De reojo y sin asombro viste ayer los nidos,
una cadena de pájaros con las alas extendidas,
volando de oído,
y regresando como de costumbre,
al techo mordido por su vertiginosa altura.
Sereno,
Viste pasar una ráfaga de plumas,
que atravesadas por los tonos de la madrugada,
semejaban el firmamento empedrado
de las grandes ciudades.
Ahora,
que sostienes el rumbo
con un pan en la mano y
un timón de cedro en la otra,
ves ahogarse el infinito.
Ahora, que descansas
en los márgenes cartográficos de las colonias,
comprendes la avidez
de las fugas identitarias.
Ahora,
que ya no hay espacio
entre tu grandeza y la medida de lo humano,
te adviertes
figura inédita
arrastrado en un país sin relieves
y gritando como el niño
en su género ilimitado:
¡No cabe un día entero en mí!