El viernes pasado, mientras Daniel Mendoza Leal, creador de la serie Matarife, nos hablaba de su arma subversiva (su serie), y nos instaba a nunca dejar de soñar, recordé que para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, el premio Nobel de Economía Alternativa Manfred Max Neef, el académico Julián Sabogal Tamayo y para muchas otras personalidades reunidas en un evento especial en el lago Guamuez, en el sur de Colombia, hace ya más de 20 años, la palabra más importante de finales del siglo pasado y principios de éste, no era la palabra soñar, sino precisamente la contraria: desoñar.
La palabra no existe y hubo que proponerle a la Real Academia de la Lengua que la incluyera en su diccionario. Pero no lo hizo. Escuchando a Daniel Mendoza Leal y su insistencia en nunca dejar de soñar, se me ocurrió que Matarife podría darle vida a esta novedosa palabra. Se lo iba a proponer, pero no pude hacerlo por la cantidad de gente que había levantado la mano para preguntarle sobre cómo mantener vivo el sueño de la paz en Colombia y el fin de la dictadura uribista. Veamos de qué se trata.
Como pueblo ya hemos soñado demasiado. En los silencios que nos deja el alboroto de la guerra, nuestras mentes se aproximan a lo que podría ser nuestra vida si esto o lo otro sucediera. Soñamos con tener el futuro asegurado, la pareja perfecta, casa propia, carro último modelo. Soñamos con un consultorio profesional, con viajar y ser uno mismo sin tener que pedirle permiso al otro. Aunque en Colombia todos estos sueños han sido reemplazados por uno solo: el sueño de vivir en paz.
Pues bien, debemos empezar pensando que la vida, que jamás debió ser un sueño, ha terminado siendo uno de ellos. La vida, por ser anterior al derecho, ni siquiera debe concebirse como un derecho, sino como algo superior a él: es la esencia del ser humano que no admite otra condición sino la de su existencia plena y su supremacía sobre el derecho. Por esta razón la ONU recoge el Derecho a la Vida y a vivirla en paz. Y agrega que son los Estados los encargados de protegerla junto a la honra y a sus bienes. En Colombia ocurre lo contrario: el Estado posee no una, sino varias organizaciones armadas, legales e ilegales, que se encargan de eliminar toda forma de vida que ponga en peligro su estabilidad y dominio. En este caso, la vida tiene que garantizársela uno mismo. Y ha terminado por convertirse en uno de los sueños más preciados de nuestro pueblo.
Dice el poeta que los sueños, sueños son. Y también leí, y con preocupación, que los sueños y la fe, mal gestionados, mal interpretados, pueden convertirse en un alucinógeno que paraliza los espíritus si no se actúa a tiempo. La fe mueve montañas, pero la montaña nunca irá a donde tú estás si tú no vas a ella, y los sueños se quedarán en lo soñado si no empiezas a desandarlos.
No se puede seguir soñando si no desoñamos inmediatamente esos sueños, que es como empezar a desandar el camino, es decir, iniciar la construcción del sueño desde sus cimientos. Esto implica, como todos los fenómenos y las cosas, una acción de doble vía: el ir hacia la meta, al final de nuestras aspiraciones gestando un ideal universal: la felicidad, y regresar por los ingredientes que nos hacen falta para que ese sueño se convierta en algo real.
Esa construcción es la que llamaron sus inventores desoñar, precisamente porque había tanto sueño acumulado en la humanidad, y en Colombia en particular, que había que empezar a desoñar para abrirle paso a una realidad más tangible. Nuestra realidad necesita desoñar sus sueños precisamente para diversificarlos e impedir que la vida en paz se convierta en un sueño y nada más.
Durante las protestas del 15-M de 2011 en Madrid, una de las consignas era: “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”. Y funcionó. Todos los soñadores se lanzaron a las calles a desoñar sus sueños: hicieron ruido, taponaron calles, rodearon al Congreso, publicaron revistas, hicieron películas. Pusieron sus sueños en acción. En Colombia, la insurrección popular de hace algunos meses fue, ni más ni menos, una de las gestas más grandes de desoñación de la historia nacional.
El sueño de liberación nacional nos ha llevado a levantarnos en armas, a empujar movimientos anarquistas, a impulsar acciones de desobediencia civil, paros, manifestaciones, y todo porque allá, lejos de nuestra menguada cotidianidad, está un sueño esperándonos.
Entonces, la palabra desoñar hay que dotarla de contenido. Y me parece perfecto ahora que la historia colombiana se reconoce en la serie Matarife. Es el momento de aportar una nueva palabra para que la realidad sea más contundente en el momento de abordar e identificar los hechos para darles una solución adecuada. Y no solo ésta, por supuesto. ¿Acaso hoy no se habla de abudinear (sinónimo de robar por el caso MinTIC en Colombia) y duquear (sinónimo de mentir por lo que respecta al presidente de Colombia)? Sólo que desoñar tiene una implicación universal que ya es tiempo de ponerla al servicio de la humanidad.
En aquel evento celebrado al sur de Colombia, le pregunté a Eduardo Galeano qué papel jugaban los sueños en la construcción de la realidad. Me dijo que los sueños son el agua que permitían que no se cuartee el desierto por donde caminamos. Si analizamos con paciencia la respuesta, ya aquí el escritor uruguayo pone al sueño en el camino, no en la meta. Llegar no siempre es lo importante. Ponerse en marcha es lo ideal. Y para poner en marcha la desoñación, una de las condiciones básicas es haber soñado. El regreso, en estas condiciones, no es la negación del sueño, sino la afirmación del mismo.
No estamos hablando de utopías. Pues éstas, a diferencia de los sueños, son ideales que siempre estarán más allá de nuestro propio destino. Ahora hablamos de desoñar sueños como la vida y la paz en todo el mundo, y en especial Colombia, donde la vida y la paz son mercancías negociables donde gana el mejor postor. La serie Matarife es un arma subversiva, lo han dicho ya muchos y muchas, entendidos o no, pero eso es. Y en la serie los sueños hacen parte del arsenal de lucha. Incluir esta nueva palabra nos hará pensar diferente, lo sé, y será parte de la revolución cultural que está experimentando el mundo.