Me han pedido unirme a la campaña #LaHuellaDeLosLíderes. La idea es que muchos columnistas nos refiramos al triste tema que es actualidad cotidiana en Colombia, el asesinato de líderes.
Me resulta muy impactante escribir un epitafio electrónico de alguien de quien hasta hace 10 minutos, yo ignoraba la existencia. Busqué algunos datos adicionales sobre don William Ramiro Montoya. Sé que tenía 57 años. Que su actividad era ser minero artesanal, pero también agricultor, y miembro de una asociación de pescadores. O sea, con una experiencia de vida que es bastante diferente de la mía: él sabía de campo, de pesca y seguramente sabía encontrar el oro en la morralla. Vivía en un municipio que lo empezó a ser en 1953: Tarazá, un lugar donde nunca he estado, pero que tiene casi la misma población que la ciudad pegada a París, en donde vivo. Un municipio que está bañado por ríos y riachuelos y donde, me informo, se saca oro desde la Colonia. Donde también hay coca (leo que una tercera parte del territorio de Tarazá está dedicado a la planta sagrada de los ancestros, pero que hoy es una de las formas rápidas de obtener dinero en efectivo). Leo también que ha sido territorio de gran violencia reciente: 17 mil de los 45 mil habitantes hacen parte del registro de víctimas. O sea, más de una tercera parte de los habitantes de esos parajes de calor húmedo han tenido que padecer la guerra.
Por supuesto que este nivel de violencia, esta presencia de tantos sectores armados, estas economías ilegales, no son resultado de un solo Gobierno: son el acumulado de un modelo que lleva años fraguándose. La pregunta es qué tanto de lo que hace o no hace el Gobierno agrava las cosas.
Dice la prensa (que hace lo que puede y cuando no puede hacer reportería recoge testimonios de funcionarios) que en la zona donde lo mataron hay presencia del “Clan del Golfo”, pero también de un grupo “Los Caparros”, de disidencias de las Farc y del ELN.
¿Quién lo mató? ¿Cómo se dan las dinámicas de la muerte en esa zona?
Me siento tan impotente como cualquiera que llegue a estas noticias por vía de la prensa. Por supuesto, gente que hace trabajo de campo y para empezar, otros líderes de la zona, deben saber cómo opera todo esto, pero a menudo ellos no pueden hablar, porque pueden ser “el próximo”.
¿Qué podemos hacer?
La denuncia es un primer paso. Don William Ramiro Montoya no tenía amigos en los ministerios. No lo invitaban a un programa de televisión para hablar del drama que es tener miedo para ir a ganar el sustento, o sea para ir a trabajar al río, que fue donde encontró su cuerpo la Armada, con “los brazos amarrados y con muchos golpes”. Este asesinato, y tantos otros, no deben quedar impunes ni deben ser insignificantes, ya que por ser muchos la mente y el corazón como que se anestesian con el dolor ajeno. Debemos denunciar estos crímenes, y también documentar estas vidas, su contexto y sus luchas, porque cada una es específica y particular.
Lo segundo, y esto le compete al Gobierno, es enfrentar esta situación, que es tragedia y deshonra, tanto más detestable cuanto predecible. Por supuesto que este nivel de violencia, esta presencia de tantos sectores armados, estas economías ilegales, no son resultado de un solo Gobierno: son el acumulado de un modelo que lleva años fraguándose. La pregunta es qué tanto de lo que hace o no hace el Gobierno agrava las cosas.
Para poner un solo ejemplo, la presencia de cultivos de coca: ¿Qué significan? ¿Por qué las zonas apartadas siguen siendo campo de cultivo de la coca? ¿Qué esfuerzos reales se han hecho en apoyar a los campesinos en la sustitución de cultivos, en perseguir a las mafias? ¿Qué implicaría para los pobladores la fumigación y/o la erradicación forzosa? ¿Se está dialogando con las comunidades para encontrar soluciones o se decreta “la solución” desde un escritorio en Washington o en Bogotá? Hasta ahora, las respuestas del gobierno Duque a estas situaciones han sido erradas políticamente, pero pueden ser peores. “Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos”, afirma Michel Forst, Relator de Naciones Unidas. Porque la configuración es temible, los ciudadanos con empatía, que somos la gran mayoría, debemos alertar sobre estos crímenes y contribuir a frenar las direcciones políticas erradas.