“Estudia, trabaja, sé gente primero
allí está la salvación…
Pero que mira, mira, no te dejes confundir
busca el fondo y su razón…”.
Plástico de Rubén Blades
Es innegable que en Cali se vive, se baila y se respira salsa. Este componente de nuestra identidad cultural ha recibido en los últimos años el espaldarazo oficial, convirtiendo a las escuelas de salsa, las propuestas de grupos musicales y los distintos festejos como el Petronio Álvarez y la Feria de Cali, entre otros, en un estímulo para quienes se entregan en “cuerpo y alma” al cultivo creativo de la salsa. La ciudad también ha sido sede y se ha destacado con otras expresiones culturales como bienales de arte, cineclubes, grupos musicales que cultivan distintos ritmos, apuestas teatrales y artes plásticas, en general. Muchos niños y jóvenes han encontrado tempranamente apoyo a sus talentos artísticos y la apuesta cultural, centrada en la salsa, les ha permitido a jóvenes en riesgo –pertenecientes a bandas de barrio, involucrados en el sicariato, el microtráfico y otras expresiones de la degradación social que ha permeado algunas comunas de la ciudad- encontrar una opción salvadora para sus proyectos de vida.
Sin embargo, este apoyo gubernamental y esta suerte de “válvula de escape”, que ha sido la salsa para tantos niños y jóvenes, no puede convertirse en el único camino del Estado para solucionar problemáticas de desarraigo y exclusión. Claro que nos emociona ver en tarima espectáculos como el Festival Mundial de Salsa, el despliegue profesional y circense de Delirio y el renombre internacional que alcanzan las escuelas de salsa, pero que el espectáculo y la rumba no nos haga olvidar el hervidero de problemáticas que pululan en el Distrito de Aguablanca y en las zonas de ladera.
La apuesta gubernamental debe ser integral, no sólo apoyar a los pequeños y medianos empresarios, a los jóvenes con sus emprendimientos, la continuidad de los proyectos culturales –como los que se han consolidado alrededor de la salsa-, sino garantizar que el presupuesto esté debidamente equilibrado, para que no se privilegien los programas donde más pueden morder nuestros políticos de turno –las contrataciones artísticas, lo sabemos, les dejan un amplio margen de maniobra para lucrarse a sus anchas, sin verse “perseguidos” por los órganos de control- y se amplíe el impacto hacia toda la parrilla educativa y cultural.
La pandemia desnudó la precariedad tecnológica de las instituciones educativas oficiales y, de nuevo, la educación pública ha quedado en deuda con los estudiantes y las familias en este período de confinamiento forzoso. Mientras que, desde de septiembre del año pasado, un buen número de instituciones privadas con el modelo de alternancia han ido retornando a la normalidad académica, los colegios oficiales seguimos en educación remota, en el argot popular: “A medias y sin calzones”, es decir a fuerza de unos cuantos altruismos y con muchos “remordimientos de conciencia”.
Una apuesta gubernamental integral debería liderar un remezón en las instituciones educativas, que las ponga a tono con los imperativos tecnológicos y metodológicos del momento crucial que vivimos. Un remezón debe contemplar una visión renovada de liderazgo en las escuelas y los colegios, que empuje a los educadores públicos a reinventarse, que redireccione sus proyectos educativos y convierta la escuela en verdadera vía para la transformación de sujetos, que los capacita y les permite estar en el mismo partidor con los estudiantes egresados de las instituciones privadas.
Estamos hablando de la formación de un nuevo integrante de la ciudadanía global, que quiere decir desarrollar en los estudiantes competencias, no sólo que les permitan contribuir a las necesidades productivas en la transformación de los territorios, sino que también les posibilite insertarse como individuos competentes en cualquier lugar del planeta. Las competencias básicas que requiere un ciudadano global son competencias comunicativas –con dominio de dos idiomas- competencias digitales y competencias ciudadanas.
Para ello se requiere una escuela con una visión holística, en la que los estudiantes descubran temprano sus talentos y puedan convertirlos en la base estructural de sus proyectos de vida. La parrilla cultural debe considerar su amplio ramillete: artesanal, gastronómico, musical, teatral, pictórico, circense, dancístico y atender la amalgama cultural que enriquece a la caleñidad.
Además del componente afro, tenemos el componente andino y esos otros aportes culturales que han llegado a nuestra ciudad a fuerza de diferentes oleadas migratorias, algunas de ellas como consecuencia del desplazamiento forzado por distintas modalidades de violencia.
Somos salsa, sí, esto nos enorgullece, pero somos mucho más que eso y es importante que nuestros niños y jóvenes de todos los estratos sociales tengan las mismas oportunidades para escoger el campo de acción en el que podrán concretar sus sueños y darse una calidad de vida digna. No todos serán grandes futbolistas, no todos probarán las mieles de la fama con sus habilidades artísticas, pero todos sí deben tener acceso al mismo acompañamiento que brinda la escuela, especialmente en su base ética y en el descubrimiento de los dones que le dan luz propia a cada ser.
Imagínense todo un grupo familiar esperanzado en que uno de sus integrantes triunfe, se llene los bolsillos de dinero y les dé un vuelco a sus vidas. ¿Y si no triunfa? ¿Y si en el camino la chica tiene un embarazo que le hace cambiar sus planes? ¿Y si la joven promesa para el fútbol se desborda al comenzar a devengar altos salarios y se deja obnubilar por la rumba, la droga o el alcohol? De estos casos está lleno nuestro espectro local. ¿Dónde estaba la familia para dar claridad y límites a los hijos? ¿Dónde estaba la escuela para trazar rumbos, configurar ideales y direccionar proyectos de vida?
Ahora la tarea de la escuela, cuando se asume con criterios y principios éticos, es cada vez más titánica ante esta visión facilista de nuestros niños y jóvenes, que les gustaría “no tener que estudiar” y volverse ricos y famosos ¡YA! Visión que debemos, en gran parte, a la revolución tecnológica y digital que ha roto la intimidad de la vida familiar y tiene agujereada la tutela férrea que otrora tuvieran los padres. No faltan los niños y jóvenes que quisieran ser patrones al estilo Pablo Escobar, de tanto ver las series y las narconovelas terminan fantaseando con que ponen las ciudades patas arriba y suben presidentes. Escucho a mis estudiantes y me quedo perplejo: muchos gastan su tiempo subiendo videos en YouTube
–algunos tienen sus canales- y en TikTok y expresan a voz en cuello cuando los presionamos con las preguntas de cajón: – ¿y qué vas a hacer cuando termines el bachillerato? -Ay, profe, pues lo que está dando la platica: seré Youtuber, ya tengo 235 seguidores.
¿Por qué nos hemos dejado ganar la partida por el mundo virtual que hoy orienta modas, opiniones, amistades, relaciones amorosas y que hoy impone patrones de vida basados en la competencia, el éxito y el consumismo? La apuesta gubernamental debe enfocarse en una reingeniería de las escuelas: no más la escuela como espacio cerrado por altos muros, no más cuatro paredes y un mero tablero, no más el espacio soso donde el maestro-gurú sienta cátedra, no más la escuela llena de áreas desconectadas, no más la escuela sin acceso a las últimas innovaciones tecnológicas, no más la escuela que solo exalta las llamadas áreas insignes: matemáticas, lenguaje y ciencias naturales y sigue considerando “las artes” y el cultivo de hábitos de vida saludables, sólo aptos para personas “privilegiadas” o de alta cuna.
Insisto en esta transformación para lograr formar un ciudadano global. Y lo más importante: no más la escuela con maestros que asumen la profesión “como opción para calentar puesto y percibir un salario”. Para compartir con niños y jóvenes se requieren personas apasionadas con lo que hacen, que son soñadores, comunican vida y sirven de inspiración a sus estudiantes.
La escuela no puede ir a paso de tortuga cuando los niños y jóvenes reciben información a un ritmo frenético por sus dispositivos electrónicos, cuando en un video de 20 minutos pueden aprender lo que no aprenden en todo un mes en la escuela. No puede ser que los padres solo presionen a sus hijos a ir a la escuela para que se vean beneficiados por el PAE y no para que sacien su deseo de conocimiento y de convertirse en mejores personas. Quienes participamos de la educación pública estamos llamados a reconfigurar el escenario de la escuela para que se ponga a tono con ese mundo de afuera y ese mundo virtual que nos compite en la tarea de educar, para no decir “des-educar”.
“Ay, no hay que llorar (no hay que llorar) que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando”, tarareamos con Celia Cruz, pero para muchos, cuando pasa la resaca, la vida aterriza en el barrizal, en los estómagos vacíos, en el desespero y la delincuencia. La realidad de la “Chica Plástica”, “Pedro Navaja” y “Juanito Alimaña” –personajes de canciones de Rubén Blades y Héctor Lavoe- pululan en nuestras barriadas. Su acceso a educación de calidad seguramente les hubiera dado la posibilidad de una vida diferente y de un presente menos lúgubre.