Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada…
…Que no tienen nombre, sino número
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata
Esta semana me levanté y revisé los grupos de WhatsApp que tengo con amigos y familiares en Colombia. Al tener siete horas de diferencia, siempre termino leyendo los comentarios y apreciaciones al día siguiente, cuando los debates ya se han acabado y todos están durmiendo. En uno de los tantos, veía cómo mis amigos se preocupaban por el desabastecimiento que se estaba comenzando a evidenciar en los comercios. Conversando con mi madre, especialista innata en los precios de las frutas y verduras, me decía, no sin una cierta preocupación, que los insumos se encarecían a causa de los bloqueos del paro nacional. Ella, como muchas otras madres, lo tienen claro. Si tocan a la comida, la situación se pone muy difícil.
Hoy se cumple un mes desde que comenzaron las protestas en Colombia. Lo recuerdo porque justamente, en mi última columna hablaba de la revolución de los claveles y los huevos a 1.800 pesos del que ahora, ya no es ministro de hacienda en Colombia. Su “jugadita” con la reforma le costó su cargo ministerial. Hace un mes comentaba que el país merecía una revolución como la de Portugal. Libre de violencia y en la que las fuerzas armadas, se dieran cuenta que son parte de ese mismo pueblo y que, pueden ser elementos que apoyen un cambio tan necesario para ese territorio.
Evidentemente, nada de esto ocurrió. Las protestas que, en su mayoría se han mostrado pacíficas, han sido replegadas por la cruenta respuesta del ejecutivo colombiano y su Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). El balance es sangriento, triste y se puede, perfectamente llamar Lucas Villa o Nicolás Guerrero. Jóvenes que han sido asesinados en este último mes de protestas.
Debo admitir que, muy a pesar del dolor que me produce ver a mi país en llamas, me alegra mucho ver cómo, por primera vez en mucho tiempo, la atención de los habitantes de las urbes colombianas, se enfoca en el campo y la agricultura. Una asignatura pendiente en Colombia en sus más de 200 años de vida republicana. Me alegra porque la cuestión de la tierra es justamente, una de las causas más importantes de la violencia y las desigualdades de esta nación. Hagamos un repaso en cuatro puntos para entender mejor la situación:
¿Quién produce la comida en Colombia?
(1) Según cifras del profesor Darío Fajardo en el Foro Nacional Ambiental, el 30% de los alimentos consumidos en Colombia son importados. En uno de los países con mayor biodiversidad, la realidad es tan triste que, incluso, una parte del café que se consume en el territorio nacional proviene de países como Ecuador y Perú. Por otro lado, (2) Según el Censo Nacional Agropecuario del año 2014, el control de la mitad de la tierra en Colombia lo detienen 704 unidades productivas agropecuarias (UPA). Esto genera un problema muy importante en cuanto a concentración de riquezas y latifundios.
Y entonces, ¿dónde está el gobierno?
Sería evidente considerar que, en un país con las características geográficas de Colombia, el gobierno tuviese un enfoque en promover el equipamiento, la tecnología y formación del sector agropecuario. Sin embargo, (3) para el 2013, solamente el 9,3% recibió asistencia o asesoría técnica para su desarrollo. En este punto, sería bueno recordar el escándalo de Agro Ingreso Seguro, que puso tras las rejas al exministro Andrés Felipe Arias.
Por último, (4) el crecimiento de los cultivos para la producción de marihuana y cocaína los últimos 40 años, ha desatado una violencia sistemática contra la población rural. Esto ha generado importantes desplazamientos internos en Colombia (alrededor de 8 millones de desplazados). Uno de los retos más importantes al momento de implementar los acuerdos de paz con las FARC, era que el gobierno hiciera presencia tanto institucional como en seguridad en todos aquellos territorios que la antigua guerrilla dejaría de controlar.
Hablar sobre la comida en Colombia hoy en día, pasa necesariamente por hablar sobre política, ciudadanía y territorios. Por eso es que mi madre, con la sabiduría que adquirió no en la universidad sino, en las plazas de mercado, me dice “mijo, cuando es con la comida, la cosa se pone dura. Con hambre, uno no piensa bien”. El último mes, la juventud colombiana ha puesto este tema sobre la mesa al realizar tantos bloqueos y manifestaciones. Verlos como el problema es ignorar la realidad sobre los orígenes de la violencia y permitir, con un poco de cinismo, que se siga perpetuando.
La única salida posible para todo esto es la vía de la empatía y la escucha. Ponerse del lado de estos chicos y escuchar lo que tienen que decir, sin olvidarse que sus formas no siempre serán elegantes y diplomáticas, es esencial en estos momentos. Muy rápidamente, nos daremos cuenta de que es necesario revisar a fondo los temas de la tierra, el acceso a la educación, exigir al gobierno el respeto de los derechos constitucionales y poco a poco, seguiremos dando pasos pequeños pero contundentes, hacia una sociedad menos desigual y, por consecuencia, más pacífica.
Nos vemos esta tarde en las marchas jóvenes. Ahí estaremos orgullosamente con ustedes.