Close

¿Qué como?

Ese afán que tenemos de convertir todo en un proceso lineal, y separarnos de la realidad cíclica de la naturaleza. Somos la únicos en este planeta que producimos basura, todo en la naturaleza se transforma y alimenta a otros.

Imagen de Steve Buissine en Pixabay

Después de un incontable tiempo sin hacerlo he vuelto a escribir mis reflexiones. Decidí hacerlo sobre la pregunta que me cuestiona mis acciones del día a día: y hoy, ¿qué voy a comer? El debate comienza gracias a mi decisión de ser vegetariano.  ¡Y porque hoy creo que estoy equivocado! Es que definitivamente no hay nada más difícil que seguir tus propias reglas de juego. No hay nada más difícil que ser coherente entre aquello que piensas, dices y actúas.

La aventura comenzó hace cinco años. Los primeros pasos fueron una expedición de sensaciones, un diálogo constante conmigo mismo, para replantearme ideas, y una investigación extensiva. Pasos que deconstruyeron mi propio paradigma animal proteínico. 

La gran motivación fue aquello que considero el gran reto que enfrentamos como humanidad en este momento: la emergencia climática. Valga la pena aclarar que considero que es un reto del cual somos responsables. Siendo estudiante de sostenibilidad aprendí que 23% del total de emisiones de gases de efecto invernadero viene de la agroindustria, que es además la más grande causante de deforestación gracias a la ganadería. 

Para producir 1 kg de carne de vacuno se necesitan 15,000 litros de agua (FAO, 2019). De igual forma, el 36% de las calorías producidas a nivel mundial están siendo utilizadas para alimentar animales y de estas solo el 12% contribuyen a la dieta humana (Cassidy et al 2013), y donde el 80% de los antibióticos creado en el mundo están siendo utilizados por la industria animal (OMS, 2017). Pero sobre todo el trato ingrato de la industria hacia los animales me da asco.

¿Qué carajos hago comiendo aguacate y banano en Noruega? Estos son productos que viajan 12,874 kilómetros para llegar hasta Escandinavia y son grandes causantes de deforestación e inequidad donde se siembran.

Ese pensamiento de creernos superiores a nuestro hábitat me llevó a replantear mi alimentación. Mis fases fueron claras: primero, cambiar mi dieta a una sola proteína animal al día, luego solo dos a la semana y así sucesivamente hasta conseguir una dieta en base de plantas y cero animales (aunque aún se escabullen en mi menú frutos del mar de vez en cuando). Paso a paso fui aprendiendo dónde conseguir todas las proteínas y vitaminas necesarias para mi salud. Mi cuerpo empezó a cambiar y, para ser sincero mi salud también, me siento mucho más saludable.

De las cosas extraordinarias que aprendí gracias a este proceso, ha sido el cambio de la relación con mi alimentación y ser más consciente de lo que como.  Antes de mi vegetarianismo nunca le había dedicado el tiempo a leer la tabla de nutrición e ingredientes de las cajas de comida, entender los diferentes nutrientes de las plantas, la importancia de las semillas o frutos secos y sobre todo la creatividad al cocinar. Conocer qué me alimenta transformó mi manera, no solo de entender la importancia de la comida, sino que también fue el paso directo a entender la problemática del campo, la agroindustria y los monocultivos a fondo. Me llevó a cuestionar la batalla de la biodiversidad contra el afán del ser humano de convertir todo en mono: monoalimentación, monocultivo, monoamor, monocultura, todo monótono. Ese afán que tenemos de convertir todo en un proceso lineal, y separarnos de la realidad cíclica de la naturaleza. Somos la únicos en este planeta que producimos basura, todo en la naturaleza se transforma y alimenta a otros.   

Dentro de las cosas que admiro de nuestra especie es la capacidad de replantearse ideas y aquí subyace mi debate interno. Como ya lo mencioné, mis razones principales para ser vegetariano fueron dos: la emergencia climática y la industria de alimentos basada en el monocultivo. El gran dilema que tengo hoy en mi cabeza es: ¿Qué carajos hago comiendo aguacate y banano en Noruega? Estos son productos que viajan 12,874 kilómetros para llegar hasta Escandinavia y son grandes causantes de deforestación e inequidad donde se siembran. 

Por ejemplo, en el norte de Chile en las zonas de Petorca, donde el acceso al agua ya era un problema, ahora se expande el monocultivo de aguacate que necesitan 2000 litros de agua para producir un kilo de aguacates. Es insostenible comer aguacate en estas zonas nórdicas, además del patrocinio inconsciente de todo aquello que crea desigualdades. En este contexto ser vegetariano se presenta como una incoherencia. 

En los últimos años se viene popularizando un movimiento interesante de alimentación, el climatariano (climatarian en inglés), el diccionario de Cambridge lo define como: una persona que escoge su alimentación acorde aquello que cause un impacto menor sobre el medio ambiente y que produzca menos gases de efecto invernadero. Siguiendo esta lógica en mi caso, comer banano en Noruega tiene un mayor impacto que comer reno de una finca local. Entonces si mis razones de mi vegetarianismo siempre ha sido la crisis climática y la mono-industria, ¿por qué seguir alimentándome de cosas que causan este impacto? Un buen libro que discute esta situación es: The Omnivore’s Dilemma: A Natural History of Four Meals de Michael Pollan (2006), discute ampliamente la problemática del sistema alimentario actual y la manera como nos alimentamos.    

Mi debate lo mantengo, aún considero que comer carnes de la industria no es lo ideal para la actual crisis climática, pero comer mango en Noruega tampoco lo es. Por esta razón estoy reevaluando qué comer todos los días. Intento buscar alimentos de granjas locales, frutos de temporada y bueno, en invierno quizás comer carne de reno sería una decisión más lógica.

Barranquilla, Colombia. Master en cultura medio ambiente y desarrollo sostenible de la Universidad de Oslo. Experto en diseño y dirección de proyectos sostenibles.

scroll to top