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Lo que va de la alemana expulsada hoy a los franceses ayer

Lo nuevo, en el caso de la alemana expulsada por el gobierno Duque, es que esto ya no sucede en la total indiferencia de los colombianos. Las redes sociales, los medios alternativos e incluso los medios comerciales informan desde una pluralidad de versiones que impiden que se establezca una verdad oficial.

Protesta en Colombia

Protesta en Colombia. Imagen de Ana de Poética

Esta semana, el gobierno Duque expulsó a la ciudadana alemana Rebecca Sprösser. Ella había ingresado como turista a Colombia, pero se había quedado y unido activamente a las manifestaciones. El día en que acudió al Comité de Presos Políticos para denunciar los disparos contra uno de sus contactos en Cali, fue notificada de su expulsión por las autoridades colombianas. 

A raíz de estos hechos, recordé otros, sucedidos hace 15 años, bajo el gobierno Uribe. En octubre de 2008, el gobierno colombiano expulsó a dos ciudadanos franceses por asistir a una huelga de corteros de caña. En ese entonces, me documenté sobre el caso y entrevisté a los expulsados. Fui de las pocas que dio una versión no oficial de los hechos, porque en ese entonces toda la prensa repetía la versión del gobierno. Hoy quiero compartir, para los lectores EL COMEJÉN, mi reflexión, que es a la vez un mensaje de esperanza (al final explico porqué). 

-Octubre de 2008. Por la prensa colombiana me entero de que han expulsado a dos franceses. Me parece que Colombia, dada más bien al elogio incondicional de lo que venga de Europa y hable trabado, no expulsa a muchos extranjeros. Me pregunto qué falta grave habrían podido cometer los franceses. ¿Tal vez han sido capturados negociando toneladas de cocaína en Buenaventura, o entrenando a grupos armados? ¿O tal vez, comprando sexo con menores en Cartagena? ¿Qué agravio, qué razón impresentable podía originar la prohibición de que tocaran suelo colombiano durante los próximos cinco años, además ser detenidos 30 horas en el DAS?

Me propongo averiguar los motivos de una decisión tan drástica. Me baso en lo que un ciudadano tiene a su disposición, es decir la prensa. Leo y oigo razones tan dispares como que los franceses “se habían infiltrado en marchas indígenas”, o que “habían entrado como turistas”. Busqué una versión más oficial, pero solo aumenta mi confusión: en la página de la presidencia de la República, el presidente aduce que mejor hubiera sido mandarlos a la cárcel por haberse “mezclado con terroristas” por haber “aprovechado la protesta indígena”, “ayudado a crear problemas de orden público” y “estimulado la violencia”. En una cadena de televisión, se etiqueta a estas personas de “criminales y falsos”. Todo esto parece muy grave, pero sobre todo muy extraño y demasiado poco profesional. ¿Por qué ningún medio le da la palabra a los imputados? ¿Por qué el propio presidente le dedica tanta atención a un par de ciudadanos franceses? 

En vez de capturar y ponderar los hechos, me parece que la prensa contribuye a alborotar el avispero: los diarios “informan” que están esperando confirmar si los franceses estaban vinculados oficialmente con alguno de los grupos al margen de la ley; el periódico más importante de Cali se pregunta si habían venido a entregar recursos internacionales a los huelguistas del Valle.

Entonces decido confrontar esta serie de versiones con uno de los acusados. Contacto a Julien Dubois: él es documentalista. A la vez que ha filmado a artistas de la talla de un Richard Serra, ha realizado documentales de carácter social. Por ejemplo, filmó la campaña solidaria que emprendieron colegiales parisinos en torno al caso de un joven colombiano sin papeles que corría el riesgo de ser expulsado de Francia. Además de filmar sobre temas sensibles para la sociedad francesa, a Dubois le interesa lo que sucede en el mundo: ha filmado en Argelia, en Venezuela, en Gabón.

Como lo explica en la entrevista que le hice, tuvo la idea de ir a Colombia a explorar los paisajes, pero no sólo los paisajes de montañas y ríos y pueblitos; también los paisajes humanos y sociales. Concretamente, quería conocer de cerca la situación de los sindicalistas colombianos. Una situación inaceptable, que incluso un Obama condena. Julien Dubois quería tantear el terreno para realizar una película sobre estos hombres y mujeres y las amenazas que los acechan.

Pero ni él ni los dos amigos franceses con los que tenía este proyecto pudieron saber mucho sobre la situación de los sindicalistas. Ninguno alcanzó a estar más que un día y medio en un ingenio en huelga en el Valle del Cauca. Apenas lograron ver a un grupo de corteros que desde hace semanas está aguantando hambre porque no se había logrado siquiera iniciar un diálogo con los dueños de los ingenios.

Su versión se sustenta con evidencias, la cronología de los sucesos confirma lo que él dice. Los franceses nunca estuvieron con los indígenas, ni alebrestando sindicalistas, ni tirando piedra, ni tienen nada que ver con las Farc. Estaban recogiendo testimonios en una huelga que están haciendo hombres negros que en el 2008 tienen que derribar seis toneladas de caña al día para, según cálculos del antropólogo Jaime Arocha, obtener un salario mínimo. Los franceses no fueron expulsados del país por ninguna de las causas locas que se inventó Uribe. Fueron expulsados y castigados por atreverse a ir a una huelga. ¡Un documental sobre los sindicalistas truncado por haber osado hablar con sindicalistas! ¿Esa es la democracia más antigua del continente?

A medida que JulienDubois me contaba lo poco que había visto en los ingenios, yo me iba dando cuenta de que no sabía nada sobre estos. ¡Siendo que leo los dos periódicos nacionales y uno que otro local, las dos revistas semanales, los portales de radio y hasta una veintena de blogs! Definitivamente, algo no cuadraba. Ningún medio de comunicación me había informado sobre esta huelga, ni sobre sus motivos, su desarrollo, o el estado de las conversaciones. Cero en materia informativa. En términos de imágenes, las únicas disponibles eran las manifestaciones de los corteros que se habían desarrollado en… las calles de Bogotá y Cali. ¡Como si el mundo rural no existiera, como si estuviera prohibido ir a los ingenios!

Todo esto es elocuente e inquietante sobre el tipo de sociedad que hemos construido. Unos medios de comunicación que se dedican a reproducir, sin ninguna distancia, lo que el presidente Uribe y los funcionarios de su gobierno deciden poner a la orden del día. Si el guión de Palacio de Nariño es criminalizar a los extranjeros, ahí están los medios para servir de caja de resonancia. Y si en Palacio se atreven a criminalizar a los extranjeros, ¡qué no harán con los locales! Leo que ahora están persiguiendo a los huelguistas corteros, que acusan a un senador de apoyar al sindicato (como si el sindicato fuera un grupo al margen de la ley), que Uribe arremete contra los líderes indígenas de otro movimiento social.

Por todas esas razones, en Colombia hace falta más gente como Julien Dubois. Más ojos, extranjeros y nacionales, y sobre todo nacionales -al fin de cuentas es un problema de conciencia en torno a lo que nos toca de cerca. Más ojos y oídos atentos a lo que está sucediendo detrás de la vitrina, detrás de los sectores bonitos de las grandes ciudades. Personas que vayan al terreno, al encuentro con la gente, que vean lo que pasa, que hagan reportería, documentales, que levanten testimonios. 

A Julien Dubois y a sus amigos se les cumplió su anhelo (captar la situación real de los sindicalistas en Colombia) en forma de parábola y no de video. En buena medida, depende de los periodistas y de los medios que se sigan generando o no este tipo de fábulas.

Como se ve, la expulsión de ciudadanos extranjeros que busquen informar sobre situaciones que ven en Colombia, y que no vayan en el sentido de lo que el gobierno defiende, no es un asunto nuevo. Lo nuevo, en el caso de la alemana expulsada por el gobierno Duque, es que esto ya no sucede en la total indiferencia de los colombianos. Las redes sociales, los medios alternativos e incluso los medios comerciales informan desde una pluralidad de versiones que impiden que se establezca una verdad oficial. En 2008 nadie se inmutó: de no ser por mi artículo sobre la amarga experiencia de los franceses, seguramente esos hechos no existirían siquiera. En contraste, hoy hay revuelo por la expulsión de la alemana (incluso el embajador de Alemania se pronuncia en redes). 

Si hay un motivo de esperanza, ese este: han llegado a su fin las versiones oficiales y repetidas como disco rayado por los medios. Se ha abierto una brecha, y por eso las versiones de los que luchan o acompañan las luchas no serán apagadas fácilmente.  

Doctora en sociologia. Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris. Investigadora asociada Urmis, Universidad Paris Diderot. Publica en revistas y prensa, y en sus dos blogs: ojo de perdiz (feminista, político, literario) y el más académico kaleidoscope (género, migraciones, violencia).

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