“La tarea del maestro es la verdadera preocupación por el otro, que
es el más alto nivel de moralidad. El hombre moral es el que se da a la persona.
La educación es uno de los símbolos de la preocupación por los demás”.
Fernando Savater
¡Pobre mi país! Absorbido por el agujero negro de la corrupción. En materia educativa se siguen robando el PAE (Programa de Alimentación Escolar); se “abudinearon” la conectividad y siguen las contrataciones dolosas en capacitaciones, y en todo lo que se denomina factores asociados a la calidad. Ahora, para colmo de males, tanto el sector público como el privado son responsables de las alarmantes cifras de abuso a niñas, niños y adolescentes donde, además, coinciden a la hora de darles el mismo tratamiento que raya en una burda complicidad, porque en muchos casos aplican la solidaridad de cuerpo y sancionan de manera leve estos casos tan aberrantes.
Los recientes casos de presunto abuso sexual en varios colegios de nuestro país —Colegio Centro Formativo de Antioquia (CEFA), Marymount y Venecia Nuevo Muzú de Bogotá—ponen de nuevo el ojo en una problemática repetitiva en algunos claustros escolares, y que debe ser atendida con celeridad y eficacia. No solo para defender los derechos de nuestros estudiantes sino para sentar precedentes y evitar que se sigan colando personajes de escasa formación moral en el oficio de ser maestros. Esta es una oportunidad para poner de relieve la importancia de empoderar a nuestros estudiantes en la exigencia de sus derechos y, por otro lado, enfatizar en las cualidades que debe tener un docente dada la enorme responsabilidad que implica ser maestro.
Si algo se espera de la institución educativa es el énfasis en la defensa de los derechos humanos. De allí su enfoque humanista en proyectos como el de salud sexual y reproductiva; cátedra de democracia, de ética y valores, donde se inculcan el respeto a la diversidad en las formas de pensamiento, religión, orientación sexual y de género. En contraposición a las actitudes machistas, proclives y generadoras de violencia intrafamiliar, de abuso de quienes asumen roles de autoridad, entre ellos figuras parentales, figuras con fuero eclesiástico y, hay que decirlo, maestros. Por ello asombra que situaciones tan delicadas como el acoso y el abuso sexual al interior de la escuela tomen vuelo. Lo ideal sería que, ante una queja de un estudiante por presunto acoso o abuso, se intervenga de manera rápida, se proceda a una investigación exhaustiva y, si se determina responsabilidad del docente, que éste sea retirado de su cargo y de inmediato sea remitido a las instancias judiciales. Sin que se dé lugar a dilaciones o que se permita que docentes acusados por conductas ajenas a su oficio sigan al frente de grupos de estudiantes.
Conocer los derechos implica tener la capacidad de poner en su sitio al adulto irresponsable y denunciarlo ante sus superiores. No se puede, por ningún motivo, amparar la alcahuetería y demostrar una “solidaridad” mal interpretada, con una actitud blanda o complaciente con el maestro responsable. Los maestros somos contratados para cuidar a nuestros niños, no para hacerles daño.
La otra cara de la moneda, la que más duele, es preguntarnos cómo estos oscuros personajes han logrado llegar a una posición en la que pueden tender sus redes para hacer daño. Ser maestro encierra un compromiso, lo dice Savater, con cultivar humanidad, con cuidar lo más sagrado: los niños y jóvenes que harán el relevo generacional, llevando consigo esos valores que la escuela promueve en el proceso de educar. ¿Cómo alguien que atropella o que vulnera los derechos de los otros puede ser maestro?
Un maestro es un cuidador de la vida, un faro que, por sus cualidades éticas, sus estudiantes siguen con entusiasmo. El maestro enseña con su ejemplo. ¿Cómo puede alguien que pierde la confianza de sus estudiantes propiciar experiencias de aprendizaje? La confianza no se impone, la confianza se la gana el maestro por la comunicación que logra con sus estudiantes, por la pasión que demuestra por el área a su cargo, por el cariño inspirador en todo lo que hace. Primero está el asunto de la vocación. Diego Gracia, médico y filósofo español, afirma: “No hay duda que para ser profesor se requiere hoy una alta dosis de vocación. Todo maestro o profesor tiene algo de Quijote”. No cualquiera puede ser docente, no se puede ser educador, como ocurre en nuestro país, donde el único requisito es sacar un puntaje determinado en una prueba de conocimientos. Es necesario implementar un proceso de evaluación más exhaustivo que dé cuenta del carácter y de la salud mental de los aspirantes al cargo de docentes.
Pobres estudiantes que les toca sufrir la abulia y el engaño de quienes van a calentar puesto y a engañarlos. O peor aún, los que terminan siendo sus víctimas. Un maestro sin vocación es tan peligroso como aquellos ingenieros que construyen edificios, puentes y obras que al poco tiempo colapsan. La vocación es lo que define nuestro camino por la vida, es el medidor de nuestra satisfacción con lo que hacemos, es la semilla de nuestro ser interior que se aboca para que resplandezca el jardín de la vida. Es frase de cajón, pero es cierta: “Pobre de aquel que debe hacer lo que no le gusta”. Yo agregaría: “pobre de aquellos que deben sufrir a quienes tienen un cargo que odian”. Estos últimos son los que cuentan los minutos, los segundos para que cada día se vaya rápido y buscan toda suerte de excusas para no ir al trabajo.
Para ser maestro hay que vivir la utopía, soñar un mundo mejor, decidir vivir la vida con locura y pasión como don Quijote. Este deseo de transformación encierra una connotación ética: quiero hacer siempre aquello que mejore el mundo, lo transforme y me permita seguir sembrando humanidad. Quien se resguarda bajo el título de “maestro” para engañar o para hacer daño tiene una mente enferma. Debe ser apartado. Ponerse en el lugar de los otros, ponerse en sus zapatos, es una frase que sintetiza los principios éticos. Quiero que mis estudiantes expresen lo que sienten, que defiendan sus derechos, que planteen y justifiquen sus puntos de vista, quiero que su espíritu crítico les permita una lectura del mundo y que construyan su voz propia. El adulto manipulador, el adulto acosador debe esgrimir el engaño y una vez consumado el abuso debe exigir el silencio o echar mano de la amenaza. No lo nombro “maestro” porque desde el momento que daña al otro pierde tal aureola.
Las cifras de maestros acusados por abuso son exorbitantes. Según la ministra de Educación, María Victoria Angulo, “sobre casos de presunto abuso asociados a entornos escolares para el período enero de 2018 hasta febrero de 2022, se tienen 876 casos, de los cuales 65 han sido sancionados, 127 han sido archivados y 684 están en investigación”. En Bogotá se han recibido 659 denuncias sobre posible violencia sexual en varios colegios distritales, de acuerdo con la información de la secretaria de Educación de la capital, Edna Bonilla.
Debo compartir un aguijón que no deja de incomodarme: cuando los casos de presunto abuso sexual se presentan en colegios privados se actúa con rapidez, los profesores inculpados quedan por fuera de esas instituciones y deben atender los alcances de la justicia. En el caso de los colegios públicos los profesores inculpados son “intocables”, escasamente se les remueve del cargo y se los traslada a otras instituciones educativas. Recuerdo, por ejemplo, en 2020 las denuncias por acoso sexual contra varios docentes en la Normal Superior de Bucaramanga. ¿Qué pasó con ellos? Generalmente se traslada al presunto abusador a otra institución donde es muy posible que vuelva a hacer de las suyas. Insólito que esto ocurra.
El sentido de gremio no puede servir para resguardar a quienes no cumplen con los imperativos éticos que trae consigo el noble título de “maestro”. Considero necesaria una revisión al elemento contractual con los docentes públicos para que haya cláusulas en las que se determine la destitución de un maestro cuando se demuestre este tipo de conductas. En los colegios privados se contemplan cláusulas como:
“El docente no podrá tener ningún tipo de comunicación con los estudiantes por fuera del colegio, menos interactuar o establecer relaciones de camaradería o ‘amistad’ en las redes sociales”.
“El docente no podrá entablar ningún tipo de relación comercial con los estudiantes, esto incluye el préstamo de dinero o la compra de artículos que ellos traigan de sus casas”.
En esos mismos contratos se les recuerda “los deberes” propios de su oficio. Nada de lo anterior me parece que está demás. No estamos siendo contratados para hacer botellas o para pavimentar vías, nos están contratando para el más delicado de los oficios: “Construir seres humanos”, por ello no cualquiera está llamado a participar en este hermoso tejido. A nadie se puede obligar a hacer un oficio que no quiere realizar, pero una vez que se decide por un oficio o profesión se espera que la asuma como una misión en la que dejará lo mejor de sí. Es la almendra de la felicidad el hallazgo de ese propósito, de esa misión para el que fuimos convocados al banquete de la vida. Para el ensayista y filósofo José Ortega y Gasset, vocación y misión van de la mano. Según este autor “misión es esto: la conciencia que cada hombre tiene de su más auténtico ser que está llamado a realizar. La idea de misión es, pues, un ingrediente constitutivo de la condición humana, y como antes decía, sin hombre no hay misión, podemos ahora añadir: sin misión no hay hombre”.
La sociedad nos confía sus hijos, debemos por ello ser consecuentes con esta misión y cerrar puertas a los personajes que no están en la docencia por vocación y con mayor dureza a quienes son un peligro para nuestros niños y adolescentes. En este punto no puede haber lugar para aguas tibias.