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La dignidad del artista

La reflexión sobre lo artístico, la creación y la creatividad, parece estar ligada a likes, a la necesidad del consumo masificado, al aumento de la plusvalía de los bienes que las industrias culturales están produciendo.

Serie "Fuerza Mundo" de Rubén Darío Mejía

Serie "Fuerza Mundo" de Rubén Darío Mejía

“Estamos aquí sentados, mirando cómo nos matan los sueños”

Dicen las paredes. El libro de los abrazos. Eduardo Galeano

 “Lo único que yo sé, es esto: el arte es arte, o es mierda”

Definición del arte. El libro de lo abrazos. Eduardo Galeano

¡Qué curioso! Mucho se dice y escribe sobre la convicción de que la cultura es un factor determinante para el desarrollo de nuestra sociedad. Pero cuán poca atención, real, palpable, materializable, se le presta a quienes dedican su vida a ésta. Llámense artistas, hombres y mujeres de la academia y la ciencia, intelectuales, o gestores culturales. 

Esa relevancia se queda en palabras vacías de gobiernos, promesas vacuas de candidatos en campaña, manifiestos contradictorios de congresos que intentan poner en la agenda pública la relevancia de la expresión creativa, de la imaginación del ser humano hecha canción, poema, ópera, pintura, escultura, comparsa, disfraz, arte. 

Hoy es más importante para la construcción de planes de desarrollo el “capitalizar” las oportunidades que brinda el arte y la cultura en general, que salvaguardar la dignidad del artista.

La situación se pone peor cuando se tiene la osadía de intentar “vivir” de alguna manifestación de lo cultural. Se les tilda de idealistas, sensibles, susceptibles, carentes de objetividad, ilusos e ilusas que viven en un mundo de fantasía. Al parecer, la belleza, la armonía, la libertad de pensar y expresarte a través de recursos plásticos, sonoros, lingüísticos, es un lastre que arrastran las débiles y los locos, en un mundo en el que el rasero de lo “útil” determina el valor de todo. 

Vivimos en una sociedad en la que se elogia la creatividad y la diversidad solo cuando puede monetizarse, mostrarse como un trofeo ante la mirada atónita de propios y extraños que aplauden frenéticamente el éxito de la temporada, que babean sobre las imágenes del blockbuster taquillero de navidad o de verano, que permite la comercialización de casi cualquier cosa que tenga la imagen del galán o la actriz de moda. Por ello, se le creó un nombre rimbombante acorde con los intereses del capital: Industrias creativas. 

Qué distante suena esa etiqueta a la búsqueda y construcción de sentido, de aprehensión de la realidad por medio del arte. Así, la reflexión sobre lo artístico, la creación y la creatividad, parece estar ligada a likes, a la necesidad del consumo masificado, al aumento de la plusvalía de los bienes que las industrias culturales están produciendo; pero que poco o nada le significa a las y los artistas, quienes se supone deben vivir del aire, del ensueño. Si no, miremos el impacto de éstas industrias en el Producto Interno Bruto y comparémoslo con la entrada económica que reciben las personas dedicadas, la mayoría, desde el anonimato a la cultura, quienes mueren solitarios, enfermos, sin techo, sin protección social, siendo adultas mayores que cantaron bullerengue toda su vida, hombres que tejieron sombreros vueltiaos y hamacas, que compusieron versos, y que dispusieron todo su espíritu a la creación, y que forman parte del entramado económico, solo como una fachada, como una etiqueta, como el faldellín que se utiliza para decorar esta mesa de bufete llamada Colombia. 

Hoy es más importante para la construcción de planes de desarrollo el “capitalizar” las oportunidades que brinda el arte y la cultura en general, que salvaguardar la dignidad del artista. Porque después de todo, quién piensa en la mano y la mente detrás de las obras de arte que nos han permitido desde hace siglos sobrellevar el mundo caótico, incierto e injusto que habitamos. 

Cuestionemos las prácticas estatales que siguen dejando de lado al arte y las expresiones socioculturales como elementos esenciales de la naturaleza humana, para convertirlas en comodities que solo pueden ser adquiridos por las élites.

Y así, mientras culmino esta diatriba, recuerdo la elegía Pan y vino de Friedrich Hölderlin, y como él me pregunto: ¿para qué poetas en tiempos de penuria? La respuesta en medio de una pandemia es mucho más clara. En mi caso particular, el amor por existir estuviese apagado hace ya varios meses, de no ser por la predilección que desde niña tengo hacia la estética y la belleza. El arte me ha salvado más de una vez. No soy la única. 

Cuestionemos las prácticas estatales que siguen dejando de lado al arte y las expresiones socioculturales como elementos esenciales de la naturaleza humana, para convertirlas en comodities que solo pueden ser adquiridos por las élites, y no generan un impacto en las comunidades. Repensemos la puesta en valor y los procesos económicos que giran en torno a la tradición oral, la gastronomía típica, el rescate de vestimentas, de la música, de lo histórico, las fiestas y carnavales, desde un lugar en donde el ser humano y no solo la insaciable rentabilidad sea el centro de atención. 

 

Cuentera, teatrera, waterpolista, bailadora, profesora de la Universidad Simón Bolívar. Estudiante de la vida, hija, hermana, tía, amante, mamá de los “Fulanos Felinos”. Periodista. Magíster en Desarrollo Social y en Ciencias de la Sociedad. Especialista en estudios políticos y económicos. Candidata a doctora en Ciencias Sociales de la Universidad del Norte.

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