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La vida al ritmo del pedal

No puede faltar la bicicleta en nuestros imborrables recuerdos de infancia. En nuestra época era un eslabón que indicaba crecimiento e independencia. Primero habíamos azotado la calle destapada o el pavimento con el infaltable triciclo, pero veíamos en la distancia, con suma admiración, a quienes parecían volar en el caballito de acero que se nos hacía lejano.

Imagen de Pexels en Pixabay.

Hermano viento, ayuda
nuestra carrera;
queremos ir al cielo
en bicicleta.

María Elena Walsh:
“Pertenezco a una generación que caminaba, pero quería volar”.

Sacá tu bici y demos un ‘vueltón’ a la manzana… ¡ve!

No puede faltar la bicicleta en nuestros imborrables recuerdos de infancia. En nuestra época era un eslabón que indicaba crecimiento e independencia. Primero habíamos azotado la calle destapada o el pavimento con el infaltable triciclo, pero veíamos en la distancia, con suma admiración, a quienes parecían volar en el caballito de acero que se nos hacía lejano. “Tienes que ahorrar, si quieres tener una”, me decía mi padre, “por ahora conténtate con aprender a montarla”. Entonces me llevaba a un lugar cercano al parque del pueblo donde alquilaban bicicletas y allí, de su mano, aprendí el divino arte de mantener en equilibrio y movimiento el deslumbrante Pegaso. Es que la bicicleta siempre ha inspirado esa sensación de libertad. Con ella se iniciaba otra etapa de descubrimientos en la que develábamos los espacios de la ciudad, con todas sus maravillas, que se crecía a nuestros ojos. Pero estas son remembranzas de cuando la calle era del peatón y se podía deambular sin el temor de ser atropellado.

De repente nos vimos empujados a una ciudad que ha privilegiado la movilidad en vehículos y que abandona a los peatones y los ciclistas a su suerte. Cali se ha quedado rezagada con respecto a otras ciudades del país, como Bogotá y Medellín, que han convertido las ciclorrutas en parte de sus planes de gobierno y en los planes de su ordenamiento territorial. Se han aplicado “pañitos de agua tibia” a una apuesta que podría darle un vuelco a la ciudad en sus problemas de movilidad. En esta época de encierro obligado, en que la muerte hace su danza macabra, pululan las reflexiones que exaltan la vida y que hacen una suerte de mea culpa por el daño que hemos infligido al planeta. Se clama y se promete cambios drásticos en los hábitos de vida, en especial aquellos que redundan en daño para la vida del planeta. Por ello, considero oportuno que nuestra ciudad se la juegue por la implementación de una verdadera red de ciclorrutas, como una forma real de aportarle respiro a la tierra respecto a la huella de carbono que multiplican los vehículos que utilizan combustibles. No se puede seguir simplemente estrechando las calles o trazando con pintura el supuesto carril exclusivo para las bicicletas. Debe contarse con expertos que planeen y diagramen unas ciclorrutas que aseguren la movilidad y la seguridad de los ciclistas, no como ocurre en la actualidad que el ciclista se ve abocado, cuando transita en el límite de los taches que se han dispuesto, de repente a cruzar una vía por la que avanzan vehículos a toda velocidad, eso no tiene sentido. Esta es una de las razones por las que estas supuestas ciclorrutas son subutilizadas, cuando no invadidas por orondos motociclistas.

En los sistemas de transporte masivo, tipo metro, y en la implementación de verdaderas ciclorrutas está la solución al problema de la movilidad, no solo en Cali, en todas las ciudades del mundo. De esta manera el asunto de la movilidad se convierte en un programa de cultura ciudadana que incluye aprendizaje de principios básicos para la convivencia, promoción –algo muy importante- de hábitos de vida saludable, que incluye interiorizar la importancia de recuperar la calidad del aire, la disminución de la contaminación auditiva y, de paso, cuidamos la vida de todos, al disminuir los índices de accidentabilidad y de muertes por accidentes de tránsito, en los que, en muchas ocasiones, son peatones o ciclistas las víctimas; todo esto, además, es inversión en salud preventiva.

Cali tiene muchas ventajas que deben ser aprovechadas para la implementación de mayor número de kilómetros en ciclorrutas. No sólo su topografía, tenemos corredores que interconectan la ciudad y lo que les falta es “meterles mano”, en infraestructura, iluminación y seguridad, para que puedan convertirse en verdaderas ciclorrutas. Las apuestas en nuestra ciudad siguen siendo tímidas, parecen olvidar que muchos caleños de la zona oriental y nororiental de la ciudad se desplazan peligrosamente en sus bicicletas para sus trabajos, algunos de ellos aportando su mano de obra en las construcciones de vías, puentes y edificios que se realizan en el sur de la ciudad. Otra importante población son los jóvenes que seguramente irían gustosos en bicicleta a sus colegios y a las universidades, si su desplazamiento se hiciera en condiciones de óptima seguridad. Con motivo de la cuarentena, el gobierno nacional y las empresas del país han puesto de moda el uso de la bicicleta, al advertir que es la mejor opción frente a los riesgos de contagio al usar el transporte público.

En los sistemas de transporte masivo, tipo metro, y en la implementación de verdaderas ciclorrutas está la solución al problema de la movilidad, no solo en Cali, en todas las ciudades del mundo.

Reconozco las bondades del programa de la administración municipal de las ciclovías los días domingo; los ciclopaseos que algunos amantes de la vida sana realizan el fin de semana y las rutinas en días de semana –en horarios nocturnos- que se organizan en zonas periféricas de la ciudad y que no dejan de ser riesgosas. Pero no es suficiente.

Es de admirar el alcance que ha tomado la cantidad de kilómetros en ciclorrutas –aproximadamente unos 560- en la ciudad de Bogotá, donde el uso de bicicleta no solo se ha convertido en parte de solución para la movilidad, sino que se ha ido interiorizando como parte importante de su identidad. Tanto así que el año pasado Bogotá fue incluida, por la organización Copenhagenize, en el top de las 20 de ciudades con mejores condiciones para usar bicicletas, siendo la única urbe latinoamericana incluida en esa meritoria lista. Medellín no se queda atrás, aunque no cuenta con la cantidad de kilómetros construidos que tiene la capital del país, es líder en un programa de préstamo gratuito de bicicletas al público, denominado EnCicla, con puntos estratégicos en distintos lugares de la ciudad. En contraste, el alcalde anterior optó en Cali por carriles que le quitaron espacio a las vías por donde pasan raudos los vehículos, se trata de carriles que no brindan seguridad a los usuarios y resultan estrechos para su uso masivo.

Cali, que se enorgullece de ser “la capital deportiva de Colombia y de América”, debería contar con verdaderas ciclorrutas que garanticen el desplazamiento de los caleños a su estudio, a sus trabajos y que se conviertan en posibilidad de esparcimiento, de deporte y, en general, en la formación de hábitos saludables. Recuerdo a Antanas Mockus cuando, siendo profesor de la universidad y luego como alcalde, se desplazaba en bicicleta para su trabajo, dando ejemplo a niños y jóvenes.

Cali merece una solución de fondo a sus problemas de movilidad: con un diseño serio, y una visión macro de la ciudad, de ciclorrutas, con estaciones de préstamo gratuito de bicicletas –previo registro de los usuarios, como se hace en Medellín-, sería un aporte enorme que redundaría, a la vez, en bajar los índices de contaminación ambiental, que en los meses anteriores a la pandemia había arrojado cifras alarmantes. Si se cuenta con una red de ciclorrutas adecuadas, miles de familias que poseen bicicletas seguramente podrán darles vida útil y, con el ahorro en gastos de transporte y el incremento de actividad física para sus miembros, podrán mejorar su calidad de vida.

Para esto solo se requiere de voluntad política. La ciudad necesita que se recupere para quienes somos mayoría: los peatones y los ciclistas y, a su vez, es la oportunidad para que los caleños demostremos, con hechos, nuestro compromiso con el planeta y con la formación de hábitos de vida saludables. Que no se nos acabe esta convicción, sobre la indisolubilidad de la calidad de vida humana con relación a la vida del planeta, una vez se conjuren los peligros de la pandemia. Tal como lo afirma Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, al clamar por prácticas comerciales y personales más amigables con el medio ambiente: “El mundo necesita demostrar la misma unidad y compromiso con la acción climática y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que contener la pandemia de coronavirus. El fracaso en la mitigación del cambio climático podría conducir a mayores pérdidas tanto de vidas como económicas durante las próximas décadas”.

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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