstas son reales generadoras de empleo. Pero ¿qué tipo de empleo? Tenemos suficientes reportajes y testimonios sobre la fragilidad del modelo. Presión de tiempos de entrega, incertidumbre sobre los ingresos, multas por cancelaciones y desprotección laboral latente. Si tenemos que aceptar de manera fatalista que el futuro y nuestra comodidad, pasa necesariamente por un modelo hiper neoliberal de las contrataciones a expensas de la pauperización de las clases trabajadoras modernas, creo que poco habremos entendido de los conflictos sociales del siglo pasado y estaríamos condenados a repetirlos.
No soy de los que piensa que la comodidad es mala y que todo tiempo pasado fue mejor. Cada tiempo es el que es y cada generación tiene sus propios retos. La nuestra tiene la responsabilidad de hacer coexistir nuevos modelos económicos con las protecciones sociales históricamente adquiridas. Las plataformas de comida a domicilio responden a una demanda creciente y representan una oportunidad clara para la perpetuación de la restauración y para la generación de sus distintas vías de desarrollo. Sin embargo, así como los coches de motor y los de caballo lo hicieron en su momento, necesitamos abrir un diálogo amplio entre instituciones de gobierno, tejido empresarial y colectivos sociales para encontrar el balance en la cuestión. Creo que una de las claves para un mejor futuro pasa por cómo los consumidores de estas apps abordarán estos temas los próximos años. Los jóvenes de la llamada generación Z, quienes serán los mayores consumidores de aquí a pocos años, necesitarán cuestionar estas prácticas con información clara y sin hipocresías. Porque, ni queremos volver a buscar la comida un domingo por la noche, ni queremos que quien nos la traiga sea un esclavo de nuestra comodidad y de la supuesta vida moderna.