“La calle es una selva de cemento,
y de fiera salvajes cómo no,
ya nadie sale alegre de contento,
donde quiera te espera lo peor”.
Héctor Lavoe
Unos jóvenes se enfrentan a piedra limpia en una esquina del barrio. Los más arrojados esquivan los proyectiles arriesgando su integridad en primera línea. Con ágiles movimientos buscan una oportunidad para herir sin piedad, puñal y machete en mano, a ese otro que, por los malos entendidos, se convirtió en un objetivo para la desgracia.
De pronto suena, como en la canción de Blades, un disparo como un cañón. Los peleadores se dispersan con esa velocidad con la que Shangó vuelve, en forma de centella, a la casa de Odolumare, su padre. Fuera del alcance de cualquier tipo de proyectil, en terrazas y andenes los moradores observan a los gladiadores de naderías arriesgar sus vidas. Desde la fundación del barrio, muchos jóvenes han perdido la vida o han quedado lisiados para siempre por conseguir un título de malandro. Pelean por las fronteras invisibles.
La trifulca sucede en La Candelaria, uno de los barrios más populosos de la zona suroriental de Cartagena de Indias, Colombia. Una urbe con alma parroquiana, donde la pobreza galopa sin que el Estado decida hacerle contrapeso con verdaderas acciones gubernamentales. En ese lugar las pandillas son el gobierno. Allí nació y se crío Wilmar Barrios, el “guapo” de las canchas de fútbol.
Las entrañas de la pobreza
“HBD para mí. Gracias, Dios, por todo lo que me has dado en esta vida. No puedo quejarme, porque vine al mundo con nada y tengo más de lo que pedí”.
La frase fue publicada en el muro de Facebook del “guapo” de las canchas de fútbol el 16 de octubre del año en curso, día en que Wilmar Enrique Barrios Terán cumplía 28 años. Es una frase honesta, que retrata lo que fue su vida en la primera infancia, niñez y preadolescencia. Una frase emocionalmente demoledora que surge limpia de la tierra más fértil de su corazón de guerrero.
Wilmar nació en un hogar disfuncional. Antes de cumplir el primer año de edad lo recibió con el alma y los brazos abiertos su abuela, Cilia Martínez Cortez, una mujer que hoy tiene sesenta y siete años. Cilia confiesa que pensó que no sabría qué hacer cuando su segundo hijo, Rafael Enrique Barrios Martínez, le confesó que tuvo relaciones con Yajaira Terán Herrera, y esta quedó embarazada. Yajaira ya tenía una hija con Rafael, Yarina Barrios Terán. Vivían en Caracas, Venezuela, pero un día regresó con las brisas de cualquier diciembre, y Rafael Enrique no tuvo ningún inconveniente en acomodarle en su fértil vientre un segundo hijo. Fue ahí cuando nació el “guapo” de la cancha: Wilmar Enrique Barrios Terán.
Rafael le advirtió a Cilia, con esos desparpajos con que se habla en tierra de pobres, que ella, su madre, debería encargarse de criar a Yarina, y también a Wilmar. Doña Cilia dice que todo fue bello cuando se lo pusieron en los brazos. Ahí decidió alimentarlo, protegerlo y cuidarlo como si hubiese salido de sus propias entrañas. Intentaría por todos los medios que fuera un hombre de bien, de acuerdo con la cuidadosa crianza que a ella le habían dado sus padres.
Para entonces, Cilia vivía en la casa de sus padres, don Víctor Martínez y Salustiana Cortés, quienes enseñaron a sus hijos a trabajar desde niños, como sucede en la pobreza. Vivían en la quinta cuadra del caño de María Auxiliadora, donde, por cosas de la existencia misma, vivió para la época quien tiene la dicha de relatar estos hechos.
En esa casa también vivía una adolescente a la que conocíamos como Bertica. Era una niña con gracia y sonrisa de cielo. Tenía una risa fresca como la brisa, de esas que aparecen tranquilas para desordenar los pétalos de las flores en los jardines de las casas de los pobres. Todos los chicos del vecindario nos ilusionábamos con una mirada de Bertica. “Ya me han dicho que todas las flores se inclinan y miran su cara inocente, es tan linda que la misma brisa la adora en silencio”. Por eso el barrio en pleno se conmocionó al enterarse de que una enfermedad catastrófica, que desconocíamos que tenía, se llevó a Bertica, la chica hermosa que apenas asomaba sus ojos saltones a la más pura juventud. Veintiséis días después de haber cumplido los 17 años, Bertha Tulia Barrios Martínez partió buscando la senda de lo eterno. Berta Tulia no estuvo destinada a ver el maravilloso desempeño de su sobrino Wilmar Enrique en la cancha. Seguro se habría sentido orgullosa de verlo en acción, porque Bertica era picosa y altiva.
Pobreza adentro
Además de Bertica, doña Cilia parió a Rafael Enrique, Yorleny, Richard y Noreldis. Debemos recordar que también tenía a su cargo a Yarina y a Wilmar. La casa de sus padres se hizo pequeña por lo que decidió irse a vivir en el canal de San Rafael. Un par de calles de distancia la separarían de la casa paterna, un lugar de invasión. Frente a la vivienda de madera descansaban ociosas las aguas residuales, y en todos lados los jíbaros tenían sus ollas de drogas de mala muerte. Allí estableció su residencia amparando bajo sus alas a los polluelos a su cargo. Doña Cilia fue acomodando su casa y también instaló en un corto tiempo un hogar comunitario, uno de tantos hogares comunitarios que subsisten bajo la égida del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Estos hogares permiten que las cuidadoras ayuden a los padres a que sus hijos estén en un lugar seguro. Las cuidadoras ya para entonces eran formadas en manipulación de alimentos, nutrición y recibían capacitaciones en aspectos pedagógicos y psicológicos para la atención primaria de la infancia. ¿Cuánto de esa cualificación humana y laboral contribuyó en la formación de Wilmar Barrios Terán? En el hogar comunitario, los niños reciben una alimentación balanceada, juegan y reposan hasta que sus padres en las tardes los recogen para llevarlos a sus hogares, que, dicho sea de paso, el gobierno de Iván Duque Márquez ha propuesto recortarles, en el presupuesto nacional y para 2022, uno punto uno billones de pesos (1.1B). ¿A cuántos niños de los estratos más vulnerables dejará a merced del hambre y los depredadores sexuales? Definitivamente, este gobierno nunca ha tenido alma. Por eso, su sitio en la historia será la vergüenza y el olvido.
En el colegio Seminario, una escuela que dirige la curia en Cartagena, Wilmar, la columna de contención de la selección Colombia, estudió la primaria y hasta octavo de bachillerato. Al ver a Barrios jugar, por el tratamiento que da a la pelota y por los hábiles movimientos en reducidos espacios, pensé que se formó empíricamente como un jugador de microfútbol, y no me equivoqué. Al indagar sobre sus años escolares y saber que estudió en el Seminario, recordé que en ese lugar hay una cancha de microfútbol y que el golito en los barrios populares es pan de todos los días.
Pero volvamos a lo crudo. El ambiente donde se crió el “guapo” de las canchas de fútbol fue sin duda un ambiente putrefacto, cargado de todo tipo de tensión, por la presencia de jíbaros, fumones, pandilleros, ladronzuelos y las rondas que obligatoriamente debían hacer los agentes del orden, quienes entraban a la zona con el credo en la boca, y con varias señales de la cruz en la frente y el pecho. Creció Wilmar Barrios en ese ambiente donde “hasta al hierro le entra candela”, seguramente rodeado de niños y niñas que pudieran tener talentos similares o superiores a ese que el cielo se dignó en prodigarle; pudo no haber sido lo que es, una estrella, una luminaria. En que fuera lo que es, intervino su propia convicción y el pulso firme de doña Cilia y Richard Barrios Martínez, ese tío que estuvo ahí para recordarle siempre que le pusieran una queja porque mal se había portado, que ellos eran una familia honrada y digna. Doña Cilia cuenta que, si bien se valió de la firmeza de su carácter, como en cualquier sancocho de la barriada, le añadía al trato con sus hijos y nietos la ternura y el tacto, que es otra forma de la comprensión, y terminó guiando a la luz a quien los terminaría redimiendo de tanta pobreza.
Rodeado de pandillas
En Cartagena de Indias, en la zona sur oriental, está el barrio Candelaria, un barrio levantado en el vacío. Familias enteras vinieron de los departamentos de Sucre, Córdoba y Bolívar. Lo erigieron frente a la iglesia de María Auxiliadora, que al sur colinda con su propia ciénaga. Tal vez esos moradores buscaban la protección de la señora para construirse un futuro sin incertidumbres. Los padres y abuelos rellenaron con aserrín, escombros y basuras parte de las aguas de la ciénaga. Usaron madera, zinc y toda su fuerza de trabajo para construir míseras viviendas. Trajeron, de manera irregular, el fluido eléctrico desde la avenida Pedro de Heredia; y un político les construyó un par de piletas para que tuvieran agua semipotable. Así nació la zona suroriental donde las esquinas arden.
Era un barrio cundido de pandillas. Las Águilas, de César Enrique Maza Maceus, ejercían el gobierno. La Candelaria, también conocido en the under world como El Farolo, La Wipols, Los Magníficos, Los Sony, El Pueblito y un largo ramillete de bandas juveniles tenían presencia allí. Esto, sin contar con que las pandillas enemigas, que pervivían en los alrededores, en cualquier momento incursionaban para cazar a una culebra como en el argot popular denominan a los enemigos.
Es en este ambiente de contadas esperanzas donde crece Wilmar Barrios. Una zona donde los jóvenes no encuentran en los estudios la posibilidad de redención. La escuela les parece una prisión de pupitres, tiza y pizarrón a donde de niños los enviaban sus padres sin los necesarios útiles escolares, con uniformes incompletos, sin meriendas escolares y a duras penas medio desayunados.
Para para la época, en el barrio no había un solo profesional que pudiera mostrarse como inspiración. Los padres trabajaban en rudos oficios como albañiles o vendedores ambulantes o en las playas de la ciudad vendiendo frutas o artesanías a los turistas; muy pocos moradores prestan sus servicios al municipio. Hay drogas a granel y sobran los bandidos, quienes rugen duro, visten de fantasía y se llevan a las mejores novias; los niños y muchachos se miran con agrado en ese espejo roto. En ese mundo también existe la más pura solidaridad, la hermandad jamás será frágil, porque es hasta la muerte. Hay algo en los habitantes de los barrios pobres que los hace realmente fraternos. Por eso se prestan o regalan víveres o cosas similares. Por eso se acompañan con una sinceridad indiscutida y hasta divina en la desgracia. Los pobres van juntos por la vida.
La pelota no se mancha
Diego Armando Maradona definió el balón, la pelota, como un símbolo sagrado que se convierte en un instrumento a disputar en el campo de juego, cuando quien imparte justicia da el pitazo inicial. La pelota es el escudo, la coraza y la espada de la batalla. Todo lo demás es complementario en la cancha. Nada más hermoso que millares de fanáticos en las gradas alentando a su equipo; y si el futbolista tiene el favor de la hinchada, corearán su nombre hasta reventarse la garganta. Tal vez Wilmar Barrios se soñó grande por su trato amable y fiel a la pelota. El primer y único club en el departamento de Bolívar sería el equipo de fútbol aficionado Ciclones, donde llegó después de pasar por ELDECO, un programa social del colegio Comfenalco de Cartagena, que tenía entre sus fines generar oportunidades para los niños y jóvenes de los estratos sociales más deprimidos. En Ciclones, “el pelao” Barrios fungía como volante de creación, lo que los entendidos hoy en la materia llaman jugadores de segunda línea, esos que han impuesto la táctica por encima del espectáculo. Sobre el particular, el profesor Henry Calderón Hernández, quien para la fecha agencia su propio proyecto deportivo con unos setecientos niños, niñas y jóvenes, sostiene que Wilmar Enrique tenía a sus catorce años un manejo excepcional, exquisito de la pelota: driblaba, hacía túneles, paragüitas y regateaba con la maestría de los experimentados. En el hombre a hombre, al más duro defensor lo dejaba como una perra brava regada en el suelo. Pero al llegar a Tolima, cuya transacción deportiva costó unos treinta millones de pesos, el profesor Chucho Díaz, aprovechando su enjundia, habilidad y fortaleza decidió probarlo en la primera línea. Un seis con características de un ocho entero, algo similar al hermoso trabajo que hacía Freddy “Espiga” Rincón en tiempos de Francisco “Pacho” Maturana.
Cuenta Richard Barrios que su sobrino, Wilmar, jamás mostró pasión por los cuadernos o los lápices de colores. Doña Cilia confirma que lo único que pedía de regalo era una pelota, un balón. Cuando se está en la descarada pobreza, un balón es el mundo mismo, ese que seguramente a veces queremos patear y echar muy lejos. Cuando doña Cilia no podía comprarle una pelota, el niño la hacía con sus propias medias. Barrios de seguro se hizo un duro en las improvisadas canchas del barrio, en pequeños potreros donde además de habilidades y destrezas para el deporte de multitudes se debe tener cierta jerarquía, temple, fuerza y valor de gladiador. En esas canchas sobreviven y hacen sus pequeñas historias los más osados y valientes.
Lo otro que le gustaría a Wilmar Barrios
Ya sabemos que Wilmar Enrique Barrios Terán es un “candelo” puro. El referente más visible del barrio en la actualidad. Un barrio donde la música es un gran paliativo. La música de Borinquén, el reggae, los tropicales en toda su extensión, pero hay un ritmo que llena el alma del “guapo” de la cancha: la música africana que parió un ritmo propio y que las barriadas bautizaron como música champeta. Esa música suena en sistemas de sonidos que crearon en todo el Caribe, y en el caso colombiano es conocido como “picó”. Ese ritmo sonoro y pegajoso que se convirtió en un movimiento que logró arrancarle a las pandillas y a las drogas duras varios cientos de muchachitos y jovencitas. Entre sus representantes más duros tenemos al mítico Justo Valdez, pionero y fundador que mucho ayudó a Álvaro José Arroyo, el Joe Arroyo.
En ese orden hablamos de Viviano Torres, Louis Towers, Charles King, Hernán Hernández, Cassiva Valdés, el Afinaito, Mr. Black, Álvaro el Bárbaro, Lilibeth, Shirly y Oscar William fueron iniciadores de un ritmo que hoy empieza a recorrer el mundo. Creo que un día Wilmar Barrios, por su elevado gusto por la champeta y el picó, podría hacer un buen sistema de sonido con brightness y bajos, donde ese piano electrónico que lo deslumbró en la infancia quede a su merced para sacarle todo tipo de efectos y sonidos. Creo que DJ Chawala, DJ Tremendo y Sowil Muñoz deben comer avispa, porque en unos diez años de seguro el “guapo” de las canchas les monta la más feroz de las competencias; y si alguien sabe de competencias duras es Barrios Terán. Si alguien tiene alguna duda, que le pregunte a Messi y a Neymar, quienes de seguro cuando lo ven en la alineación saben que no tendrán un partido de placeres. En los últimos partidos con Argentina y Brasil fue una mapaná, como dirían en Colombia, “la para” como dirían los dominicanos de las habilidosas estrellas del fútbol global.
La Fundación “Wilmar Barrios”
El “guapo” de la cancha es consciente de la falta de oportunidades y la gran dificultad que enfrentan los niños y niñas que tienen esa condición social que pudo no haberle permitido sacar los dos pies del charco. Wilmar Enrique Barrios Terán es apacible y consciente de esa realidad atronadora. Quiere que otros tengan la oportunidad que él debió alcanzar a brazadas limpias, nadando contra toda pobreza y adversidad. Él, quien detestó desde los primeros años de su vida pasar cinco horas sentado en pupitre escuchando clases que pierden todo sentido, porque como lo plantea Rodolfo Llinás, es una educación que no enamora y nada que no produzca emoción querrá ser aprendido. Dice Llinás que “una educación sin contexto es el satanismo de moda”. Y muchos docentes no se entienden como lumbreras o guías, sino que siguen asumiendo ese papel de rudos maestros. Quizás si Wilmar Barrios hubiese tenido docentes mejor preparados, se hubiese enamorado de la educación. No hay nada más hermoso que aprender a aprehender, nada más hermoso que acceder al conocimiento teniendo información y ejercicios prácticos de calidad, nada más bello que reconocer la belleza de la naturaleza, el universo y lo humano a partir de caer en manos de profesores comprensivos, amables y buenos. Wilmar comprende que debe regresarle a la vida mucho de lo que le ha dado. Por eso inició un proceso de trabajo social en el barrio La Candelaria, a través de la creación de una fundación que lleva su nombre.
En la fundación, me explica su hermana Yarina Barrios Terán que ejerce como representante legal, los niños, niñas y jóvenes son formados integralmente. Su fundador y miembro honorable aporta sus recursos siguiendo la lógica de esa estrella mundial del fútbol Sédhiou Mané, que juega en el poderoso Liverpool de Inglaterra, quien, en alguna ocasión, al ser indagado por un canal africano de deporte sobre los escasos lujos que lo acompañaban en la vida, dio una respuesta cuyo ejemplo debería ser emulado por todos los futbolistas que salen de tierras de pobres. Respondió Mané a quien lo entrevistaba: “¿Por qué iba a querer diez Ferraris, 20 relojes de diamantes o dos aviones? ¿Qué harían estos objetos para mí y para el mundo? Y remató diciendo “No voy a usar mi dinero para comprarme un Ferrari, ayudaré a mi gente”. Si el cincuenta por ciento de los futbolistas del mundo no fueran devorados por la lógica capitalista que los induce, de manera descarada y a veces subrepticia a un consumismo y a una acumulación desbordada e innecesaria, estaríamos frente a otro mundo. Pero el sistema está diseñado para que ni siquiera haya tiempo de pensar. Lo que hace el sistema es seducir, a través de una publicidad bestial, para que la gente que tenga posibilidades económicas pase el mayor tiempo posible en las nuevas iglesias: los centros comerciales. Quiera el cielo y sus mejores agentes que Wilmar Barrios pudiera desarrollar la tesis de Mané, quien además de hacer grandes inversiones para cuidar su futuro y el de su familia, se preocupa porque la gente de su aldea tenga lo suficiente y necesario para que alumbre de mejor manera su calidad de vida.
A la gente pobre se le niega todo. La cultura en los barrios populares a gran escala suele dejar de lado las verdaderas manifestaciones que producen goces estéticos y espirituales, y se reduce al consumo desproporcionado de licor, a escuchar y bailar buena música. Las élites, sin sonrojarse, culpan a los desarrapados de la propia pobreza. Intencionalmente olvidan que son ellos quienes les niegan sobre todo una educación de calidad. Como diría nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “Una educación de la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma”. Son irrisorios nuestros potentados y gobernantes. Es una clase dirigente perversa hasta el fondo de la palabra. Para las mujeres y hombres de buena fe, como el guapo de la cancha Wilmar Enrique Barrios Terán, quien se preocupa por los suyos y del deprimido lugar geográfico donde un día salió para demostrarle a los mejores del mundo la madera de la que está hecho, la gloria siempre sea.