A pocos meses de elegir nuevo presidente, el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, se ha posicionado en las encuestas como una opción real a la presidencia. Pese a su controversial gestión y las polémicas que ha protagonizado, como el haberse referido a la situación migratoria de venezolanos en 2017 como “se vinieron todos los limosneros de Venezuela para acá, y la prostitución y los desocupados”, es una opción real en la carrera hacia la Casa de Nariño. Hernandez enarboló las banderas de la anticorrupción, pero solo como un discurso vacío, sin propuestas. Con investigaciones abiertas por presunta corrupción y un discurso lleno de lugares comunes en los debates, ha demostrado que no tiene propuestas concretas ni siquiera en la que él mismo dice que es su bandera principal.
El ingeniero es el Donald Trump colombiano. Mediante su lenguaje, su actitud, su desparpajo y hasta su desconocimiento de las necesidades del país, se ha presentado como un posible mandatario intransigente, cómico, irreverente y de carácter. Al igual que Trump, se considera un personaje distinto, “políticamente incorrecto” y de fuertes convicciones, como por ejemplo, abiertamente considerarse seguidor de Adolf Hitler. Rodolfo Hernández construyó su imagen de un exitoso empresario ajeno a la clase política tradicional que por preocupación y escepticismo a los políticos, decidió lanzarse a la presidencia, al igual que Donald Trump.
Además de las declaraciones xenófobas, racistas y machistas que ambos personajes han expresado abiertamente en entrevistas, los dos encajan a la perfección en la descripción del fenómeno populista. Como bien lo describe el filósofo, Ernesto Laclau, el populismo es una lógica política antigua que implica un llamado a la comunidad en contra de un enemigo común. Se trata de un fenómeno ambivalente que se manifiesta tanto en la izquierda como en la derecha del compás político, con líderes que, aunque tienen visiones radicalmente distintas de la sociedad, comparten rasgos característicos de populistas: el reclamo de representar a la gente común, la necesidad de recuperar la soberanía del pueblo, una actitud antisistema y la antagonización de una élite corrupta culpable de las problemáticas nacionales.
Este discurso unificador puede variar según la orientación política del movimiento o del líder que lo personifique. Si se trata de una derecha populista, esta tiende a adoptar formas altamente excluyentes y xenófobas, en las que el pueblo se construye en oposición a los migrantes y a las minorías étnicas y religiosas. En cambio, en el populismo de izquierda, la unidad del pueblo se construye a través de la oposición contra el privilegio inmoral, encarnado por banqueros codiciosos, empresarios sin escrúpulos y políticos corruptos acusados de explotar a la gente común. Si bien las campañas pueden variar según el contexto y el líder, identificar un fenómeno populista es cada vez más fácil.
La superficialidad y los lugares comunes son, quizás, las razones principales por las cuales los colombianos están padeciendo una especie de sinsabor, una sensación de callejón sin salida frente a la campaña presidencial. El barómetro Edelman Trust reveló que bajamos cinco puntos en el índice de confianza general hacia las instituciones, pasando del número 53 en el 2020 al 48 en el 2021. El agotamiento de la salida de un gobierno deficiente con una desaprobación que ronda el 70%, el cansancio frente a un nuevo periodo de campaña de “promesas vacías” y la repetición de los discursos de siempre, han sido la combinación perfecta para que un fenómeno comunicativo como Rodolfo Hernández consolidara un personaje que, aunque es peligroso para la institucionalidad y la estabilidad de gobierno en el país, le gusta a la gente. Y mucho.
El ingeniero Hernández ha creado un personaje singular, diferente a lo que se había visto en los últimos años en los comicios. Sin ubicarse (abiertamente) en ningún lugar del espectro político y rechazando de forma ‘franca’ y ‘directa’ a cualquiera que busque una alianza con él, se ha presentado como un ciudadano común, cuyo único objetivo en la política es solventar las preocupaciones y problemáticas del pueblo y quien personifica el rechazo completo a las élites y la clase política dirigente. La ejemplificación casi perfecta del populismo de esta era.
Las redes sociales han contribuido en la expansión de los mensajes populistas, como en la campaña de Jair Bolsonaro en Brasil o la de Donald Trump. Pues, son una especie de plataforma a través de la cual tienen lugar muchos procesos simbólicos que son esenciales para la política. Al establecer canales para que hablen los “que no tienen voz”, al facilitar condiciones para interacciones masivas, rápidas y difusas, y posibilidades para movilizaciones masivas intensas y de gran escala, las redes sociales juegan un papel fundamental en los procesos comunicativos de construcción del populismo contemporáneo. Esto sin hablar de la facilidad de viralidad, de llegar con mensajes sin verificación, o la rápida difusión de fake news.
El ingeniero, con su banal forma de presentar sus propuestas y su candidatura en redes sociales, sobre todo en Tik tok, ha seducido, sobre todo a los jóvenes, mostrándose como diferente, dándole toda la importancia a la forma y casi nada al fondo de sus propuestas o su campaña. Sin duda alguna ha logrado el objetivo de cualquier estrategia de comunicación política: crear voto de opinión. Moviendo las emociones, desde las entrañas, representa una novedad en el contexto político colombiano. Laura Herrera, asesora en comunicación política y especialista en opinión pública y marketing político dijo en entrevista para este medio que la campaña del ingeniero, si bien es un fenómeno comunicativo que va a generar un hecho político, carece de fondo, estructura, y aún más grave: de consenso. Según Herrera dentro de las estrategias comunicativas en campañas electorales evidentemente la conexión y la comunicación directas son esenciales para el afianzamiento de la imagen y la legitimidad de un candidato pero, a nivel de ejecución, personajes como el ex alcalde de Bucaramanga, al no generar consensos, está lejos de ser una buena opción de gobernabilidad.
“Sin consensos no hay progreso y la comunicación no soluciona el liderazgo” afirma Herrera. Desde luego el fenómeno comunicativo de Rodolfo Hernández tiene muchos factores de éxito combinados. En primer lugar, la posibilidad de una comunicación directa a través de redes sociales, contenidos direccionados a las audiencias jóvenes, quienes en particular, buscan cada vez con mayor fervor lograr una cercanía con los líderes. En segundo lugar, su campaña se ha servido de la simplificación del mensaje. Aunque carezca de una propuesta programática sólida de fondo, ha simplificado su mensaje abanderandose de causas de “lucha común” que todo el mundo entiende. Y en tercer lugar, la campaña se da en un momento de pesimismo colectivo con el 85% de los colombianos diciendo que el país va en mal camino, un periodo en el que la desconfianza hacia la clase política y las instituciones es cada vez mayor, así que lo que sea diferente, llama la atención.
Si la construcción de la base electoral únicamente desde la opinión será suficiente o no para que Rodolfo Hernández llegue a la presidencia se verá en las próximas semanas. Lo que sí es evidente es que la desconfianza y el agotamiento hacia la clase política han generado una especie de pesimismo y ausencia de credibilidad de forma global. Estamos hablando de una especie de crisis de legitimidad, credibilidad institucional y democrática de forma generalizada. Por eso, no sorprende que fenómenos populistas sumamente peligrosos y amenazantes a la democracia crezcan en distintos países cada vez con más fuerza.
Rodolfo Hernández con su irascible carácter, su grosería al hablar y su indiferencia posicionó su campaña en un país donde a gritos y ‘mano dura’ se solucionan los problemas. El verdadero enigma es si con tal vehemencia afrontará las verdaderas problemáticas del país y si realmente tiene propuestas de fondo que exigen de profundo conocimiento y consenso diverso. Hernández es otro hito de la paradoja que nos está condenando a una política personificada, burlesca y populista que desafía y desestabiliza las democracias y sus instituciones en el mundo.