Si un político alemán afirmara hoy que admira a Adolfo Hitler, lo más probable es que la justicia alemana le expediría una orden de captura. Es una locura, al menos que sea una ironía o cualquier otro recurso para alimentar el humor, manifestar en público, sin parpadear, la admiración por un psicópata que hizo asesinar a más de seis millones de judíos y unos 60 millones de ciudadanos entre europeos y americanos. En Colombia, por el contrario, semejante disparate podría ser solo motivo de risas o mamadera de gallo, como se dice en el argot costeño. Rodolfo Hernández, un polémico exalcalde de Bucaramanga, no solo manifestó sentir admiración por el dictador alemán, sino que también lo calificó de “gran pensador”.
No tengo idea qué podía haber estado pasando por la cabeza del exalcalde cuando dijo lo que dijo, pero lo que queda claro es que ninguna persona informada, coherente y con dos dedos de frente podría llamar a un asesino de talla histórica “gran pensador”. Lo curioso es que, a pesar de tremendo desbarajuste, una reciente encuesta nacional que mide la intención de voto de los ciudadanos entre los aspirantes a la Casa de Nariño, lo ubica en el abanico de candidatos con mayor opción. Pero esto, como se dice en el teatro político local, es dinamismo, el mismo que lo llevó a declarar su admiración (cero y van dos) por otro “gran pensador”, un expresidente colombiano que tiene abierta un poco más de 300 investigaciones (tanto disciplinarias como judiciales) y que es señalado por exmilitares y exparamilitares presos de haber sido la mente maestre detrás del escenario de lo que el mundo conoció como los “falsos positivos”: 6402 asesinatos de jóvenes, según la Jurisdicción Especial para la Paz, llevados a cabo por las Fuerza Militares de Colombia para mostrarle a la opinión pública nacional que el gobierno le estaba ganando la guerra a las guerrillas.
La admiración, hay que dejarlo claro, es el primer paso hacia el amor. Y el amor es un sentimiento que no mira más allá de su nariz. Cuando Rodolfo Hernández aseguró que admiraba a Álvaro Uribe Vélez, estaba hablando en realidad de su identificación con el expresidente. Es decir, estaba profesándole su afecto al modelo, pues una de las características de los arquetipos es su capacidad para adherir seguidores. La proyección, según ese mecanismo de defensa estudiado por la psicología, consiste en atribuirle al otro las propias virtudes, carencias o defectos. El modelo lleva intrínseco la otredad, esa condición de buscar las semejanzas en el otro. Esa identificación está, necesariamente, unidad a las búsquedas, a esos valores compartidos por los grupos sociales. Decir que se admira a alguien sin identificarse con sus sueños, logros o metas es una falacia, ya que las proyecciones son como modelos huecos a los que se va agregando cualidades porque en lo más profundo de esa imagen idealizada yace el discípulo que busca superar al maestro.
Afirmar, pues, que se admira a Adolfo Hitler o a Álvaro Uribe es cohonestar con el delito. Es desconocer la larga sombra que estos nefastos líderes han proyectado sobre la historia del mundo. Es deleitarse con la sangre derramada y los cadáveres bajando por las turbulentas aguas de los ríos del país mientras son destripados por los gallinazos. Es disfrutar viendo extensas regiones colombianas abandonadas por la mano del Estado. Es permanecer inalterado ante el hambre de los niños de La Guajira. Es apoyar desde el Palacio de Nariño las masacres de campesinos y, así mismo, la expulsión de los sobrevivientes de sus tierras. Es estar de acuerdo con la pobreza porque Dios sabe cómo hace sus cosas. Es tener a narcotraficantes al servicio de la Casa de Nariño. Es invertir millones de dólares en tiros, bombas y aviones mientras la pobreza campea por las cinco regiones país.
Cuando el exalcalde Hernández manifiesta su admiración por un canalla como el expresidente Uribe, nos está poniendo en evidencia su sentido de la honestidad, su concepción de la ética y, de paso, su intención de seguir haciendo mierda el país.